Vivimos en una época en que las novelas que se publican son un poco de leer y tirar, porque la historia viene contada con una lengua insulsa, muy del día, llena de neologismos, pero que lleva en sí misma una fecha de caducidad. Concepción Martínez-Carrasco Pignatelli, en cambio, ya desde el título reta al lector a que esté a la altura, pues nos cita con las palabras de uno de nuestros más grandes poetas.
La vida de Enza Gasparini, y las etapas de la vida, la niñez, la vida de estudiante, los espacios, el apartamento en el palacio florentino, etcétera, permiten hilvanar una historia de historias. Las diferentes maneras de mirarla, las circunstancias en que la autora la coloca, hablando con Pilar, con Marcello. Todas ellas son temáticamente hablando muy ricas. También son muy ricas las escenas, donde las hay entrañables y divertidas.
El tramo final, en Guinea, le añade un toque muy verdadero, que cierra la novela con un compás muy esperanzador.
La lengua nos mueve y conmueve, por su perfección. La autora toca registros lingüísticos muy diversos, y maneja con una soltura extraordinaria los recursos que provee la prosodia castellana, la acentuación, el ritmo de las frases. También los entretenidos diálogos, que constituyen una parte sustancial de la obra. Los de Enza y Pilar, trenzados con varios otros resultan muy entretenidos. No son puro adorno pues avanzan en la historia, las mil historias que contiene el texto, entrañables y divertidas, nos sumergen en un mundo en el que todavía existe la magia.
Germán Gullón, Catedrático Emérito de Literatura Española
y miembro de Amsterdam School for Cultural Analysis de la Universidad de Ámsterdam,
crítico literario y escritor.