Uno de los grandes paradigmas de nuestra época es la libertad. Actualmente asociamos la libertad con la capacidad de elegir, de manera que nos sentimos más libres cuantas más opciones se nos presentan; ya se encargan los gobiernos o las empresas en ampliarnos nuestras posibilidades con lo que nos permiten cada vez ser más “libres” ofreciéndonos opciones de manera indefinida.
Para que esta posibilidad de elegir sea completamente soberana no debe haber ninguna opción claramente mejor, sino que nuestro único criterio es el que debe imperar. Es decir que la elección debería estar incondicionada. La razón por la que elegimos algo es simplemente porque es preferible para nosotros en ese momento por nuestros gustos, por las posibilidades que tenemos a nuestro alcance. Nadie externo nos puede señalar lo que es bueno o lo que es malo porque automáticamente estaría coartando nuestra libertad, si no que en el momento en que nuestros gustos o nuestras preferencias o circunstancias cambien debemos tener la posibilidad de cambiar nuestra elección
El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre. Aristóteles
Esto supone una paradoja puesto que en el momento en que elegimos una de las opciones descartamos el resto con lo que automáticamente se nos cancela nuestra libertad. Si no ampliamos esta idea de libertad, nuestra suerte está echada. Una libertad que se consume mediante su ejercicio hace que prefiramos no elegir, no decidir. Elegimos ahora una cosa porque mis preferencias o circunstancias son ahora unas, pero pueden ser en un futuro otras. Hay dos características que subyacen en este concepto de libertad actual:
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Mis decisiones tienen que ser completamente irreprochables por lo que nadie diferente a mí está capacitado a indicarme lo que es bueno y lo que es malo
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Mis elecciones en el pasado no pueden condicionar mis gustos en el futuro, en el momento en que mis circunstancias o mis gustos cambien debo tener la posibilidad de cancelar mis decisiones y cambiarlas por otras
Esta definición de libertad es incompatible con decisiones que comprometan el futuro. Esto puede ser válido cuando elegimos una lavadora. Nuestra necesidad actual, los modelos que nos ofrece el mercado y nuestro presupuesto nos llevan a elegir un modelo concreto, pero si las circunstancias cambian y queremos o necesitamos otra lavadora nada nos impide revocar nuestra decisión y sustituirla por otra.
Si aplicamos el mismo criterio a nuestra relación con las personas, si elegimos a nuestros amigos, a nuestra pareja a nuestra mascota bajo unas condiciones concretas que son mudables (y no hay nada más mudable que nuestros sentimientos), entenderemos como normal teniendo en cuenta que no hay bien más sagrado hoy en día que nuestra libertad, que los amigos pueden dejar de serlo cuando ya no nos interese, que abandonemos a nuestra mascota en un descampado cuando nos cansemos de limpiar sus caquitas o que digamos a nuestra pareja: cuando nos casamos te peinabas a lo Johny Manero y ahora necesitas un bolígrafo para hacerte la raya con lo que mejor tú por tu camino y yo por el mío.
Nos quedamos con pocas razones para mantenernos en la palabra dada, en la promesa hecha, en el compromiso asumido. Mantener una decisión de por vida sin eco en los propios sentimientos es una labor que requiere un esfuerzo titánico y que va a redundar en una enorme infelicidad interior.
Este concepto de libertad nos viene inculcado por las grandes fuentes filosóficas de las que bebemos en nuestra época: el cine, la televisión, en menor medida la literatura. Sería motivo de otro artículo analizar cómo ha evolucionado nuestra sociedad en los últimos años viendo los programas de televisión, el debate tan intenso que supuso la emisión del primer Gran Hermano y visto ahora en el año 2021 nos parecería de lo más ñoño y mojigato.
Esto tiene además otra consecuencia negativa muy presente en nuestro tiempo y es la apatía. No encontramos nada que nos merezca la pena desatar nuestras pasiones dado que sabemos que el tiempo las aplacará. En el momento en que no hay nada que sea preferible únicamente nos quedan los apetitos momentáneos lo que nos lleva a no tener pasión, a dejarnos llevar por el aburrimiento.
La próxima semana seguiremos ampliando este concepto.
La vida es apostar y mantener la apuesta. San Agustín
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Psicóloga especializada en Mindfulness y
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