En el japonés archipiélago de Okinawa, a unos cientos de kilómetros al norte de la capital está el pueblo de Ogimi que con una población algo más de tres mil habitantes ostenta desde hace unos años el título de la localidad con habitantes más longevos del planeta. Esta característica ha despertado el interés de numerosos estudios llegando a una serie de conclusiones que son muy interesantes.
Aparte de unas condiciones genéticas o un tipo de alimentación que seguramente influyen, una de los principales lemas de estas personas se define según el término japonés “ikigai” que podríamos traducir por “sentido de la vida” o la razón por la que nos levantamos cada mañana. Estas personas siempre tienen proyectos, propósitos, ocupaciones. Iki» significa «vida», en tanto «gai» puede traducirse como «valor» o también como «concha”. Cuando llegan a la edad de su jubilación no se resignan a dejar pasar los días contemplando el avance de las obras o las teleseries, si no que emprenden nuevos proyectos como si empezasen otra vez desde el principio.
El sentido de la vida, podría estar, según esta filosofía, en la confluencia de nuestros dones, lo que se nos da bien, con las necesidades del mundo, así que, si eres bueno cantando y el mundo necesita música, ahí encontraras tu propósito.
“Sólo si permaneces activo querrás vivir cien años». Proverbio japonés.
Otra de las costumbres que llaman la atención es su interés por cultivar la amistad, por estar en comunicación con los demás. Los “Ogimeses” no sólo se reúnen todos los días después de la comida si no que forman pequeñas comunidades en las que se ayudan incluso económicamente. Aunque muchos de estos ancianos viven solos nunca se sienten aislados. Cuando están realizando una actividad toda su atención se centra en ella viven en el aquí y el ahora. El yui-maru, que se podría traducir como «espíritu de cooperación mutua», está firmemente asentado dentro de su corazón. Crean para tal propósito, “el moai”, un grupo informal de gente con intereses comunes que se ayudan entre sí. Para muchos, el servicio a la comunidad se convierte en uno de sus ikigais.
Llevan una vida muy sencilla, todos los días practican ejercicio físico moderado, cultivan su propio huerto, frecuentan los paseos por los bosques de los alrededores, mantienen una dieta donde predominan la verdura y tratan de no saciarse en cada comida.
“Solo una vida al servicio de los demás merece ser vivida”. Albert Einstein
Si pudiésemos sacar unas conclusiones que nos sirvan, nosotros occidentales ociosos, donde el “Sálvame” ha hecho mella, como en su día “Corazón, corazón”, se podrían sintetizar:
Mantente siempre activo. Apasiónate por descubrir, explorar, en aprender, ayudar. Jubilarse o estar desempleado, no significa estancarse. Buscar actividades que te llenen, que te mantengan dinámicos, nos asegura estar siempre en disposición de encontrarle un sentido a lo que nos pasa.
Como diría E. E. Cummings, “No estar muerto no es estar vivo”.
No comas hasta llenarte, ¡deja siempre algo para el postre!, (es broma).
Ríe mucho, intenta ridiculizar tus penas, se diluyen solas, se hacen menos pesadas.
Intenta mantener todo el contacto que puedas con los demás, ya sea con o sin mascarilla, podemos echar mano de todas las herramientas que nos prestan las nuevas tecnologías, videollamadas, grupos virtuales, mensajes instantáneos.
Busca el propósito de tu vida, ¿qué te mueve por dentro?, ¿qué te ilusiona? Búscalo.
Intenta ayudar a los demás, en lo que puedas. Quizá participar en alguna asociación, en algún club. Ayudar a los demás, como ya sabemos, nos ayuda.
¡Ah! Cultiva el perdón, estas poblaciones, devastadas por los yanquis durante la 2ª Guerra Mundial, no se han anclado en el rencor, sino que conviven con comunidades de americanos afincados allí.
“¿Sabes que algún día vamos a morir?
Sí, pero el resto de días no”. Charles M. Schulz
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
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