Hacemos un retorno al pasado cuando, al cruzar el río Vilna, el jameño se hallaba en un territorio donde será considerado un “extranjero” y ello se aprovechó en la época de la rebelión lituana (más o menos como aquí sucedió con las protestas de la Puerta del Sol-Madrid o Plaza Cataluña-Barcelona) prácticamente todo el país se levanta, las protestas se encienden y extienden por todas las repúblicas bálticas.
La realidad es que no han mejorado mucho y vemos que se han perdido un montón de cosas, sobre todo diplomacia y educación, quizá entonces, cuando ya nadie preste un céntimo a estos majetes, nos darán lecciones para sobrevivir prácticamente sin nada.
La utopía empezó de nuevo en esta zona, caído el muro de Berlín y el Imperio soviético (Yeltsin se me apareció después en Helsinki, pero esa es otra historia), este meandro se acabó convirtiendo en punto de encuentro de todos los amantes de la hierba y la bebida [la moneda es la cerveza dicen, no baja de precio, pero tú pagas en €uros], artistas, soñadores, okupas, al fin de cuentas, acabaron declarando un estado independiente o república en 1998. Vilnius hace la vista gorda y en 2018 conmemoraron dos décadas de autogestión dentro de unos cánones que controla el gobierno central siempre y cuando no se salten los estrictos límites en los que están confinados por propia voluntad.
Evidentemente todo está en plan jarana y al sistema ya le va bien, ahí quietecitos y no molestéis. Tienen su propia constitución que luce en una veintena de idiomas en placas de acero inoxidable pegadas en la pared (mejor intentar verlas por Internet porque están pensadas no precisamente para ser fotografiadas, si se dispara el flash, adiós imagen) y concluye con: “No te des por vencido. No contraataques. No te rindas”. Vaya que parece calcado de uno de tantos manuales de autoayuda, en fin que si lo desean, nada más teclear y ver tan peculiar constitución que, quien sabe, a lo mejor es a lo que aspiran por otros lares, a mí me devolvía a un viejísimo viaje a Copenhague y Oslo con sendos lugares para los que hace décadas le dan al porro. ¡Curioso, los perros allí no ladran… aunque al que le pregunté no sabía decirme por qué o quizá estaba tan colocado que al final decidió hacerse el sueco!
Por supuesto, aunque no lo parece, todo en plan cachondeo o lenguaje guasón, tienen presidente, himno, bandera y moneda, que no se devalúa: la milenaria cerveza. Lamentablemente ni una silla para poder degustarla en aquellos días soleados del estío, la zona estaba a rebosar y eso que los precios son “capitalistas” en el más amplio sentido de la palabra. Mucha okupación pero, el negocio es el negocio, los guiris que se pierden por tan particular rincón de Vilnius, que paguen. Esto no es el circo y nosotros no vivimos del aire.
Lamentablemente el viaje no coincidió con el día de los Inocentes (la guía nos informó que eso allí se produce en abril) cuando los ciudadanos libres de Uzupis festejan el aniversario de su estado de jauja. En esa celebración sellan pasaportes en el puente principal (que es el que usé para salir de este territorio) y el presidente realiza sus discursos justo donde se encuentra el Ángel de Uzupis.
El Puente de los Candados puede ser un claro ejemplo de la estolidez universal y, de cuando en cuando, hay que cortarlo para evitar que, por el peso, deje a los bohemios sin salida natural y podrían resfriarse si han de cruzar el río a nado, porque en ningún sitio veía que hubiera una marina para casos de emergencia.
Patearse esta peculiar zona tiene su encanto, una de sus peculiaridades es el bilingüismo de sus calles que aparecen en Lituano y Tibetano, incluso algún viejo almacén ofrece bocados de tan exótica procedencia. Quizá el Museo de los Herreros o el Gremio de los Alfareros puedan ser de interés, por supuesto como buenos “okupas” ofrecen alojamiento barato y el célebre olor a hierba o pachuli lo impregna todo.
Últimamente la zona ha entrado en la vorágine especulativa y puede que acabe muriendo de éxito, mientras tanto el abandono de muchos de sus edificios no atrae precisamente al despistado. Si no sabes a donde vas, no es el lugar en el que, por su aspecto, recomendarías. Debemos colegir es algo peculiar y hasta recomendable a fin de cuentas cada uno debe de ser libre de hacer lo que le plaza y allí parece que ellos han encontrado su peculiar paraíso que nosotros acabamos dejando atrás precisamente por el puente de los candados camino del excelente Lokys en la calle Stikliu, cerca del viejo ayuntamiento y en pleno casco histórico judío que, dicho sea de paso, queda bien poca cosa, pero al menos un plafón informa de la barbarie, de la sinrazón del hombre cuando se convierte en lobo. El restaurante, en España, estaría cerrado… ¡Somos tan quijotes!, aquí funciona en los sótanos con toda la tranquilidad del mundo, eso sí, o tienes reservado o allí es imposible echarte algo al gaznate a determinadas horas del mediodía.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborado regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.