Uno de los recuerdos que me quedan de mis primeros paseos tras el confinamiento domiciliario de la pasada primavera es la tristeza que me provocó acercarme al Hotel Alhambra Palace y verlo cerrado y sin luz. No solo no he conseguido olvidar ese impacto, sino que desde entonces no puedo evitar fijarme con atención si un hotel está abierto cuando paso por él. Y todos o casi todos están cerrados, para tragedia de aquellos que les han dado vida y los han mantenido en servicio con esmero hasta que llegó el inesperado virus que lo desbarató todo.
Pero los hoteles de Granada no son solo de sus propietarios y sus empleados; tampoco de sus clientes, que se hospedan en ellos por estar desprovistos aquí de una vivienda. Son un poco de todos los granadinos, porque aunque probablemente nunca nos habremos alojado en ninguno, sí los hayamos disfrutado en alguna celebración, alguna comida o, simplemente, algún café o copa con amigos o familiares. Son nuestros hoteles y ahora están apagados, ensombreciendo la ciudad y haciéndola más inhóspita también para los que vivimos siempre en ella.
Concretamente, el Hotel Alhambra Palace es uno de mis preferidos. En su terraza me he extasiado numerosas veces con su espectacular vista sobre El Realejo y gran parte de Granada, hasta la Sierra; pero en los salones anejos a la cafetería, con su estilo de otra época, uno se siente importante y puede llegar a imaginar durante unos instantes, simplemente sentado allí, que está en un mundo diferente, exótico y elegante, como al menos superficialmente fue el de los dominios coloniales, que todavía existían cuando Alfonso XIII inauguró el hotel construido por su amigo, el duque de San Pedro de Galatino, hace algo más de ciento diez años. Entiendo que haya a quien ese ambiente vetusto no le guste, pero a mí a veces me ha transportado fugazmente a aquel escenario refinado al que, aunque solo sea en sueños, me gusta viajar de vez en cuando. Y ahora, desgraciadamente, es imposible: la fantástica “máquina del tiempo” que es el Alhambra Palace está cerrada, lo que nunca antes había visto y por eso me duele y me llena de inquietud.
Otro de los que más me gustan es el Victoria, en la mismísima Puerta Real. Aún recuerdo, hace años, su selecta cafetería, con amplios ventanales, donde ahora una conocida tienda de moda masculina nos muestra sus escaparates. También las impresionantes copas de helado que allí se tomaban en mi época de niño, de esas con varios sabores y mucha nata por encima formando un blanco cucurucho, o los soufflés que podías pedir como postre en su salón restaurante y te servían tras gratinar el merengue con un coñac que quemaban delante tuya, lo que era auténtica magia a ojos infantiles. Hace poco he descubierto, gracias a Mis Memorias de Granada, de Luis Seco de Lucena, que el hotel se levantó donde antes había otro establecimiento para huéspedes, la Posada de las Imágenes, que se unió a la colindante fonda De la Victoria para dejar paso al nuevo y lujoso Gran Hotel Victoria. De todo ese esplendor sigue quedando su precioso vestíbulo circular, decorado con dos estampas fotográficas de antaño que llaman poderosamente mi atención cada vez que paso por delante. Tanto me gustan que alguna vez he entrado solo por estar allí un rato para contemplarlas tranquilamente y ¡quién sabe! puede que algún día pregunte si me las venden.
El que sí cuenta aún hoy con un acogedor bar cafetería es el Hotel Granada Center, en la Avenida de Fuente Nueva, justo frente a la facultad de Ciencias. Se inauguró en un año tan emblemático como 1992 y su estilo se caracteriza por la exuberancia vegetal, tanto en su moderno patio triangular interior como en la propia cafetería Al-Zagal, donde los potos caen de los grandes maceteros colgados del techo. Pero lo mejor de este lugar son, igual que en el viejo Victoria, sus enormes ventanales, como tribunas a la avenida, que inundan de luz natural el espacio. Durante muchos años esas amplias cristaleras las adornaban por Navidad con cortinas de pequeñas luces doradas y cuando uno pasaba helado por la acera sentía un irresistible deseo de entrar a calentarse y tomar un buen vino. Pero tampoco este año ha sido posible y Fuente Nueva ha estado más desangelada que nunca, porque hay veces que un solo edificio cambia una calle, como el Granada Center hace con esta transitada vía de acceso diario a la capital.
Y así se podría seguir contando del resto de hoteles de Granada, de los monumentales y de los pequeños, de los de cinco estrellas y de los de una sola, como el Don Juan, el Sacromonte, el Washington Irving, el Villa Oniria, el Atenas, el Reina Cristina, el Palacio de Santa Paula, el Inglaterra, el Molinos, el Reina Mora,… y muchos más que constituyen no solo nuestra mal llamada industria hotelera sino, fundamentalmente, parte del alma de esta tierra, que ni es nada sin sus habitantes ni es nada sin sus visitantes. Por eso deseo que el 2021, y lo antes posible, todos vuelvan a abrir sus puertas y a ofrecernos a extranjeros, españoles y granadinos lo que siempre nos han dado: lo mejor de sí mismos y una pizca de la esencia ancestral de esta ciudad.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)