Cuenta Yolanda Ortiz Mallol en su libro Norma y vida. Reflexiones de una fiscal en activo el caso curioso de un juez que en la sentencia dictada en un proceso por tentativa de homicidio aludió a una escena de la película de Woody Allen La maldición del escorpión de jade. Y “Fue una sentencia justa,… en la que la secuencia ayudaba a comprender lo que se pretendía exponer. Ninguna confusión de términos hubo, por tanto; …”.
Además, no es la única referencia al cine ni al afamado director americano que hay en este libro, muy bien escrito, que intenta que comprendamos algunos de los principios esenciales de un mundo tan abstracto como el del Derecho y la Justicia. Sin duda, tanto para la fiscal autora, como para el mencionado juez, el séptimo arte puede ser una ayuda idónea para transmitir y hacer asimilables nociones jurídicas y situaciones “incomprensibles” de la vida real; quizás por no ser habituales porque, si lo fueran, estaríamos familiarizados con ellas y su entendimiento sería fácil para todos.
El caso es que este ejemplo me ha gustado especialmente y explico por qué: desde hace años vengo usando el cine en clase para acercar la Historia a los alumnos. Fue la posibilidad que nos dio primero el vídeo, por lo que durante bastantes cursos me dediqué a grabar películas que me sirvieran para ello. Hoy es todavía más sencillo gracias a las últimas tecnologías. Por eso, muy frecuentemente, proyecto cintas completas en clase (varias clases) o determinadas secuencias que revisten un interés especial para el tema o cuestión que estoy tratando en ese momento. Pongo varios ejemplos:
En estos tiempos de tan frecuente banalización interesada de conceptos esenciales como democracia, libertad, fascismo o comunismo, la obra más emblemática a la vez que útil es El gran dictador, estrenada por Charles Chaplin en 1940 aunque aquí en España no pudo verse hasta treinta y seis años después, por motivos que cualquiera puede imaginar. Desde su primer minuto es una joya del cine en blanco y negro y una sátira mordaz del nazismo alemán (y de otras dictaduras similares) en la que especialmente clarificadores de algunos de los conceptos anteriores son los minutos finales, cuando el siniestro ministro del Interior y de Propaganda de “Tomania” —un imaginario país que se parece mucho al III Reich— hace un discurso en el que concentra nítidamente todas las más amenazantes ideas del nacional-socialismo:
“La victoria es para el que la merece. Hoy día democracia, libertad e igualdad son palabras que enloquecen al pueblo. No hay nación que progrese con tales ideas. La apartan del camino de la acción. Por ello las hemos abolido.
En el futuro cada hombre tendrá que servir al estado con absoluta obediencia y ¡hay de aquel que se niegue a servirlo!
Los derechos de ciudadanía les serán denegados a los judíos y a los que no sean arios. Son seres inferiores y por lo tanto enemigos del estado. Obligación de todo verdadero ario es odiarlos y despreciarlos. (…)”.
Frente a este, el pobre barbero judío coprotagonista del filme, confundido con A. Hynkel, el histriónico dictador de ese estado ficticio, termina la película con uno de los mejores alegatos de la libertad y la democracia de toda la historia del cine:
“(…)
El odio de los hombres pasará y caerán los dictadores, y el poder que le quitaron al pueblo se le reintegrará al pueblo, y así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Soldados:
(…)
En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres trabajo y de a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Con la promesa de esas cosas las fieras alcanzaron el poder, pero mintieron; no han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres solo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer nosotros realidad lo prometido. Todos a luchar para libertar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, donde el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados:
En nombre de la democracia, debemos unirnos todos”.
Otro tema peliagudo, como el de la Guerra Fría, la división de Alemania y el Muro de Berlín, cuenta con muchas obras sobresalientes. Destaco únicamente dos, que me han resultado “providenciales” en numerosas clases, porque ¿cómo puede dividirse una ciudad entre dos repúblicas distintas situándose, además, dentro del espacio geográfico de solo una de ellas?
La primera, la reciente película de Steven Spielberg El puente de los espías, nos ofrece unas excelentes recreaciones del histórico muro berlinés, desde su construcción en 1961, con su imponente estructura, hasta el drama que allí vivieron tantos que intentaron huir de la dictadura comunista en la RDA sin conseguirlo sino, por el contrario, pagando el intento con su sangre.
En cambio la segunda, la muy premiada Good Bye, Lenin —Goya a mejor película europea en el 2004–, del alemán Wolfgang Becker, nos ofrece una detallada perspectiva de los meses de 1989 y 1990 en los que cayó El Muro y Alemania se reunificó, después de más de cuarenta años de experiencias separadas. Pero la visión del director no es totalmente elogiosa con el proceso ni con el resultado, mostrándonos también los peores rasgos de ese capitalismo al que se enfrentaron los berlineses orientales, así como el resto de los ciudadanos alemanes del Este.
En conjunto, estas películas siempre me han ayudado a que los alumnos entiendan algunas de las situaciones más incomprensibles del pasado. Por eso aplaudo a la fiscal y al juez. Aunque parezca mentira, la ficción cinematográfica es una de las más poderosas herramientas de las que disponemos para entender la realidad, sea de la Justicia o de la Historia. Ojalá más sentencias se explicaran de esta manera, pero entonces el Derecho resultaría entendible, y ojalá más lecciones se impartieran igual, pues en ese caso la Historia sería más provechosa.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)