Hablando, en entrevista, sobre su libro, “El infinito en un junco”, Premio Nacional de Ensayo 2020, Irene Vallejo –escritora y doctora en Clásicas–, tras explicar que “Si algo me ha enseñado la experiencia es que, cuando se defienden las humanidades o la importancia de los clásicos del mundo antiguo, nada se puede dar por hecho”, mantenía como punto de partida, que “(…) la idea de que la democracia es un sistema que reposa en equilibrios frágiles, porque no lo somete todo al poder y al control autoritario. (…) Esa fragilidad la convierte en un intento humano asombroso, por eso es necesario alertar constantemente de que no es un sistema que se sostenga por inercia y requiere nuestra protección. La ciudadanía de una democracia debe ser más activa”.
Así, entended que, intentado dar un paso más allá, recordando el ayer, pero centrado en el hoy, os traiga a colación una de las afirmaciones realizada por José Luis Sampedro Sáez: “¿Es que la gente está loca? No, es que está manipulada. La opinión pública no es la opinión pública. No es el resultado del pensamiento reflexivo de la gente. (…) La gente hoy juzga sobre todo por lo que ve en televisión o por lo que lee en los periódicos, pero sobre todo por lo que ve en televisión” (vídeo de Spanish Revolution).
Y manteniendo todo ello, atisbo que hay un olvido propio de nuestros tiempos: “Si tu opinión niega derechos humanos a otras personas, no es opinión, es discriminación” (#mensajesDelCamino).
¡No lo dudéis! Para regenerar estas y otras cuestiones que ahora, indudablemente, nos afectan de forma certera, tendríamos que entender y aplicar un fundamento “clásico”: en gran parte es cuestión de “Educación” (con mayúscula), de esa tan mal traída y llevada visión de lo que hay que aprender y cómo hay que aprenderlo, sin dependencia de los vientos sociopolíticos que soplen a derechas o izquierdas.
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de
Ramón Burgos
Periodista