Pedro López Ávila: «La felicidad del rebaño»

Cuando el individuo es propenso a verlas venir, su empequeñecimiento como ser único e irrepetible es inmenso
La cultura y el conocimiento son medios indispensable para hacer que los hombres y mujeres de este mundo se sientan más seguros, más fuertes de voluntad y menos desvalidos. Decía Nietzsche en su libro La voluntad del poder: “los grandes momentos de la cultura fueron siempre, moralmente hablando, épocas de corrupción; y a la inversa, fueron las épocas de la domesticación voluntaria y obligada del hombre, épocas de intolerancia para las naturalezas más espirituales y más osadas”. Por esto, quizá, hasta ahora, hayamos estado asistiendo a un momento histórico, en donde el pensamiento, el conocimiento, la cultura, la difusión del saber, el aumento de la riqueza (con la creación del estado de bienestar) o los portentosos descubrimientos técnico-científicos, habían encontrado en la humanidad la energía necesaria para explotar al máximo todas las posibilidades creadoras e importantísimos avances en la investigación y exploración de la naturaleza. Claro que, también, como afirmaba Nietzsche, la corrupción -en estas épocas- ha corrido por los despachos entre aparentes desavenencias ideológicas, inexistentes a la hora del mangoneo.

Pero, cuando todo esto que hemos estado viviendo en los últimos tiempos parece que se derrumba, cuando la ciencia se siente incapaz de ofrecer respuestas a la enfermedad, desaparece el estado de bienestar y la cultura se encuentra secuestrada por unos y otros, con sus correspondientes “comisarios políticos del trincar”; entonces, aparece una ideología hecha por los resentidos, al amparo de un idealismo inventado a trompicones y a medida de un falso humanitarismo de apariencia cristiana. De aquí, que sea fácil inferir que, desde el punto de vista democrático, este idealismo absurdo es un medio infalible para llegar al poder, pero la contrapartida es muy dura: dejar voluntades muy debilitadas y al ser humano excesivamente domesticado. La presión que ejerce la comunidad sobre la persona, como miembro perteneciente a una colectividad, hace que el individuo se adapte rápidamente a la inofensiva felicidad del cordero dentro del rebaño, o en su defecto, se dirija hacia donde suenen campanas dominantes.

Cuando el individuo es propenso a verlas venir, su empequeñecimiento como ser único e irrepetible es inmenso, además de que su capacidad crítica es directamente proporcional a su grado de adhesión al sistema productivo establecido, sea cual fuere. Así, en un ambiente de tibieza democrática en donde prevalece el amateurismo político mezclado con poca claridad mental, que no se cuestione mínimamente esto, me parece, definitivamente, que tendremos que pensar en que los valores morales se están hundido en la inmoralidad. Pero lo que es peor aún, cuando la cultura, el pensamiento la filosofía, la ciencia o las televisiones actúan como auténticos activistas con el silencio cómplice de la intelectualidad, me da a mí que estamos asistiendo a la inversión de valores, de tal forma que todo aquello que en la moral se encontraba establecido con el carácter de leyes intangibles, verdades o creencias unificadoras del mundo, asimiladas por la comunidad , pierden su validez para ser sustituidas por la inseguridad a lo desconocido, pero con la felicidad del rebaño.

A pesar de todo, nunca debemos encontrar motivo alguno para el desaliento mientras sigan existiendo espíritus lo suficientemente amplios y fuertes, que batallarán (como ha sucedido siempre) con un amplio sentido de la responsabilidad para devolver a los hombres y mujeres el sentimiento de pisar la tierra como una parte del todo, pero sin perder de vista el sentido de lo individual. El convencer a la población de que compartir con el resto una especie de promedio, proporcionalmente repartido, de capacidades, actitudes, aptitudes, y, cómo no, la distribución de la riqueza de forma caprichosa a golpe de imposiciones gubernamentales es utilizar un rasero igualitario que perjudica claramente a los mejores, beneficia ostensiblemente a los peores e invita a la inacción

(NOTA: Este artículo de Pedro López Ávila se publicó en las ediciones impresas de IDEAL Almería, Jaén y Granada, correspondientes al 1 de julio de 2020)

 

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