No dudéis -al menos yo no lo hago- que determinados acontecimientos marcan puntos de inflexión en nuestras vidas; en nuestros quehaceres profesionales y personales… Y, sin lugar a dudas, muchos de ellos tienen su origen y posterior desarrollo en nuestras propias acciones.
En vez de decidirnos -o, al menos, asegurarnos de la bondad del emprendimiento-, titubeamos o nos acobardamos, pensando, en el mejor de los casos salvaguardar nuestro acomodado estilo de vida.
Esas formas de bamboleo, por desgracia, han alcanzado a una buena parte de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, más preocupados por sus temporales, banales y fútiles conquistas que por el desarrollo común.
Y, con esta reflexión, no solo me refiero al peligro que, con lo dicho, corren nuestras creencias -sean cuales fueren-, sino también a las contingencias en las que nos estamos imbuyendo, o nos están adoctrinando, contrarias en todo caso, a la verdad, recordad que la «obediencia debida no es causa que sirva para eximir de responsabilidad a aquel que transgrede la ley cumpliendo la orden de un superior» (TS). ¿Que a qué viene esta ‘monserga’? Pues es bien sencillo, a que soy de los que opino -y así lo mantengo- que hay que respetar el ordenamiento jurídico, pero no los ‘caprichos’ de aquello que ostentando un determinado poder legislativo, o ejecutivo, nos intentan realquilar una existencia tiránica, cuya única estructura está basada en la deshonestidad de la ambición sin límites.
Así, sin hesitar, sostengo que nuestras indecisiones, a las que me refería más arriba, tienen mucho que ver con sus vaciles, con sus guasas o tomaduras de pelo, mientras, en lucha fratricida, se empecinan en vender humo, trocando la autenticidad por promesas vanas de un paraíso inexistente.
A vosotros, los que os pitorreáis de los demás, os recuerdo que en este país llamado España ya hemos sufrido demasiados desengaños y frustraciones para que unos ‘tontos de capirote’, esgrimiendo su cargo, vengan a atentar contra nuestro espíritu.