Como vimos la semana pasada, en nuestra época limitamos el concepto de libertad a nuestra capacidad de elegir lo que nos llevaba a la paradoja de que en el momento en que nos decantamos por una opción se nos cancela nuestra libertad. Dado que hoy día es impensable quedarnos sin libertad, tiene que haber una fórmula para que podamos recuperarla por lo que nuestras elecciones tienen que ser revocables en el momento en que lo consideremos. Esto parece incompatible con mantener nuestro compromiso con una palabra dada.
En las culturas griega y romana el concepto de libertad estaba ampliado de manera que ser libre es ser capaz, es el poder del que tiene sobre sí la propiedad de guiar sus pasos porque tiene la fuerza de sobreponerse.
En unas culturas donde la esclavitud estaba presente, la dimensión de ser libre toma su máxima expresión en la de disponer de sí mismo, de no ser arrastrado por otros, el que no tiene propietario si no que es dueño de sí. Lo único que nos podría arrastrar es nuestra determinación.
Y esta posesión de sí mismo nos faculta a dar nuestra palabra con las máximas garantías. Si nos comprometemos a cumplir algo porque somos capaces y libres, nada nos puede hacer revocar esa decisión puesto que excepto nuestra propia voluntad nadie más nos podría doblegar ni siquiera los dos factores más mudables a que se enfrentan los hombres: sus propios sentimientos y el tiempo.
Ese es el yunque en el que se prueba la aleación de que está hecho cada cual y el acto en el que el sujeto toma la determinación libre de permanecer inmutable sean cuales sean esas circunstancias es: la promesa.
Si rompes tu palabra, estás rompiendo algo que no se puede reparar. Aristóteles
Cuando uno promete pase lo que pase y ocurra lo que ocurra va a mantener la palabra dada. Obviamente en este caso la libertad y el compromiso no sólo no son incompatibles, sino que vienen a ser dos caras de una misma moneda.
Y hay una tercera dimensión que enriquece lo dicho anteriormente. En las elecciones capitales de nuestra vida como, por ejemplo, nuestra forma de entender la existencia, la profesión a que queremos dedicarnos o la persona con que queremos compartir nuestros días nuestra elección no es como elegimos un plato de la carta del restaurante que espera a que nosotros nos decidamos; en el fondo lo que hacemos es ofrecernos, es una invitación a ser elegidos, (o rechazados). Yo elegí ser psicóloga pero la Psicología también me eligió a mí.
De esa forma podemos decir que elegimos con la ilusión de ser elegidos y por tanto lo importante es esa recíproca elección.
Nadie quiere que la persona con la que compartimos nuestros días esté con nosotros únicamente porque en su momento la elegimos, queremos también ser elegidos en ese ejercicio de libertad suprema.
La estructura interna de libertad como ofrecimiento es la piedra preciosa, no es un elección temporal que variará en cuanto las circunstancias cambien o en cuanto nuestros sentimiento o apetencias sean diferentes, significa: estaré aquí para ti y para siempre pase lo que pase y ocurra lo que ocurra.
De esta forma con estas tres dimensiones si la libertad es nuestra posibilidad de elegir, a su vez somos más libres cuanto más capaces somos de ser dueños de nosotros y además entendemos que a la hora de elegir realmente nos estamos ofreciendo concluimos que libertad y compromiso no se pueden dar lo uno sin lo otro.
A las personas nos gusta sentirnos amadas con esa determinación de que sean cuales sean las circunstancias, lo ajada que esté nuestra piel o que cada día tenemos una manía nueva seguimos siendo dignos de ser amados.
La única medida del amor es el amor sin medida. San Agustín
Ver también:
Virtudes Montoro: «Libertad y compromiso. (Parte I)»
Ver más artículos de
Psicóloga especializada en Mindfulness y
Terapia de Aceptación y Compromiso
Correo E:
aceptayrespira@gmail.com