A veces –siempre–, hay que detener la actividad diaria para reflexionar sobre lo que nos está pasando e intentar prever el futuro inmediato, analizando las causas y circunstancias que nos rodean.
En mi caso y como remedio –os descubro un “secreto” que, siempre que tengo ocasión, lo manifiesto a voz en cuello–, ojeo con la mayor atención el Diccionario de la RAE, deteniéndome en aquellos términos que, por un motivo u otro coinciden con las circunstancia que me abruman.
Hoy, repito que, con todo cuidado, me he detenido en la tercera definición de la palabra “chapuza” y como se “entiende” en México: “estafa (II acción de estafar)”; lo que, precisado así, tengo para mí que va más allá de las otras dos acepciones recogidas en el docto volumen: “obra o trabajo, generalmente de mantenimiento, de poca importancia” y “trabajo hecho mal y sin esmero”, y que solemos utilizar como “más adecuadas” en nuestro diario parlamento.
Pues bien, teniendo en cuenta lo dicho, a partir de hoy, cambio de opinión: los quehaceres mal ejecutados los entiendo como timos, robos, hurtos, etc., los haga quien los haga y tenga el cargo u oficio que tenga, aceptando como infalible el origen del vocablo fijado por easyespanol.org: “Se dice que la palabra ‘chapuza’ proviene del francés ‘chapuis’, que es un trozo de madera macizo y pesado sobre el que solía cortarse la cabeza a los condenados a muerte y también era utilizado por cocineros y carniceros para picar carne”.
Y no es que yo quiera recurrir a la violencia, es que, sin duda, ha llegado el momento de colocar a cada uno en su sitio, al menos por aquello que “lo barato (siempre) sale caro”.
Seguro que ya sabéis a qué y a quienes me refiero, con toda intención, y recordándoles, a ellos, el necesario propósito de la enmienda, si es que aún les queda algo de vergüenza (porque lo que es la timidez…).
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de
Ramón Burgos
Periodista