Daniel Morales Escobar: «El porqué del éxito de la enseñanza»

Hemos llegado a enero y ¡quién lo iba a decir! los institutos y los colegios siguen abiertos y demostrando cada vez más que son lugares seguros, pese a las elevadas ratios y a la masificación. Aquellas predicciones del verano sobre unas aulas que iban a tener que cerrar a los pocos días de abrirse han resultado totalmente equivocadas. Llevamos más de tres meses de clases en los que se ha logrado que la enseñanza vuelva a ser donde siempre, resultando espacios, no solo de convivencia y educación, sino también libres de covid.

Pero no ha sido por suerte o por casualidad. Tampoco por las medidas tomadas por el ministerio de la Sra. Celaá o por la consejería del Sr. Imbroda, enteramente escasas y tardías. Ha sido por la labor colectiva y la organización de los propios docentes y del personal de los centros, encabezados por sus equipos directivos, que han venido trabajando desde el verano. Y voy a demostrarlo contando detalladamente lo que se ha hecho y se sigue haciendo en el mío, porque es el que conozco, pero consciente de que será muy similar a lo hecho en los demás.

En pleno mes de agosto, cuando nadie confiaba en que la educación pudiera volver a su lugar habitual, se nos envío a los profesores el protocolo elaborado por la dirección para realizar las pruebas extraordinarias de los primeros días de septiembre. Era minucioso y lógico en todas sus medidas, lo que hizo que desde el primer momento nuestra asistencia fuera menos temerosa. En esos mismos días de septiembre —¡sí, tan tarde!— la consejería publicó la circular que permitía nuevas modalidades de enseñanza en Secundaria y Bachillerato, como la sincrónica y la semipresencial; poco después el claustro de profesores de mi instituto aprobó la propuesta del equipo directivo de que, en nuestro caso, desde 3º de ESO, fuera sincrónica; y el día 16 empezó el curso 2020-21, con mucho miedo, pero también con muchas ganas de volver a las aulas.

Desde entonces cada mañana y cada tarde (para el nocturno) tres o cuatro profesores y conserjes han tomado la temperatura a primera hora a cualquiera que entrara en el edificio y la mascarilla ha sido imprescindible en todo momento para el que estuviera dentro. Los pasillos tienen señalizadas las direcciones que hay que seguir para evitar contactos “peligrosos” entre los que vamos por ellos. La cafetería, abierta hasta la noche desde hace años, este curso ha estado cerrada, para impedir las aglomeraciones ante su barra. Y en las aulas cada estudiante (casi mil en total) tiene puesto su nombre en el pupitre que debe usar, al objeto de que no toque otras superficies y asegurar que entre dos ocupados siempre haya un pupitre vacío, lo que los distancia, aunque la sensación de cercanía entre profesor y alumno también se pierde totalmente. Además, no faltan en ningún sitio los envases de desinfectante, de gel hidroalcohólico y los rollos de papel para proceder a desinfectar entre clase y clase la mesa del profesor o cualquier otra que haya sido tocada por quien no es su usuario habitual.

Ya el primer día se nos dijo que las puertas y las ventanas deberían estar abiertas, pese a los ruidos. Además, en las últimas semanas del trimestre se nos envió un nuevo protocolo elaborado por el equipo de dirección que establece los horarios de ventilación de las aulas en las sucesivas sesiones de la jornada. Y todos hemos pasado frío conforme avanzaba el otoño y se acercaba el invierno. De hecho, el instituto ha estado desangelado, incluso en sus espacios habitualmente más confortables, pero lo hemos resistido abrigándonos mejor cada uno de nosotros —algunos hasta con pequeñas mantas— y agradeciendo ¡ironías de la vida! el calor de la mascarilla.

Alumnos con distancia de seguridad, en un colegio de Otíva, IDEAL, 06/11720 :: JAVIER MARTÍN

A partir de 3º el alumnado que está en el aula es la mitad del grupo, porque la otra mitad sigue la clase en sus casas gracias a los medios telemáticos que hoy tenemos. Así se logra una distancia de seguridad entre aquellos que estamos realmente en ella. Por otro lado, los alumnos no han podido traer libros al centro pero sí el móvil, una tablet o un ordenador portátil, además del cuaderno, para usarlos en las clases, y cada uno ha elegido cómo trabajar. Y, sin duda, los profesores hemos tenido que adaptarnos a las nuevas circunstancias cambiando irremediablemente nuestra metodología, que ahora incluye “explicar con FFP2”, estar siempre ante un micro o una cámara, acercarte lo menos posible a tus alumnos, proyectar a la vez que compartes documentos, hacer partícipes de las conversaciones y las tareas por igual a los que están contigo y a los que están en sus casas,…

En lo que respecta a los recreos, ningún chaval puede permanecer dentro del edificio en esa media hora, para asegurar que su desayuno (sin mascarilla) sea al aire libre, y los dos patios están divididos entre los distintos grupos, intentando que tampoco en el exterior se aglomeren en unos puntos más que en otros. Esta ha sido una cuestión vigilada especialmente por los profesores de guardia, así como por el que es el “coordinador covid”. Con relación a los aseos, son constantemente desinfectados por el personal de limpieza, que también proporciona gel hidroalcohólico a aquel que sale de ellos durante este periodo de descanso.

Finalmente, las actividades complementarias o extraescolares fuera del edificio han sido suspendidas y todas las reuniones con padres o de profesores, entre ellas las de los equipos educativos y dos claustros extraordinarios para evaluar el funcionamiento del centro, han sido de manera telemática. Y, por supuesto, no hemos disfrutado nuestros eventos habituales, como el acto de inauguración del curso y la comida navideña.

Ni ha sido fácil ni cómodo y hemos echado mucho de menos el instituto de siempre, ese en el que sentías el calor de tus propios compañeros y el de tus alumnos. Incluso, el último día, cuando nos fuimos de vacaciones, el sentimiento era contradictorio. Satisfacción, por un lado, por haber logrado lo inimaginable: el trimestre entero en el aula, sin contagios y haciendo nuestro trabajo con los jóvenes delante (o parte de ellos), que tanta fuerza te dan. Tristeza, por otro, por la frialdad impuesta por el dichoso virus, que nos ha impedido todo tipo de abrazos, los reales y los metafóricos, al distanciarnos entre nosotros y dificultar incluso la despedida. Ahora, cuando escribo estas palabras, no puedo evitar recordar con nostalgia aquellos otros finales del primer trimestre en los que los dos últimos días eran una auténtica celebración anticipada de las fiestas que empezaban. Esperemos que la vacuna, no solo nos traiga la inmunidad, sino también la afectividad que todos hemos perdido.

 

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Daniel Morales Escobar,

Profesor de Historia en el IES Padre Manjón

y autor del libro  ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)

 

Daniel Morales Escobar

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