La noticia de la dimisión del primer ministro holandés me trae a la cabeza que el 29 de enero de 1981 Adolfo Suárez anunciaba por televisión a todo el país que dimitía de su cargo de presidente del Gobierno de España, así como de la presidencia de su partido.
Era una decisión insólita y que no ha vuelto a producirse en nuestro país en los cuarenta años posteriores. Suárez, además, solo llevaba gobernando desde julio de 1976, es decir, algo más de cuatro años y medio, lo que convertía su mandato en el segundo más corto de la actual monarquía, tras el de Leopoldo Calvo Sotelo, su sucesor. Y, en cambio, durante ese breve tiempo se desmontó el franquismo y se fundó nuestra democracia, con todos sus defectos y todos sus aciertos.
A Suárez lo nombró el rey Juan Carlos cuando todavía tenía todos los poderes que había heredado de Franco. Fue una sorpresa porque, aunque el nuevo presidente procedía también de la dictadura y había desempeñado altos cargos, como director general de Radiodifusión y Televisión, gobernador civil de Segovia e, incluso, ministro-secretario general del Movimiento, era demasiado joven para la época y casi un desconocido en la sociedad española del momento. Formó un gobierno totalmente masculino y con varios militares como ministros, según “la tradición”. Pero lo primero fue, ese verano de 1976, una amnistía y, a continuación, la importantísima Ley para la Reforma Política, aprobada sorprendentemente por unas Cortes que todavía eran de procuradores franquistas y en un referéndum, en diciembre, por la ciudadanía, pese a que bastantes grupos de la oposición, desconfiando aún de las intenciones democratizadoras de quien venía de donde venía, promovieron la abstención. Sin embargo, esa ley fue la pieza maestra que iba a enterrar el régimen político de Franco. Contemplaba la convocatoria de unas elecciones libres por primera vez en más de cuarenta años y para ello tenía que haber partidos políticos legales y otras libertades —de prensa, de expresión, de manifestación,…— que eran indispensables para una celebración plenamente democrática.
1977 fue el año de todo ello. Primero salieron de la clandestinidad los partidos, algunos de los cuales llevaban siendo perseguidos desde la misma guerra civil. La legalización más arriesgada, a la que más se resistía el ejército, era la del Partido Comunista de España, liderado en el exilio por el veterano Santiago Carrillo. Pero el atentado de la calle Atocha de enero de ese año y el sepelio que le sucedió mostraron al país la verdadera imagen, humana y apaciguadora, de los comunistas españoles y el Sábado Santo, quizás el día más inesperado, saltó la primicia: Suárez declaraba legal el partido Comunista, que podría presentarse a las elecciones como todos los demás. Le costó hasta una pequeña crisis ministerial; ahora bien, el proceso de democratización ya sí era tomado en serio.
El presidente tuvo, asimismo, que crear un partido para concurrir a las elecciones. Fue UCD, la Unión de Centro Democrático, formado por quienes, como él, procedían de la dictadura pero parecían dispuestos a transformar el país. Más a su derecha otro antiguo ministro franquista, Manuel Fraga, creó Alianza Popular, que terminaría convertido en el actual Partido Popular. El caso es que a las elecciones, finalmente celebradas el 15 de junio de 1977, se presentaban numerosos partidos de un abanico muy abierto: desde la derecha venida del régimen de Franco hasta la izquierda procedente de la clandestinidad. Y la victoria fue de UCD, al que siguió en votos y escaños el PSOE de Felipe González. Los de Carrillo y los de Fraga quedaron por detrás.
Por tanto, Suárez volvió a presidir el Gobierno, esta vez con el respaldo de haber ganado las elecciones democráticas. Era igual de masculino que el anterior, aunque con menos militares, y su primer éxito fue la firma, en otoño, de los Pactos de la Moncloa, con los que se iniciaba el consenso que caracterizaría todo el largo proceso de elaboración de una constitución. Paralelamente se adoptaron los primeros estatutos provisionales de autonomía para aquellas regiones que ya la habían tenido durante la II República: Cataluña y el País Vasco.
Y 1978 fue el año de la Constitución, aprobada finalmente en diciembre, tras detectar a tiempo e impedir un complot golpista de oficiales ultras del franquismo que ha pasado a la Historia como la Operación Galaxia. De esta manera, solo tres años después de la muerte del dictador España se configuraba como en Estado social y democrático que adoptaba la forma política de la monarquía parlamentaria, establecía una moderna relación de derechos políticos y sociales para los ciudadanos y recuperaba de la constitución republicana de 1931 la figura de la autonomía para aquellas regiones que la solicitasen.
Sin embargo, quedaba mucho por hacer. En 1979 se celebraron las segundas elecciones generales, que volvieron a dar la victoria a la UCD y a Adolfo Suárez, por lo que, en consecuencia, siguió presidiendo el Gobierno. También tuvieron lugar las primeras elecciones municipales, para elegir miles de alcaldes y concejales que sustituyeran a los procedentes de la dictadura. Y se aprobaron los primeros regímenes de autonomía, ya fundamentados en la Constitución. Pero el carisma de Suárez empezaba a diluirse y UCD mostraba síntomas de división en sus filas. Quizás estas circunstancias fueron las que aprovechó el PSOE, que al año siguiente planteaba en el Congreso de los Diputados una moción de censura contra Adolfo Suárez. Pese a que fracasó, el Gobierno daba cada vez más muestras de agotamiento y fragmentación y el 29 de enero de 1981 se produjo la inesperada noticia: Suárez dimitía.
El país que dejaba, políticamente, era totalmente nuevo y mucho más libre, pero no todo fue tan positivo: la crisis económica era profunda, con un paro muy elevado, el terrorismo de los años 79 y 80 fue el más siniestro de toda la Transición y la conspiración golpista iba a estallar de un momento a otro, como terminó por pasar cuando se elegía en el Congreso al nuevo presidente. Además, hoy día se cuestionan seriamente algunos de los principios en los que se cimentó la democracia, como la monarquía y el olvido de todos los crímenes del franquismo. No obstante, a mi entender, la pregunta no es solo si en esos cuatro años y medio se pudo hacer mejor, sino si en los cuarenta siguientes no se debería haber hecho mucho más.
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TVE Adolfo Suárez anuncia su dimisión
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)