Al final de los años 90, se nos vendió un estado de bienestar ficticio, hasta el límite que todos pensábamos que a los perros había que atarlos con longaniza. Había trabajo, había ganas de comprarse una casa, un coche, ir de vacaciones, los bancos daban créditos, muchos créditos y la mayoría de la gente se hipotecaba, incluso hasta las cejas.
Pero llegó la época de vacas flacas y vinieron los despidos, los desahucios, las colas del paro y lo que es peor las colas del hambre, esa imagen que ya creíamos erradicada aquellos que peinamos canas y que nunca debiera producirse.
Acabo de leer en el periódico que la crisis actual dejará secuelas para siempre en la salud de los niños. Sí, así como lo oye. No solo con echarte a la calle por no pagar la hipoteca o quedarte años y años en la oficina del paro, sino que, además, es cierto que los más débiles, los niños, sufrirán en sus propias carnes esta cruda realidad que nos afecta y nos aturde hasta tal punto que nuestro querido Gobierno quiere negar.
Asociaciones como Caritas, Save the Childrem, Intermon y ahora Sepas (Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria), nos alertan día sí y el otro también del peligro de nuestros niños. Los menores están sufriendo en sus carnes con mayor ferocidad esta crisis galopante.
El aumento del desempleo, del trabajo precario y de las dificultades que encuentra cada familia para cubrir sus necesidades básicas ha emporado en los últimos años. La población en riesgo de pobreza ha pasado en los últimos cuatro años del 28,2% al 36,3% y esto se traduce en más niños sin una alimentación adecuada.
Si a esto añadimos el año de esta terrible pandemia, hace que los datos se queden cortos y en algunos casos terriblemente dramáticos.
Comunidades, asociaciones y sociedades como la de Pediatría piden la necesidad que los comedores de las escuelas sigan abiertos, incluso en vacaciones, pues gracias a ellos, muchos de nuestros niños toman una comida decente y adecuada a su proceso normal de crecimiento.
Apuntan, además que cuanto más precoz es la exposición a este tipo de privaciones, más irreversibles y definitivos son los efectos. No nos asustemos si con estas políticas que estamos llevando a cabo, toda una generación se quede tarada de por vida, tanto a nivel de crecimiento, psíquico y social. Lo sé por propia experiencia, pues para algo he estado casi 30 años en una multinacional vendiendo hormona del crecimiento.
Dicha hormona crecía más en países desarrollados y en familias donde los individuos se alimentaban correctamente y adecuadamente a sus necesidades.
Luchemos pues, porque nuestros niños no sufran en sus carnes esta lacra que nos ha tocado vivir y que ellos no protestan ni salen a la calle hacer huelgas o pedir más igualdad social.
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