Corren tiempos muy complicados. Un virus coronado ha conseguido poner al mundo patas arriba. De alguna forma, a todos nos ha afectado. Desgraciadamente para muchos –demasiados– la pérdida ha sido trágica e irreparable; es lo peor.
A otros los ha colocado en una situación laboral complicada o en aislamientos muy duros para nuestros mayores… y así podríamos seguir con una larga, larguísima lista de efectos negativos, aunque, como siempre, algunos hayan conseguido beneficios en este río revuelto.
Ahora quiero comentar algo que me ha afectado especialmente. Cada uno en su esfera. Después de más de 40 años de magisterio universitario es el primer curso en el que no he visto a mis alumnos, casi 300. En un principio, si acaso los ojos sobre la mascarilla, pero pronto se ocultaron detrás de un ordenador con cámara desactivada, la de ellos, para no violar su intimidad, y se convirtieron en un círculo de color y una letra, dentro de las sesiones de google meet universitarias. Nunca podré recordar sus caras, nunca los podré saludar, y alguien podrá pensar, con la que está cayendo: «Qué menudencia». No! Para un profesor que ha tenido como objetivo principal, más que nada, preparar a futuros profesionales de la salud en el conocimiento del cuerpo humano, no se imaginan la soledad que se siente cuando se imparte una clase en un aula vacía. Se ha perdido esa interactuación tan enriquecedora, ese contacto dinámico, ese establecimiento de nuevas alianzas, ese intercambio intergeneracional…
Quiera Dios que el próximo curso las cosas vuelvan a ser como antes –aunque quizás nunca lo sean–, regrese pronto esa ansiada y enriquecedora interacción alumno-profesor y podamos volver a conocernos. Así lo deseo…
(Nota: Este texto se publicó como Carta al Director en la edición de IDEAL correspondiente al domingo, 21 de marzo de 2021)
MIGUEL GUIRAO PIÑEYRO
UNIVERSIDAD DE GRANADA
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