Virtudes Montoro: «Trigal espera»

Auschwitz, 1944, el preso nº 119.104 mira el amanecer sobrecogiéndose por el contraste de colores que inundan el cielo, a pesar del fuerte olor a carne quemada, que expelen las chimeneas del pabellón donde desaparecieron, en ordenadas filas indias, muchos de sus compañeros de barracón, invitados a abandonar las literas la noche anterior.

El eminente psiquiatra Viktor Frank, que para mí es uno de los grandes referentes vitales y que, siempre recomiendo vivamente su lectura, nos relata este hecho asombroso: cuesta entender cómo en uno de los más lamentables episodios de la historia reciente de la humanidad como fue el exterminio nazi, los presos, a veces, se consolaban y evadían de tanta barbarie contemplando una puesta de sol o un amanecer o se sorprendían por los caprichos de la naturaleza, un bosque frondoso o cómo una florecilla se abría paso, tozuda, entre la nieve.

Y es que la capacidad de percibir la belleza es una de las cualidades que más nos definen como humanos y nos diferencian como especie. Incluso los grandes primates evolutivamente más próximos a nosotros si los colocamos enfrente del David de Miguel Ángel y a su lado una banana, el mono lo tendrá muy claro y se lanzará a por la segunda sin ningún género de duda y probablemente lance con indolencia o desprecio la piel a la cara del David.

Si hay algo por lo que vale la pena vivir es por contemplar la belleza. Platón

La belleza se ha estudiado desde la filosofía hasta la ciencia y las conclusiones han ido cambiando con el tiempo: se consideró que nos parecían más bellos los cuerpos curvilíneos porque los asociábamos a la fertilidad, el hecho de que un paisaje frondoso nos resulte más bello que uno árido podría deberse a que lo consideramos más acogedor para la vida. En otras ocasiones se pensó que si se respetaba la proporción áurea nuestra percepción de belleza aumentaba, etc. En definitiva, lo que percibimos es un cierto placer al contemplar aquello que nos parece bello. Y ese fugaz y esquivo momento nos reporta felicidad.

Podríamos considerar que la belleza es algo subjetivo aunque suele haber bastante consenso en que las manifestaciones majestuosas de la naturaleza como una puesta de sol en una cala inhóspita, un amanecer en la montaña cuando el sol se abre paso entre las rocas, la contemplación de una tormenta desde nuestra ventana con rayos y truenos que resuenan y nos sobrecogen, son estampas realmente bellas.

Algunas personas con una sensibilidad especial son capaces de encontrar la belleza en los más insólitos rincones: la disposición de unas piedras, la imagen de una madre con su hijo o un gato que dormita en una ventana pueden llegar a emocionarles.

Por desgracia la sociedad actual que ha endiosado a la tecnología y a la ciencia ha dado la espalda a la belleza. Estamos en la época de la práctico, todo se mercantiliza, necesitamos la gratificación inmediata. Hemos desechado la belleza de nuestras vidas y la hemos reemplazado por sucedáneos de cartón piedra, edulcorados con sacarina y con filtros de Instagram en un esfuerzo incomprensible del hombre por conseguir su propia destrucción.

Creo que tenemos que recuperar nuestra esencia y esforzarnos en encontrar la belleza en los acontecimientos cotidianos: en las gotitas que se posan en el cristal con el rocío, en la sonrisa sincera de un bebé, en el olor de un café recién hecho, en el buenos días ronco y lejano de nuestro vecino, nuestra felicidad depende de ello.

Una capa redonda llena de espigas,

una nube trigal y una cosecha celeste

me han sonreído hoy a la altura del cielo de la boca.

Por un momento he sido trigo enamorado

y he dejado de ser, polen libertario

en medio de secanas esperas,

buscando amapolas frágiles aferradas

a subsuelos de aceras y cemento.

Virtu Doncel

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