La melancolía es algo más serio, sobre todo cuando se siente en unos tiempos tan desalentadores.
Más de una vez me ha dado por animalizar los sentimientos y estados de ánimo. En un poema de doce versos perteneciente a Los heraldos negros, el poeta César Vallejo compara la melancolía con un avestruz: “¡Melancolía, saca tu pico ya”. La analogía que traemos no es ociosa por cuanto, de un tiempo a esta parte, en nuestro ánimo se ha instalado de manera cotidiana un turbador estado de vaguedad que aunque sosegado, deja visibles marcas de tristeza y hastío, cuando no escondemos la cabeza.
Y no faltan paradojas en la comparativa. Si las vacaciones suponen silenciar los relojes y desconectarnos temporalmente del mundanal ruido, en cambio, igual que el avestruz tiene alas pero no vuela, el sentimiento (o enfermedad) primigenio de la melancolía corre que se las gasta. Puestos a competir en la carrera, la melancolía de tiempos mejores amenaza con llevarnos siempre la delantera. Por ser el avestruz un ave terrestre, la hallamos a nuestro lado, en tierra firme, dondequiera que estemos. Ya nos gustaría que hiciera honor a su apariencia y volara muy lejos de nosotros, en una perpetua emigración.
Si nos ponemos a comparar por las apariencias, cualquier avestruz se nos presenta como el periscopio de un submarino que emerge de la superficie acuática, o el rostro escuálido y envejecido de alguien fisgón con aire socarrón, con ese cuello exclamativo y seseante que igual nos produce sorna como repulsión.
Pero desgraciadamente la melancolía es algo más serio, sobre todo cuando se siente en unos tiempos tan desalentadores. Aquel glotón carroñero, voraz, excéntrico, manso, sociable y emplumado amenaza con engullir el optimismo y bienestar porque no nos faltan razones y motivos para la melancolía. Por ejemplo, la inquietud por una sarta de errores y mentiras que crean confusión en el presente y desconfianza en el porvenir; la inseguridad ciudadana; la descodificación de la buena voluntad, en esta era en la que se valora la desinformación como un mecanismo de poder; la apatía al creer que no podemos cambiar nada… Se nos traba la voz de cansancio ante los ya innumerables despropósitos e injusticias que nos convierten en seres en exceso contemplativos.
El avestruz puede vivir medio siglo y se caracteriza por poseer un estómago insaciable, lo mismo que la melancolía puede llegar a ser una máquina trituradora de sentimientos. De lo primero ya se percató Mateo Alemán, y así nos cuenta en Guzmán de Alfarache, al definir a la gente rústica y grosera “como el avestruz, que se engulle un hierro ardiendo y, si allá delante, se comerá un zapato de dos suelas que haya en Madrid servido tres inviernos, porque yo le he visto quitar con el pico una gorra de un paje y tragársela entera”.
¡Cómo nos gustaría hacer de la táctica del avestruz un modo de vida e ignorar con una sonrisa peligros incontrolables y problemas, esperemos que como todos pasajeros!
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato