En la anterior entrega expresaba que el actual cementerio dicen que se empezó a utilizar en torno a 1945. Aunque la existencia de muchas tumbas anteriores a esta fecha hacen dudar de la misma, pero también es muy posible que fueran trasladadas desde el antiguo cementerio del Empedrado al nuevo. Un plano de 1949 revela cómo todavía el cementerio se situaba en una zona rústica, rodada de cultivos en la zona denominada “Eras del Arenal”, con entrada por el camino de Gójar, en la confluencia de los barrancos del Muerto y de la Negra y junto a la acequia del Genital.
La hilera de nichos más antiguos conserva en el centro un pequeño pabellón, a modo de capilla, que conserva la lápida con la sepultura de don Manuel Díaz Montes, fallecido en 1899. Debió servir como primitivo oratorio, aunque también pudo ser uno de los primeros panteones del cementerio. Pero hay sepulturas más antiguas y más nobles. La marquesa viuda de Bacares, nacida en La Zubia, doña Francisca de Paula de Montes y Gómez, enterró en el nuevo cementerio a varios de sus hijos, en un pequeño panteón, que preside con sencillez parte del patio central.
También se encuentra allí la sepultura de un sobrino de la marquesa, don Francisco Bermúdez de Castro y Montes (1851-1898), rico hacendado asesinado en su propiedad de la sierra de Cázulas en circunstancias poco claras todavía. Fue el padre de la III marquesa de Montanaro, una peculiar aristócrata que casó hasta en tres ocasiones sin lograr sucesión para su inmensa fortuna.
De los años veinte se conservan pocas laudas sepulcrales, pero algunas testimonian el uso del cementerio en aquellos años, como la del coronel don Manuel de la Prada y el que parece ser su nieto, Francisco Fernández Montesinos de la Prada; o la del jefe de la Guardia Municipal y Caballero de la Orden de Isabel la Católica, don Antonio López Linares.
Pero la muerte lo iguala todo. En un camposanto podemos encontrar a pobres de solemnidad junto a la nobleza más rancia, asesinos sepultados al lado de sus víctimas, políticos enfrentados en el consistorio yaciendo uno al lado del otro. Pero también gentes de las más variadas condiciones: artistas, sacerdotes, borrachos, hinchas de fútbol, y casi hasta santos. Ese sería el caso del presbítero Pedro Ruiz de Valdivia (1872-1937), disparado en la Guerra Civil, y que ha sido proclamado recientemente beato por la Santa Sede, en noviembre de 2020, por lo que ya puede ser honrado con culto, en lo que puede ser el paso previo a una canonización. En el cementerio se conservan su tumba, la de su sobrina Pilar, bienhechora del seminario diocesano, y las de otros familiares.
La Guerra Civil está bien presente en nuestro camposanto y hace poco fue declarado “Lugar de Memoria Histórica”, homenajeando a E.G.R., vecino de Cenes de la Vega, represaliado por el franquismo que fue asesinado igualmente en 1949 después de permanecer diez años escondido en la Sierra, en el Barranco del Búho, junto a la era de los pensamientos. El lugar de Memoria se encuentra junto a la entrada del cementerio, a la izquierda, al lado de un pilar, sobre la fosa en la que está enterrado. Allí, una placa con sus iniciales (por deseo de la familia no se ha dado su nombre a conocer) inaugurada en 2016, honra su memoria. Curiosamente, al otro lado de la puerta de entrada, a la derecha, se encuentra una pequeña capilla-panteón donde se ubica la tumba de otro singular personaje. La voz popular apunta condenatoriamente a este individuo como encargado de delatar y denunciar a los republicanos, sindicalistas, o simplemente “rojos” ante las autoridades y la Guardia Civil. Se afirma que incluso denegó ayuda a su propio hermano para evitar ser condenado por fiel a la república. El azar, la mala suerte, o los hados se han conjurado para que un fusilado y un delator compartan hoy el mismo suelo. La muerte y los cementerios son ciertamente asombrosos, y encierran muchas historias que ya apenas nadie recuerda.
Contaba mi abuela con fascinación, que nunca había visto un cortejo fúnebre tan impresionante como el celebrado con motivo del fallecimiento de Aníbal del Campo Díaz, un alférez de regulares, que según reza todavía su placa “murió por Dios y por la Patria en los frentes de batalla”, en un nicho que fue donado por el Ayuntamiento de la Zubia a sus padres. El desfile de militares ataviados con sus más altas insignias, medallas, y condecoraciones, el paso de filas numerosísimas de soldados, y la autoridad que representaban se quedó grabado en su mente el resto de su vida. La razón para tanta parafernalia era poderosa, se trataba del hijo de Miguel del Campo Robles (1871-1948), el teniente coronel que el 20 de julio de 1936 entró con armas en el Ayuntamiento de Granada, y dijo: «En nombre de España vengo a hacerme cargo del Ayuntamiento», al alcalde Manuel Fernández Montesinos Lustau, que fue detenido y después fusilado. Permaneció al frente de la alcaldía, o de una comisión gestora municipal hasta que en mayo de 1938 fue cesado, con el grado de coronel. Miguel nació en Cuba, pero convaleciente de un combate en el Rif, conoció a una zubiense con quien se casó, madre de su hijo Aníbal, lo que explica su presencia en el cementerio y que el Ayuntamiento les donase el nicho donde hoy yacen todos.
De otros restos probablemente nunca sepamos su historia. Como la de una lápida que todavía hoy permanece rota y abandonada en el mismo camposanto. El paso del tiempo hace estragos, y seguramente ya nadie recuerde a doña Vicenta Márquez, fallecida en 1894 y de la que destacaron ¿sus herederos? su abnegación, fidelidad y desinterés. O la tumba del ángel Pepito, sin más datos, que nos impide saber no sólo la identidad del fallecido, sino también la edad de su óbito, o incluso el momento del fallecimiento. La tristeza que debió embargar a sus padres todavía parece recorrer esta triste y solitaria tumba.
En otras ocasiones, las lápidas son testigos del nivel de alfabetización de los marmolistas, y nos permiten apreciar el desconocimiento que podría tener para ellos un apellido tan frecuente en La Zubia como Melgarejo, o ignorar si Ramírez terminaba en –s o en –z, e incluso la concordancia léxica de morir a los “21 año”. Lo que transmiten es el nivel cultural en aquel año de 1945, el mismo año que se legisló sobre la obligatoriedad de la asistencia de clase a los adultos que no tuviesen certificado de estudios primarios. El papel lo aguantaba todo, pero la realidad fue que hasta 1950 no se creó la Junta Nacional de Alfabetización que teóricamente logró reducir la tasa de analfabetos adultos de un 17% en 1950 a un 9% en 1970. La falta de escuelas, junto a la ausencia de maestros, debió ser la causa de la semi-alfabetización de aquel cantero. Una de las soluciones pasaba por aquel Plan Nacional de Construcciones Escolares que ayudaría a construir las escuelas del Empedrado.
Continuará…
AROMAS DEL LAUREL:
Un recorrido por la historia de La Zubia.
Alberto Martín Quirantes
Miembro del CEI Al-Zawiya
VER CAPÍTULOS ANTERIORES:
01 La Inquisición en La Zubia
02 Antonio Gala y los Sonetos de La Zubia
03 La Infanta de La Zubia
04 Los cementerios de La Zubia (1ª parte)
05 El órgano de la Iglesia de La Zubia
06 Los cementerios de La Zubia (2º parte)
07 La Huerta Iberos
08 Los cementerios de La Zubia (3ª parte)