Hace unas semanas nos propusimos indagar en nuestra historia el origen de las ideas de patria y nación. Unas ideas que en España, sorprendentemente y tal como vimos, provienen de las revoluciones liberales de inicios del siglo XIX. Representando, por tanto, una respuesta de progreso y modernización frente al oscurantismo y regresión imperantes en el Antiguo Régimen. Pero, también serán unos términos que, con el paso de los años, sufrirán un inesperado giro ideológico hasta ser secuestradas por las visiones más conservadoras y autoritarias de la sociedad. En esta ocasión nos vamos a centrar en el pronunciamiento de Riego, que coincide con el despertar de este año –en el que tantas esperanzas tenemos depositadas–. Un 1 de enero del que, precisamente, el año pasado se cumplió su bicentenario.
Más de dos siglos después de la efeméride que puso fin (aunque fuese de modo provisional) a la monarquía absoluta: representada por el inmovilismo social y la feroz represión de Fernando VII en todo nuestro país. Ese día, el 1 de enero de 1820, aprovechando la concentración, en el municipio sevillano de Las Cabezas de San Juan, de un ejército destinado a sofocar las revueltas independentistas que ya se estaban produciendo en las colonias americanas, un grupo de oficiales, encabezado por el asturiano Rafael del Riego, se sublevó y proclamó la Constitución de Cádiz.
Un pronunciamiento militar, un golpe por la libertad, que rápidamente se extendió y contó con el respaldo de otras guarniciones, hasta que, el 10 de marzo, el rey, Fernando VII, se vio obligado a aceptar la situación y, por tanto, a jurar la Constitución de Cádiz de 1812, La Pepa. Llegando a pronunciar el famoso: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Unas palabras, obviamente, poco sinceras –y claramente motivadas por la adversa reacción popular–. De este modo, con el triunfo del pronunciamiento militar, del primer golpe de Estado que pondrá fin –de modo provisional al absolutismo borbónico– y que dará comienzo al llamado Trienio Liberal, “un periodo en el que, por primera vez en la historia, España iba a estar regida por un sistema constitucional”.
No obstante, se tratará de un breve periodo de tiempo, pues el aparentemente dócil y constitucional monarca, el rey felón, se dedicará a conspirar desde el primer día para recuperar su poder. Hasta que, tres años después, consiga que la Santa Alianza (un pacto entre las monarquías europeas destinado a evitar el surgimiento de movimientos revolucionarios) envíe un ejército francés, al mando del duque de Angulema –frente al que, ahora, la Iglesia no instigará revuelta alguna, ni los considerará de invasores–. Un ejército, conocido popularmente como los Cien Mil Hijos de San Luis, que derrocará al Gobierno liberal y volverá a instaurar, otra vez, la monarquía absoluta.
Con esa nueva traición de su juramento, Fernando VII volvía a poner fin a la efímera experiencia liberal (1820-1823) y dará comienzo a la tristemente conocida como «década ominosa» (1823-1833). Un periodo que, nuevamente, como habría ocurrido en 1814 (tras la Guerra de la Independencia), desatará una cruel represión contra sus opositores. Así, el propio general, Rafael del Riego, el 7 de noviembre de 1823, será ahorcado y después decapitado en la plaza de la Cebada de Madrid. Y, como muestra representativa de la especial inquina que mostrará contra las ideas liberales señalaremos: el fusilamiento de Torrijos y el ajusticiamiento de Mariana Pineda. Ambas en 1831.
En el cuadro que encabeza estas líneas, sobre el “Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga”, de Antonio Gisbert, se representa el momento anterior a la muerte del también general, José María Torrijos. Cuando, en la mañana del 11 de diciembre y procedente de Gibraltar, cayó en la trampa que le habrían tendido las autoridades absolutistas. Seguidamente, por orden de Fernando VII y acusados, como si no, de traición a la Corona, serían ejecutados, el general y sus 48 compañeros supervivientes, en la malagueña playa de San Andrés.
Sobre la que nos atañe más directamente, la granadina Mariana Pineda, también será denunciada de comulgar con las ideas liberales. En el registro de su vivienda se le encontrará una bandera con letras a medio bordar que conformaban el conocido lema de: Libertad, Igualdad y Ley. Mariana Pineda se negará a delatar a sus supuestos cómplices, por lo que será arrestada, juzgada y condenada a morir a garrote vil. Una sentencia que será ejecutada, el 26 de mayo, en la plaza del Triunfo de Granada. Federico García Lorca la inmortalizará, muchos años después en su famosa obra teatral. De la que extraemos los siguientes versos: ¡Oh, qué día tan triste en Granada,/ que a las piedras hacía llorar,/ al ver que Marianita se muere/ en cadalso, por no declarar!
En resumen, una monarquía absolutista y unas oligarquías reaccionarias que, en ese mismo siglo XIX, también harán fracasar la Revolución de 1868, también llamada “La Gloriosa” –que culminará con la I República Española–. Los mismos que, ya bien entrado el siglo XX, empezarán a conspirar contra la II República, desde el mismo momento de su proclamación. Y, un himno, por cierto, este de Riego que, de ser inicialmente entonado por los militares liberales, llegará a convertirá en el himno oficial de España, en 1931, durante el periodo republicano del pasado siglo. Hasta que nuevamente, con el final de la Guerra Civil, sea sustituido por la Marcha Real; tan asociada a la monarquía autoritaria y absolutista. Un Himno de Riego que, en su conocido y popular estribillo, se reafirma claramente en las ideas que daban pie a este artículo conmemorativo: Soldados, la patria/ nos llama a la lid/ juremos por ella/ vencer o morir. Aunque, seguramente, a muchos de ustedes la que les venga más a la memoria sea alguna de las versiones satíricas que predominaron durante los años de la Guerra Civil. Pero, me temo que esa es ya otra historia.