Aún a riesgo de que se me acuse de “torpedero” –soy consciente de ello– estoy a punto de declararme, por mil y una razones, “apartidista”, es decir “Ajeno a cualquier partido político” (RAE), aunque añadiendo a la docta definición “foráneo a toda liga”… Y eso que siempre he mantenido que “El hombre es un ser social por naturaleza” (Aristóteles).
Como en todas las organizaciones humanas, las asociaciones tienen su mayor valor en las personas que las integran, pero, a la vez, ello también es su máximo obstáculo, no sólo porque cada uno “seamos de nuestro padre y de nuestra madre”, sino también porque, desgraciadamente y en muchos de los casos, anteponemos lo particular a lo social –y, además, sin reflexionar sobre las consecuencias que conlleva tal actitud–.
Si os paráis –si nos paramos– a analizar las últimas decisiones tomadas por nuestros dirigentes, pertenezcan al clan al que pertenezcan (algunas de ellas propias de tiempos faraónicos), empleando, por ejemplo, los recursos de los que disponemos en obras destinadas a perpetuar su memoria, no dudaréis en calificarlas como tropelías propias de la condena más dura posible.
Dice uno de los “Mandamientos del dictador” (uno de cuyos autores más destacado fue Benito Amilcare Andrea Mussolini) que “para erigirse en guía indiscutible lo primero es buscar un enemigo común”; es decir: encontrar la excusa perfecta para, en tiempos revueltos, impedir que el resto de los mortales seamos más conscientes, comprometidos y exactos con nuestro rol social de actores eficaces; con la exposición pública de nuestras creencias; con el compromiso ineludible de interesarse por los otros y querer ayudarles.
Así, por lo dicho, permitidme que siga manteniendo que reconstruir es tarea de titanes –y, a veces quehacer más difícil que el de simplemente construir–: las creencias, verdaderas y bien basadas, resisten al tiempo y a los ataques de los agentes externos.
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de
Ramón Burgos
Periodista