Hace justo noventa años que tuvo lugar la llamada sublevación de Jaca, protagonizada por los capitanes del ejército Fermín Galán y Ángel García Hernández, aspirantes impacientes a acabar con la monarquía de Alfonso XIII y proclamar una nueva república en España. Pero fracasaron y, no solo no lograron su objetivo, sino que fueron condenados a muerte y rápidamente fusilados.
Este episodio de nuestro pasado fue ya tratado en un artículo del primer número de la revista Historia 16, con la que tanto aprendimos todos aquellos que nos formamos en esta disciplina durante los años setenta y ochenta. Era mayo de 1976 y por solo 50 pesetas podías hacerte con una publicación dedicada exclusivamente a la Historia en la que encontrabas temas tan diversos como los siguientes: “Los primeros españoles: Los Iberos”, “La Generalitat de Catalunya (1931-38)”, “Berlín: ¡salvad a José Antonio!”,… y “La rebelión de Jaca”. Pero lo mejor era quiénes escribían los artículos porque, en este número en particular, aparecen nombres como Hugh Thomas, Ángel Viñas, Juan Pablo Fusi, José Mª Blázquez, Gabriel Jackson o Camilo José Cela, es decir, primeras figuras de la Historia (o de la Literatura) tanto en ese momento como en los inmediatamente posteriores. Y concretamente, el que nos interesa, sobre lo sucedido en Jaca a finales de 1930, fue escrito por otro de los grandes: Manuel Tuñón de Lara.
Por todo ello, he pensado que mi artículo —de un pequeño historiador “sin nombre”, como me considero—, voy a mejorarlo con algunas de las ilustraciones que acompañaron, hace más de 44 años, al texto de Tuñón de Lara en aquel primer Historia 16 que conservo con tanto cariño.
Hacía ya tiempo que se venía conspirando contra Alfonso XIII, quien había aceptado gustosamente desde el primer día al dictador Miguel Primo de Rivera, con el que había seguido reinando, no con un gobierno constitucional sino con el de una dictadura militar, desde septiembre del 23 hasta enero de 1930. La opinión pública y los partidos ya no se conformaban con el fin de esa dictadura, sino que querían también acabar con el rey que la había consentido y que ahora pretendía volver a ser “constitucional”, como si no hubiera pasado nada. De hecho, durante los meses posteriores al fin de Primo, se desarrollan dos actuaciones contrarias: la de Alfonso XIII, que encarga el gobierno a otro militar, el general Berenguer, con la misión de “normalizar” la monarquía, y la de las heterogéneas fuerzas republicanas, que tienen claro, no obstante, su objetivo común: derribarla.
En ese contexto, el hecho fundamental fue el Pacto de San Sebastián, acordado el 17 de agosto por una serie de políticos de partidos distintos pero que se fijan ese único objetivo común y lograr una segunda república en el país. Entre ellos están Niceto Alcalá Zamora, un nuevo republicano que, incluso, había servido al rey como ministro años antes de la dictadura, Manuel Azaña, que lidera Acción Republicana, un pequeño y reciente partido, Alejandro Lerroux, del veterano Partido Republicano Radical,… y hay también representantes de los nacionalistas catalanes de la época, así como del regionalismo gallego. Lo que acuerdan exactamente es crear un comité revolucionario para organizar el proceso —que ellos mismos integran—, y que este iba a consistir en una acción conjunta de los militares comprometidos contra la monarquía y las organizaciones sindicales, al objeto de transformar el pronunciamiento, mediante una huelga general, en una auténtica revolución. El problema era que el único partido en ese momento que mantenía su propio sindicato, el PSOE (vinculado a la UGT), aunque uno de sus dirigentes, Indalecio Prieto, está en San Sebastián “a título personal”, no se suma inicialmente al pacto.
Pero las adhesiones al republicanismo aumentan también gracias a manifestaciones y mítines, como el celebrado en Madrid en la plaza de toros de Las Ventas el 29 de septiembre, donde intervienen Alcalá Zamora, Azaña y Lerroux. Unas semanas después, tras varias conversaciones entre políticos republicanos y socialistas, estos últimos aceptan el plan diseñado en San Sebastián y tres de ellos se incorporan al comité revolucionario: Indalecio Prieto, Francisco Largo Caballero, que lidera la UGT, y Fernando de los Ríos, catedrático de Derecho en la Universidad de Granada (y amigo de Federico García Lorca). Solo faltaba fijar la fecha para la insurrección.
En noviembre es trascendental “El error Berenguer”, un artículo que el prestigioso filósofo José Ortega y Gasset publica el día 15 en el diario El Sol. No era el primer intelectual que se mostraba abiertamente contrario a la monarquía. Unamuno y Valle-Inclán, por ejemplo, venían haciéndolo desde hacía tiempo. Pero las palabras de Ortega en ese medio son contundentes, terminando con el demoledor ¡Delenda est Monarchia!, es decir, ¡Hay que destruir la Monarquía!
Y justo un mes después es la fecha decidida finalmente por el comité revolucionario. Pero en la fría Jaca, al norte de Huesca y, por tanto, muy cerca de Francia, el capitán Galán empieza tres días antes, el viernes 12. Su impaciencia está motivada, quizás, por el temor a un cercano temporal de nieve que podría impedir el movimiento de las tropas o por el miedo a ser detenido o trasladado para truncar el complot. Además, el enviado por el comité el jueves 11 para impedir que Galán se anticipe, Santiago Casares Quiroga —el presidente del Gobierno desde mayo de 1936 que no vio venir la rebelión del 18 de julio de ese año–, llega a Jaca de noche y tan cansado después del largo viaje que directamente se va a dormir, dejando su encuentro con el militar para el día siguiente.
Aunque ya fue tarde: todo empezó ese viernes a las cinco de la mañana. Los insurrectos, en unas horas, detienen al gobernador militar y ocupan los centros de teléfonos y correos, así como la estación de ferrocarril. Sobre las once estaban en el ayuntamiento jacetano proclamando la República en nombre del “Gobierno Provisional Revolucionario” y, después de todo ello, esa tarde se dirigen con tropas hacia Huesca, a más de setenta kilómetros. Pero han sido muchas horas y el gobierno ha podido enviar también desde Zaragoza una columna bien armada. El encuentro será muy cerca de Huesca y termina cuando Galán da la orden de retirarse después de un intenso tiroteo de ametralladoras y fusiles que provoca abundantes bajas entre sus hombres. Poco después se entrega, al igual que otros militares que han participado, en vez de huir hacia la frontera. Era ya el sábado 13 y en la madrugada del domingo, en algo más de media hora, fueron juzgados en consejo de guerra sumarísimo Galán, García Hernández y otros implicados. La sentencia, para los primeros, fue pena de muerte y se llevó a cabo ese mismo 14 de diciembre, solo unas horas después, mientras en Madrid eran detenidos varios integrantes del comité revolucionario. Todo había fracasado, por lo que la República tardaría aún en llegar… ¡cuatro meses! Y no sería por una sublevación.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)