Cuando inicié los preparativos para el regreso al Báltico había un cosquilleo en mi interior, tengo por norma no volver al lugar que me dejó recuerdos imborrables para no ver el desastre acontecido con el paso del tiempo. El reencuentro mental con el viaje de 1981, entonces Repúblicas Socialistas Soviéticas a resultas del concurso de Radio Moscú que realizó el año olímpico, lógico preguntarme ¿qué me encontraría cuatro décadas después? ¿Maravillas como nos quieren hacer creer o unos países bajo las botas de un capitalismo feroz que trajo muchas cosas positivas, aunque también paro, emigración y exclusión?
Veamos: la vivienda, muchos lograron conservar sus paredes de la época comunista, los que vinieron detrás ya no tenían esa prestación. En las repúblicas bálticas andaba por 10.000 euros metro cuadrado. Los cascos históricos fueron privatizados y esos fastuosos palacios de antaño de una etapa histórica lejana (Liga Hanseática o Imperio Zarista) piezas codiciadas por toda clase de especuladores planetarios.
El país apenas tiene 65.000 km² y algo más de tres millones de almas, un tercio vive en la capital y su zona de influencia. ¡Viejos tiempos los de sus emisiones en Onda Corta cuando la URSS era hegemónica en el uso de la radio a nivel planetario! Los precios, con la entrada en la UE, padecieron una inflación de más del 200%, según me comentaron la gran excusa es que subieron los impuestos.
La transformación de los cascos urbanos es impresionante, edificios y torres acristaladas desafiando las alturas y amortizando al máximo los fondos que se instalan tras el tocho ¿o era el tocomocho? de la construcción. La parte histórica se salva por leyes que tratan que esa gran riqueza arquitectónica, acumulada durante siglos, no sea barrida por los nuevos amos.
Las tres capitales son patrimonio de la UNESCO y tratan de preservarlas, para solaz y disfrute de millones de turistas. ¡Cuánta diferencia respecto a mi primera visita donde apenas había gente y por todos lados nos agasajaban con lo poco que había! Hoy, en la mayoría de los casos una cerveza no baja de 3€.
El viaje lo iniciaba en Vilnius que abrió su aeropuerto tres días antes de mi llegada, había carritos por aquí y por allá, operarios tratando de dar por finalizadas las obras antes del invierno. Todos los días llovió, haciendo honor al sobrenombre de Lituania: país de las lluvias.
Tras llegar al hotel (el mejor emplazado de todo el periplo), instalarme e inmediatamente patear la capital lituana aprovechando que la tarde era larga y a imbuirse de un pasado que parece extraído de las leyendas de la mitología nórdica de Thor y Odín. Desde la ventana observaba un gran lobo blanco sobre un tejado ¿estaría soñando o era la réplica del que inspiró a Gedimidas en 1320?
La historia arranca con la presencia humana en este emplazamiento en el siglo IV. Los tártaros casi se la comen en el XVI cuando se levantó el impresionante muro defensivo de más de dos kilómetros de longitud cuyo testimonio es la impresionante Puerta del Alba o de la Aurora (Ausrus Vartu), es la única que se conserva intacta, cuando se cerró el perímetro amurallado, los insumisos –en todas las épocas y lugares los hay- fueron puestos extramuros y ya saben quiénes fueron los primeros que cayeron ante los continuados ataques tártaros (no quisieron contribuir ni monetaria ni laboralmente, las autoridades los forzaron a abandonar el recinto amurallado) y me adentré en el denominado casco histórico hasta llegar a la catedral y el impresionante Palacio Real.
El paseo tenía como objetivo hacer tiempo hasta la hora de la cena, algunas iglesias habían quedado abandonadas en la II Guerra Mundial, hubo episodios no muy edificantes para los lituanos: el gueto de Vilnius fue arrasado y los paisanos no escatimaron esfuerzo para delatar al pueblo que tanta riqueza les generó. Para escarnio de las nuevas generaciones está el Museo del Holocausto, reconstruido, planchas históricas sobre aquella gran vergüenza, uno puede ensimismarse y tratar de comprender cómo fue aquella terrible contienda.
Para saborear la capital, lo sugerente es una estancia de una semana, el único problema es el idioma, pero con el inglés sales adelante, en turismo hay posibilidad de hacerse con una guía en español, previo pago, si es en temporada estival se puede intentar contratar el servicio para la parte más esencial, se pagan por horas.
La historia le asaltará en cada rincón y no siempre el ciudadano de a pie está por la labor cuando le preguntas por el gueto (la oficina de turismo puede ser nuestra salvación). Sea como fuere, no es fácil imaginar cómo entre el 6 de septiembre y el 20 de octubre de 1941 fueron exterminadas 11.000 personas, hay una placa alusiva en la calle Gaon -“Gaono gatvé” en lengua lituana-.
Juan Franco Crespo
Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.