Juan Santaella López: «Rasgos de un buen educador»

 

Juan Santaella, dibujado por Faustino Castillo, 'Faustillo'En efecto, tras comparar los diez primeros países con sistemas educativos exitosos (Finlandia, Corea del Sur, Japón, Canadá,…) el Informe Mckinsey concluye que el nivel educativo de un país depende de la formación, motivación y aprendizaje permanente de sus profesores. Y, según PISA, lo común a esos diez primeros sistemas educativos es lo siguiente: que contratan a los mejores profesores, que les sacan el máximo partido y que la Administración interviene en cuanto el sistema empieza a bajar.

    Según The Economist, en base a estudios realizados en EE.UU., los alumnos de capacidad media con profesores  del 20%  mejor valorados acaban  siendo de entre el 10% de las mejores notas; pero si les atienden profesores del 20% más bajo, acaban estando entre los peores. En EE.UU., además, su profesorado procede  del tercio de graduados con más bajas calificaciones,  en tanto que en Corea del Sur, Singapur u Hong Kong los profesores de Primaria son del 20% de los mejores graduados.

    Además de elegir a los mejores, estos países de éxito educativo los forman muy bien.  Por ejemplo, en Singapur, los nuevos gozan de  la tutela  de profesores experimentados y todos tienen cien horas de formación anual; o en Finlandia, los profesores trabajan en equipo, supervisan mutuamente sus clases y las preparan juntos.

    Pero es que cuando el sistema tiene deficiencias, los países destacados actúan pronto y bien: Finlandia es el número uno en el tratamiento individualizado de los niños que se quedan atrás, dedicando a esta tarea uno de cada siete profesores, y uno de cada tres alumnos recibe clases de apoyo; y en Singapur, reciben clases extras el 20% de los alumnos atrasados.

Todo buen educador, además de brillante, preparado y  preocupado por el rendimiento de sus alumnos,  es también el que ayuda a formar al  educando y a  que adquiera autonomía   de comportamiento, siendo sus rasgos básicos  los siguientes:

Sabe conectar con el alumno y responder a sus inquietudes, intereses y necesidades. Gracias a esa conexión, el profesor se gana la confianza de su alumno y éste termina viéndolo como una persona que está cerca de él para ayudarle y no para fastidiarle; para corregir sus errores, sin recriminarlo, y para alabar y poner de manifiesto sus logros y sus éxitos.

Crea un clima positivo dentro del aula que permite un ambiente relajado y seguro, en el que el alumno se puede mostrar tal y como es, sin ocultar sus limitaciones o sus errores, porque se siente aceptado y querido, reconocido en su identidad propia y diferente de los demás. El alumno siente en ese ambiente una sensación de “pertenencia” al grupo y al aula que lo acoge, y su proceso de aprendizaje se convierte en una experiencia positiva e ilusionante.

Se gana la confianza de sus alumnos, porque es amable y correcto con ellos, siendo capaz de estimular a los más reacios al estudio, pues la confianza del educador en el educando es básica para el éxito de éste. Si un maestro no confía en su alumno, éste dejará de confiar en él y en su profesor, y rendirá académica y socialmente una mínima parte de lo que podría haber rendido.

Sabe ordenar el aula para que exista el adecuado clima de estudio y logra, de este modo,  que el alumno sepa cómo ha de comportarse y qué pautas ha de seguir, pues la relación del profesor con sus alumnos y la de estos entre sí debe estar  presidida por el respeto, valor hoy tan necesario en todos los ámbitos de la vida. Además de éste, ha de existir el afecto: el alumno ha de saberse querido y aceptado en clase por su profesor y por sus compañeros para que pueda crearse así un clima de trabajo adecuado para rendir académicamente y para transmitirse experiencias, vivencias y proyectos.

Mantiene una relación con el alumno del  tipo “yo-tú”, que se caracteriza básicamente por considerar al otro un fin y no un medio. Los alumnos no pueden ser clasificados por la Administración Educativa, por los centros ni por los profesores como listos y torpes, buenos y malos, y organizarlos en grupos homogéneos de acuerdo con el perfil asignado. Con esta actitud, el alumno pierde su identidad personal, su yo más íntimo, para convertirse en alumno “brillante” o en alumno “deficiente”, con el daño que se les puede hacer a unos y a otros. Uno de los valores que ha de practicar y posibilitar la educación es el de la integración en el aula de todo tipo de alumnos, tan diversos como lo son las personas que pueblan la sociedad, porque sólo en la diversidad se puede aprender el valor de la igualdad, de la dignidad y del afecto entre desiguales.

En definitiva, un buen maestro es capaz de transmitir al alumno seguridad, armonía, equilibrio, afecto y relación social adecuada.  Un buen educador es un hombre que ama a sus alumnos. Nadie que no los ame puede ser buen profesor  por muchas Matemáticas, Lengua o Historia que sepa. De hecho, no se puede ejercer ninguna profesión con éxito y con entrega si no amamos lo que hacemos, y el profesor ha de amar a los alumnos que se les ha encomendado para poder formarlas y hacer  de ellos personas justas, honestas y solidarias.

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