Ellos fueron precisamente quienes lograron arrancar la confesión al piloto alemán Hors Rippert, de 88 años, de manera que la noticia saltó a los periódicos de todo el mundo a mediados de marzo de 2008: él mismo derribó el avión del escritor, durante la mañana del 31 de julio de 1944, por lo que no se ha llevado el secreto a la tumba. Hors cuenta, con todo lujo de detalles, en su libro ‘El último secreto’ (Ediciones Rocher), cómo derribó, con su caza ‘Messerschmidt ME-109’, el avión ‘Lightning P38’ donde viajaba precisamente el mito de su adolescencia, reconvertido en piloto del ejército aliado. La conciencia y el honor le hicieron exclamar al alemán: “Ya pueden dejar de buscar, fui yo quien abatió a Saint-Exupéry. El aparato estaba a 3.000 metros debajo de mí, cerca de Marsella. Nada más verlo, me dije: ‘Si te acercas un poco más, te voy a reventar’. Le disparé y le alcancé. Cayó en picado hacia el agua. Nunca vi al piloto”.
El aviador alemán, héroe de la ‘Luftwaffe’, trata de justificarse como puede: “Tardé muchos años en sospechar que yo derribé el avión de Saint-Exupéry. Para mí fue un episodio bélico sin más, un lance de la guerra. Después comencé a leer noticias sobre la desaparición. El año, el mes, el día y la zona geográfica, la costa de Toulon coincidían con la misión que yo emprendí. Y siento mucho que así fuera”. El teutón había leído muchos de los libros de Saint-Exupéry, especialmente los de juventud, que estaban dedicados a la experiencia de los pilotos aéreos, como ‘El aviador’, ‘Correo del Sur’, ‘Vuelo nocturno’. Pero, en el fondo, se veía en el papel de verdugo: “Me negaba a mí mismo que fuera yo quien lo derribó. Me engañaba. Pero también me parecía injusto llevarme el secreto conmigo. Por honor a la historia y por honor a Saint-Exupéry”. Te pones en su lugar y debe de ser horrible cargar esa muerte sobre la conciencia, así como despertarse cada mañana con la misma pesadilla. El viejo Hors quizá ha esperado demasiado tiempo, cuando le queda poco para morirse, pero habrá pensado aquello de “más vale una vez colorado, que ciento amarillo”. Ahora, tras su confesión pública, podrá dormir algo más tranquilo el resto de sus días, pero el secreto lo ha tenido guardado en el baúl cerca de 64 años. Toda una vida.
El libro de Hors Rippert aparecerá estos días en las librerías francesas –seguro que será un éxito–, mientras que los periódicos se han hecho eco de los pormenores de su confesión, que cierra para siempre el enigma literario más famoso de la II Guerra Mundial. En cuanto a la obra de ‘El principito’ –es un canto a la amistad, al heroísmo y a la responsabilidad–, cada año se venden en Francia 300.000 ejemplares y ha sido traducida a 180 idiomas. Desde su publicación, se han vendido 80 millones de ejemplares de la fábula del muchacho, ocupando el tercer puesto en los hábitos de lectura de los franceses, detrás de ‘La Biblia’ y de ‘Los Miserables’, de Víctor Hugo. En la dedicatoria de ‘El principito’ podemos leer: “Todas las personas mayores han sido niños antes (pero pocas lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria. A Leon Werth cuando era niño”. Da la impresión como si Saint-Exupéry se hubiera inspirado en el prologuillo de ‘Platero y yo’, donde el poeta moguereño, Juan Ramón Jiménez, parece jugar al escondite: “Advertencia a los hombres que lean este libro para niños”.
Copio un párrafo de ‘El principito’: “A la luz de la luna, miré su frente pálida, sus ojos cerrados, sus mechones de cabellos que temblaban al viento y me dije: ‘Lo que veo aquí, es sólo una corteza. Lo más importante es invisible (…). Lo que me emociona tanto en este principito dormido es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que resplandece en él como la llama de una lámpara, aún cuando duerme…’”. En el aeropuerto de Toulouse, hay una placa que recuerda al célebre piloto desaparecido, Antoine de Saint-Exupéry: “Por haber despegado del aeropuerto, cuando trabajaba como correo en la línea que comunicaba Francia con Senegal y por haber hecho feliz a la gente”. Aquí, en Granada, sin ir más lejos, tenemos la leyenda del poeta, que fue fusilado cerca de la fuente de Aynadamar –la fuente de ‘Las lágrimas’–, pero todavía no ha aparecido. Y uno se pregunta: “¿Cuándo se desvelará el misterio y sabremos dónde enterraron a García Lorca?”.
(*) Este artículo de Leandro García Casanova se publicó el 27 de marzo de 2008 en el diario ‘La Opinión de Granada’.