La verdad supera a cualquier otra maravilla creada por el hombre en un entorno privilegiado en esta zona acuática. Una naturaleza impresionante y agua por doquier a pesar de ser finales de agosto, la lluvia y la bruma no permiten disfrutar de este castillo que parecía sacado de las historias de Thor y Odín que tanto me atrapaban cuando había devorado Capitán Trueno, Jabato, Hazañas Bélicas y otra decena de cabeceras de los tebeos de mi infancia, impresos mayoritariamente en Barcelona [Editorial Bruguera ubicada en la calle Mora La Nueva, al lado comencé mi trabajo como docente en Barcelona o las historietas de México de allí llegaban otros héroes que nos hacían soñar] y para los críos del momento bastaban para hacernos llorar o hacer volar la imaginación.
Uno creía que todo era fruto de la imaginación del escritor y el dibujante pero las historietas de los tebeos se encontraban perfectamente desarrolladas en la Espasa Calpe del momento que consultaba cuando la Biblioteca estaba en los Bajos del Ayuntamiento de mi Alhama; luego la trasladarían a un lado del Tajo, frente al Cortijillo de Jaspes, para descubrir hace pocos años que la han sacado [se gastó dinero público -de todos- para construirla y se ha vuelto a gastar otra millonada para sacarla; en este país somos así de Quijotes: pagamos las cosas dos veces. Hoy es un lugar que sólo existe en mi cabeza].
Esos tebeos me adentraron en el mundo mágico, maravilloso de la lectura y, a pesar de ello, cantidad ingente de personas siguen sin descubrir el fantástico mundo de la literatura. Quizá porque uno no siempre comienza por algo que le atrae, que le atrape, cuando eso sucede sigues cosechando horas de placer con ese gran amigo de la soledad: el libro, un amigo que nunca te abandona.
Menos de media hora de carretera, partiendo de Vilnius, una vía llena de bosques, te adentra en la península sobre los lagos Galve, Luka y Totoriskiu, y nos encontramos el enclave del castillo de Trakai. En la Edad Media los mercaderes rusos se establecen en la zona y edifican diferentes iglesias. Aquí se asentaron 300 miembros de las tribus de Crimea que se integraron en el ejército del gran duque Vytautas (XV). La presencia está documentada en el pequeño museo del castillo [los descendientes de aquellos pueblos karmitas viven todavía en la zona, demasiado occidentaliza y encorsetada por la atroz demanda turística] al que se accede tras dejar atrás las tiendas de quincallería que acaba desbordando las maletas. Tras unos minutos de tiendas, se llega a la encrucijada que da acceso al puente de madera que te lleva a las puertas del castillo reconstruido en su característico ladrillo rojo. Inicialmente levantado en el XIV-XV tuvo una función defensiva, se alojaron los gobernantes de Lituania hace 500 años y se cree que Gediminas lo había convertido en la capital del territorio en el 1320.
El Festival de Trakai, se celebra en el interior del castillo (en julio, el mejor momento para visitarlo, yo llegué en agosto y ni remota idea de visitar este enclave), allí quedan algunos artilugios de tortura medieval que sirven para hacer fotos e imaginar lo duro que era ser reo. Lástima que la persistente lluvia y la bruma no permitían disfrutar del esplendor de tan magnífico entorno. La zona es un punto de gran atracción para el viajero, bonita, relativamente cerca de la capital y excelentemente comunicada en transporte público [trenes y autobuses bastante frecuentes, aunque algo apartados, hay que caminar unos veinte minutos] permiten disfrutar de este enclave con relativa facilidad y, si les sobra tiempo, acercarse a la reserva zoológica y botánica de Varnikai [a cinco kilómetros] otra excelente opción para completar el viaje, bastará seguir los letreros VARNIKU GAMTOS TAKAS, eso sí, con buen calzado y chubasquero, en pleno verano la lluvia hace acto de presencia en Lituania País de la lluvia.
Si tiene tiempo reserve un día en medio de la semana para quedarse en el acogedor Apvalaus Stalo Klubas que se reparte en dos casas a orillas del lago, cuando las decenas de autocares han regresado a Vilnius, permite disfrutar de una tarde de tranquilidad y gozo en este enclave realmente único. Recomendaría la Casa Karaimai [más espartana y económica] y varios precios, dispone de un buen restaurante y piscina (no es lo que uno busca por allí, pues en verano las temperaturas son parecidas al invierno en España). Si le gusta experimentar con la gastronomía puede intentar un bocado netamente caraíta en Karamiu 13 [sencilla casa, puede servir para alojarnos].
Los caraítas fueron los principales artífices de las casas de madera que hay en la zona, van perdiendo su encanto ante la imparable globalización. Uno puede tropezarse con algunas de estas personas, la más pequeña minoría étnica de este país que se integró en el cristianismo gracias a la otrora poderosa Liga Hanseática. En Trakai vive la quinta parte de los caraítas lituanos que llegaron en 1400. Para saber algo más de este peculiar pueblo o secta nada mejor que visitar su coqueto Museo Etnográfico y (de paso) el templo, aunque no siempre está abierto.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.