Termina mayo, con el firme propósito y deseo de tomar un café con las personas que quiero. Echo de menos la normalidad y no me gustaría disfrutar de algo distinto a lo vivido hasta hace tres meses (justo cuando se tuvo que decretar el confinamiento).
Quiero la cercanía con compañeros, familiares, amigos o alumnado. He tenido que adaptarme (como todos) a guardar la distancia de seguridad, llevar a cabo el teletrabajo o el uso obligatorio de la mascarilla.
Sin duda alguna, lo he hecho y lo seguiré haciendo porque debo velar por mi protección y la de quienes me importan (existe una conexión o interdependencia entre ambos elementos o aspectos).
Ansío lo habitual y lo ordinario, todo lo que uno realizaba antes, detestando eufemismos como el de “nueva normalidad”, si bien apelo a la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. En este sentido, respeto a quienes bocina en mano y subidos en descapotables con grandes banderas patrióticas, vociferan, ninguneando las directrices de las fuerzas del orden (policías o guardias civiles que vigilan el cumplimiento de las restricciones o normas establecidas por nuestro bien).
Señoras y señores, he insistido en varios artículos en lo expuesto anteriormente, aunque soy consciente que para muchos mis deseos caen en saco roto.
Algunos/as quizás estén más preocupados/as en clamar contra quienes ejercen el gobierno o los responsables autonómicos. Tal vez, sea algo que no puedan dejar para mañana, sin pensar que un acto irresponsable pueda derivar en un contagio masivo o rebrote que lleve de nuevo a colapsar nuestros hospitales.
¡Ojalá esta hipótesis jamás se produzca!
Pero, añadiré algo más. Si yo fuese sanitario, estaría agradecido con los aplausos brindados cada día a la misma hora, un reconocimiento merecido al trabajo realizado, a las numerosas vidas que salvaron o las palabras de aliento/afecto hacia quienes ya no están con nosotros, con una única objeción.
Esos que prefieren gritar hasta quedarse afónicos, realizar scratches o convertirse en marionetas de politiquillos del todo a 100, están en su derecho de seguir sin respetar el confinamiento o lanzarse a la calle como Quijotes capaces de cambiar el mundo, pero no aplaudan.
Guárdense ese aplauso y bríndenlo a los Abascal, Sánchez, Iglesias, Ayuso o Casado. Rompan sus manos a bases de golpes, como hooligans enfervorizados (si es que no pueden esperar hasta que esto termine). Rindan pleitesía a izquierda o derecha (como si tuvieran oportunidad de ocupar alguno de los sillones de un futuro gobierno), envuélvanse en la bandera que nos representa y dejen las mascarillas en sus casas.
A veces, hay cosas que sí pueden esperar hasta mañana.
¡Qué mis deseos no caigan en saco roto!