Lorca ya lo sabía. Durante su estancia en Estados Unidos, le preguntaron para qué escribía, sin dudarlo un solo instante, Lorca respondió: “para que me quieran”.
“Para que me quieran”. Toda y cada una de las cosas que realizamos van dirigidas a ser alguien para alguien. Necesitamos una mirada, una sonrisa, un abrazo, un beso; precisamos de esa complicidad única que entablamos con otro ser humano.
Es tal esa necesidad, que estamos diseñados biológicamente para que sea así.
Nuestras neuronas espejo, consideradas por su descubridor, Giacomo Rizzolatti, como el ladrillo sobre el que se construye la cultura, entran en funcionamiento cuanto interactuamos con otra persona. ¡Es increíble!, en ese momento se produce una danza sincrónica perfecta; los movimientos de ambas personas son realmente el reflejo del otro. Las posturas, los gestos y las emociones se contagian.
Tal como lo expresa Giacomo Rizzolatti: «Somos criaturas sociales. Nuestra naturaleza depende de entender las acciones, intenciones y emociones de los demás. Las neuronas espejo nos permiten entender la mente de los demás, no solo a través de un razonamiento conceptual sino mediante la simulación directa. Sintiendo, no pensando».
Necesitamos gustar a los demás, saber que existimos, que lo hemos hecho bien y que merecemos ese amor que tanto ansiamos.
Incluso las conductas inadecuadas, hostiles o destructivas, de alguna manera persiguen ser un grito seco que avise a los demás de que estamos vivos; como si supiéramos desde nuestro nacimiento que lo que se no nombra, no existe.
Prueba a sonreír a la gente, a sentirte conectadas con ellas, a dar las gracias mirando a los ojos, a dedicarles “pasa un estupendo día”. Notarás una instantánea y fuerte conexión con el otro.
Así y todo, es curioso que podamos camuflar esta innata predisposición genética y que nuestra sociedad pareciera un espejo opaco y deformado. Nos hemos convencido que avanzamos mejor de forma independiente, compitiendo con los otros. Es fácil comprender, pues, la aparición de trastornos mentales (ansiedad, depresión, agorafobia, etc.) producidos por esta soledad autoimpuesta. No podemos ser quienes no somos, requerimos del calor de los demás para crecer, para existir e incluso para morir.
Si sólo queremos que nos quieran, la pirámide de necesidades vitales se acorta, precisando de muy poco para alcanzar una felicidad duradera, que sólo se encuentra en y con los demás.
“El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males”. Leonard Cohen.
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso