Me prometí a mí mismo no escribir nunca más acerca del denominado COVID 19, si bien las circunstancias mandan. Los últimos acontecimientos suponen un duro revés para todos nosotros.
En este sentido, me duele ver el egoísmo del ser humano, con inconscientes que te encuentras a tu paso sin mascarillas (ayer por la tarde topé con uno que decía a gritos haber dejado su FFP2 en casa).
Atónito, observaba a unos diez metros la escena. En el interior de una tienda, la persona encargada de despachar, veía al insurrecto dirigirse hacia ella para que le diera la mercancía en la puerta.
No deseo el mal a nadie, pero tendría que haber coincidido con la policía, propinándole un severo castigo en forma de una jugosa multa. Eso sí, el que no obedece las directrices dadas por las autoridades competentes, se jacta ante la mirada atenta y la risa cómplice de sus amigos de juerga (esos que le acompañan en un coche tuneado con los altavoces “a toda pastilla”).
Estamos pagando justos por pecadores, por lo que me gustaría ver duras sanciones que hagan reflexionar a los incumplidores. No quiero ver más UCIS llenas, tampoco escolares que asisten a su centro educativo, sabedores de ser posibles portadores COVID (por los síntomas y la proximidad de una cita que verifique o no este hecho) (*).
Por favor, vuelvo a pedir cordura, pues necesitamos avanzar con paso firme y seguro (no quiero retroceder y ver restringidas mis libertades por culpa de insensatos caprichosos que quieren seguir de fiesta o tomar una cerveza sin respetar las medidas de seguridad).
Espero y deseo que mis súplicas surtan efecto, a pesar de haber perdido hace tiempo mi confianza en la especie humana.
(*) NOTA: Un padre o madre irresponsable que lleva a su hijo a clase, con la sospecha de ser un posible positivo y oculta este hecho al centro, debería ser castigado de forma ejemplar (incluso debiera acarrear un delito contra la salud pública y pérdida de la patria potestad).
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Profesor de ESO-Bachillerato