Confieso que he cogido entre mis manos con respeto y equidad el teclado del ordenador para adentrarme en la figura de Romualdo Aybar Zurita que ha estado al frente de la salud familiar de Huétor Santillán, durante una decena de años, tratando de no caer yo en la costumbre inveterada de elogiar a quien se va. Escribo a impulsos de mis sentimientos, sin más pretensión que esbozar esa personalidad que descubrí en su consulta en el desarrollo de mis leves patologías.
El menor de sus seis hermanos, Romualdo era hijo de maestro y ama de casa. Padre de una hija y dos hijos que califica como “buenas personas”. (¡Faltaría más!, diríamos que “de casta le viene al galgo”) El cáncer padecido por su padre despertó en él su vocación por la medicina de familia. Y su inquietud intelectual le llevó a especializarse en psicoterapia gestáltica relacionada con la psicología humanista. Aquel chico que en verano recogía melocotones y, durante el curso, se desplazaba en bicicleta para ir a la facultad, es un insaciable aprehensor de conocimientos, tan culto como llano y afable, sabiendo “ver” a sus pacientes, desde su faceta humana de amigo y consejero. Se ha distinguido, y se distingue hoy, por su alto sentido clínico. Como médico vocacionado, pues, me ha inspirado siempre una gran confianza, formulando la pregunta clínica adecuada. No maximizaba, pero tampoco minimizaba el diagnóstico del paciente. Atendía su consulta con visión holística trascendiendo el modelo biomédico tradicional. Creo poder decir sin equivocarme que “miraba” al interior de la persona antes de pronunciarse en su diagnosis. No en vano acumuló experiencia, anteriormente, por las tierras de Fiñana y Guadix.
Le he visto siempre como hombre libre, lejos de adscripciones a ideologías o banderas, leal sindicalista y profundamente crítico con el estado actual derivado de la pandemia. Enraizado en nuestro pueblo desde su comienzo profesional, participaba con frecuencia en los eventos culturales promovidos por el Ayuntamiento, el Centro Cultural o la Comisión de Salud que él mismo había creado como espacio de inculturación de la ciencia médica-sanitaria en nuestro entorno popular. Sus aportaciones “on line” nos enriquecían a través de artículos de hechura ajena o producción propia, poniéndonos al corriente del debate médico-sanitario bajo el enfoque de su honda formación profesional. Hombre de fácil conversación y exquisita deferencia en la atención médica. Me recuerda a Paracelso, cuando hace más de cinco siglos, definía la vocación médica así: “El médico crece en el corazón, procede de lo divino, es luz natural, y el fundamento más valioso de su arte de curar es el amor”… Su recuerdo permanecerá reconocido en nuestro pueblo, como el arte de ser médico de familia. Un testigo que recogerá, sin duda, su próximo sucesor en nuestro Centro de Salud.
El próximo 9 de abril se incorporará al Centro de Salud de Cartuja, en Granada. ¡Mucha suerte, amigo!