Las hay sanas, destructivas, opacas, lúcidas, rencorosas, entregadas. Hay relaciones que no tienen un propósito común, o las que sobreviven a todo o a nada.
Son por así decirlo, el reclamo del sufrimiento más frecuente entre nosotros, humanos, que pretendemos amar a toda costa quizá entre otras cosas porque no podemos estar solos, no queremos o no sabemos. Huelga decir que, entre las investigaciones más relevantes en el ámbito amoroso y sus virtudes, debemos destacar a Dan Gilbert. Sus investigaciones apuntan que las personas que permanecen solteras viven menos tiempo, y que entre las casadas y la que forman pareja, son más longevas las primeras. Sí, aunque parezca increíble.
La cuestión es que, si estamos diseñados para vivir en pareja, ¿por qué es tan complicado?
La mayoría de las consultas psicológicas son las relacionadas con las relaciones amorosas; duelos, convivencias difíciles, sentimientos de incomprensión, infravaloración. Se ven atrapadas en una escenificación continua, (por cierto, Facebook es todo un “museo al amor”, lleno como está de fotografías de parejas a las que pareciera que se les obliga a sonreír, “dientes, dientes” que diría la Pantoja), de la que quieren salir y el resultado como ya lo estamos viviendo, son divorcios a tutiplén.
El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cuál más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo. (Gustavo Adolfo Bécquer)
¿Qué ocurre? Lo de siempre, nosotros humanos, andamos en una guerra constante. Ya sea mundial o matrimonial, nos gusta eso de estar hipervigilantes, tener una causa ¿justificada? de pelea (no tiraste la basura), nos gusta defender nuestro terreno (mi sitio de la cama es el derecho, ¿es que no lo sabes?), nos gusta tener siempre la razón (¡es que la tengo!), nos gusta siempre lo que no tenemos (¡Ay!, con lo feliz que era yo con mi tercer marido!).
Normalmente, para cuando se tiene razón ya es demasiado tarde.
Y en cierta forma, esto es sano. Mantener nuestra identidad humanoide, egoísta, terca, incomprensible, es comprensible, valga la semi-redundancia. Nuestros instintos nos dirigen a sobrevivir, sea en el contexto que sea, en pareja, en tribu, en sociedad. Somos innatamente competitivos, nuestro cerebro funciona así. Pero, ¡cómo me gustan los peros!, lo cierto es que nuestro cerebro se puede modificar así mismo, podemos, a través de nuestra mente, de la neuroplasticidad, ver lo que somos, ser conscientes de ello, y modificar nuestras percepciones, nuestra actitud ante la vida, ante nuestra pareja, ante nosotros mismos.
Pensamos que nos enamoramos de forma fortuita, que es un cúmulo de circunstancias mágicas y únicas. Pues no, todo ello obedece a lo que se denomina “emparejamiento selectivo”, un patrón de emparejamiento y una modalidad de selección sexual que favorecen las uniones entre individuos con rasgos similares (nivel de estudios, altura, etc.). Pero, es más, los machos intentarán aparearse con las hembras de caderas más anchas que indica que son más fértiles, y las hembras buscarán a su vez, machos corpulentos, de mandíbula cuadrada, que son los mejores dotados para la caza y para abastecer a sus crías.
El verdadero amor es como los espíritus, todos hablan de él, pero pocos le han visto. (François de la Rochefoucauld)
Así, que el “amor no llega así de esta manera, que uno no tiene la culpa” que cantaría Julio Iglesias. Llega basado en muchas decisiones que no se toman conscientemente y que se ven influidas, entre otras, por el olor de las feromonas, que también influye en la decisión de la hembra. Al final, ya no sabes por qué estás con esa persona y la situación como vemos se complica más si cabe.
Sea como fuere, sí que podemos estar bien, dentro y fuera de una relación de pareja: las mismas dinámicas cognitivas que nos hacen sentir mal, las podemos invertir en nuestro bienestar. Esa es la buena noticia.
Y, ¿cómo? La respuesta no es sencilla, pasa primero por la toma de conciencia de por qué estamos como estamos, no culpabilizar a nadie, responsabilizarnos de nosotros mismos, de nuestras acciones. Pasa por desear vivir plenamente y querer aprender a utilizar todas las herramientas que existe para ello. Como he dicho en otras ocasiones, es muy fácil ser malos, lo difícil es querer ser bueno.
“El amor todo lo pasa, también se pasa, hasta pueda que se convierta, en pasa”. Divorciado alegre.
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso
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