José Luis Abraham: «Basuraleza humana»

Leer la vida como un libro abierto, o un libro entenderlo como un manual de uso para la vida.

Me gusta salir a pasear por las mañanas cuando está a punto de extinguirse el incendio del amanecer, porque uno encuentra la calma de lo que parece dormido y, en cambio, está a punto de despertar, en la quietud del paisaje en todo su frescor y lozanía. Los lejanos farolillos procesionales, como respetuosos penitentes, contemplan como yo la inmensa pupila de la luna que sigue nuestros pasos. Mientras, suavemente perfiladas las líneas y contornos, los montes parecen dibujar la silueta de un enorme lagarto somnoliento.

Entre mis huellas, las huellas de senderistas, deportistas, excursionistas, familiares y animales que han transitado recientemente la misma línea y, en cambio, tan distintas. Pero también de aquellos otros que no pueden evitar dejar marca visible de su incivilización. Deporte y deportividad están reñidos en el emergente arte de caminar.

A estos insensatos apenas les preocupa dejar pruebas visibles de su irresponsabilidad en rutas hechas para pies incansables. Así vemos los daños sufridos en el cartel “No arrojar basura” cuando alguien ha visto su multifuncionalidad como bandeja de una botella de sangría, en un punto de intersección de tres caminos. Son estos los gestos que hacen que el ser humano parezca una inaguantable jauría. No tanto la paradoja del mundo moderno como sí la recriminable actitud de unos pocos que nos debe recordar que somos, como dijo el poeta León Felipe, piedra pequeña y ligera. Sin excepciones.

Abstraído en pensamientos obtusos y observando arena, piedras y senderos, parece que alguien cayó de bruces sobre el camino, dejando su mascarilla –no sabemos si también los dientes– como señal de su inesperado traspiés.

Allí donde el hombre pisa volverá a crecer la hierba, pero también contribuyen a este otro paisaje más deleznable, los padres que decidieron que su bebé, justo ese día y en aquel lugar, debía por fin dejar los pañales. Y el paquete de pañuelos que ya no será paño de lágrimas de nadie.

Ni siquiera, el personaje Duna de la novela ‘Blanco de tigre‘, de Andrés Guerrero, cuando abandona joven su aldea de pescadores y se interna en la espesura y peligros de la jungla, es capaz de alterar lo más mínimo el ciclo triunfante de la naturaleza, porque a pesar de los continuos peligros, la protagonista siempre los afronta bajo el código ético que impone y regula la misma selva. Y así su supervivencia es todo un ejemplo de valor y respeto, atrevimiento y humildad, igual que otros muchos robinsones de carne y hueso.

Como hay una palabra para cada acto u objeto (y si no nos la inventamos), para esta deplorable actitud incivilizada existe el término basuraleza, neologismo aceptado por la RAE en 2009. Alteramos el paisaje como igualmente lo hacemos con las palabras. En el mismo entorno arriba descrito, en unos pocos meses, alguien se ha entretenido en ir desgastando las palabras para hacernos sentir la riqueza de nuestro idioma. La señal que informa sobre “Solo vehículos autorizados” ha ido pasando de un estado a otro hasta el actual “los rizados”, después de una gran variedad de combinaciones silábicas. Sí, leer la vida como un libro abierto, o un libro entenderlo como un manual de uso para la vida.

 

 

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José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

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