No veo sus caras, pero sí su mirada. Detrás de cada mascarilla hay un nombre: Gonzalo, Carmen, Rafa, Charo, Aurora, Javier, Manuel…, podría seguir hasta llenar la página. Son nombres de compañeros y alumnos que, detrás de sus mascarillas, se han convertido en superhéroes de su deber.
Heroicidad de la buena. Soy Docente, y lo pongo en mayúscula, porque, ahora más que nunca, me siento orgulloso de serlo. No por mí no soy ningún héroe, pero tengo la suerte de estar rodeado de personas grandes que suman en momentos complicados; profesores jóvenes con mucha ilusión y menos jóvenes con años de experiencia, todos con los mismos deseos de estar en el tajo. Llevando con una sonrisa, aunque no se vea, las dificultades de dar una clase tras otra con mascarilla, alternando las clases presenciales de unos, con las telemáticas de otros y sabiendo que el riesgo de contagio es grande.
Somos conscientes de que en nuestra sociedad el ser profesor es una profesión apenas valorada: solo hay que fijarse en la cuenta corriente de los maestros. No importa ser profe, gracias a Dios, es mucho más que una cuenta corriente. Que uno falta, otro cubre. Uno se enferma, otro sustituye. Así pasan las PCR, las cuarentenas, confinamientos y lo que haga falta. A su manera, los alumnos también son héroes, batallan con las mascarillas, los confinamientos, y con esa sensación apocalíptica y pesimista que se trasluce en los medios de comunicación y que debido a su juventud no entienden.
Tenemos muchas ganas de vernos las caras y tomar unas tapas, ya llegará el momento. Mientras, ahí estamos los docentes y los no docentes y los alumnos y los padres. Todos poniendo un poquito para conseguir en los demás la sonrisa en los ojos.
ÁNGEL L. GARCÍA
PROFESOR DEL MONAITA-MULHACÉN (Granada)