Ante la constante proliferación de normas uno se acaba preguntando ¿para que tanta reglamentación si a la hora de la verdad nadie de los que debieran obedecerlas, les hace caso? Un claro ejemplo sería el caso de nuestros políticos y su mal ejemplo, pero tampoco hay que buscar chivos expiatorios pues basta observar la cotidiana realidad para darse cuenta que es el mismo ciudadano que, ante la desfachatez de sus dirigentes, se echa el mundo por montera.
A veces, cuando no te mueves, apenas si te percatas de casos, pero con la nueva era de taifatos que nos ha traído el mortal y traicionero COVID -¿llegaremos a saber realmente quién lo preparó y propagó?-, las cosas que uno va viendo a medida que sales de tu círculo de confort (o el trozo del que no te podías mover) te vas encontrando detalles que chocan con el civismo y muestran la mala educación del paisanaje.
El letrero lo pone bien claro, pero inicias el camino del largo paseo, junto a la playa, pensando que estás a salvo y no ganas para sustos ante las carreras de los ciclistas, patinadores y otros vehículos que, a pesar de la señal de prohibición, clara y bien visible, toman el paseo como un circuito de Fórmula 1. Además, el suelo de todo el paseo, ha sido sembrado con señales de bicicletas prohibiendo su paso y señales de pies descalzos y flechas para cada sentido de la marcha. Hay que ver lo lejos que hemos llegado, ya ni los caminantes tenemos claro cuál es nuestra derecha. Pero sobre todo: atención a los intrépidos infractores que de cuando en cuando también tumban al que camina y no siempre sale bien parado del topetazo.
En la misma zona levantina otro aviso en varios idiomas advierte de la prohibición de la venta ambulante pero, santa estolidez, los vendedores se agolpan. Eso sí los munícipes han decidido sancionar al que se atreva a comprar. O sea, el que inicia la senda ilegal prácticamente sale “intacto” [de otra manera no volvería día tras día a colocar su tenderete] y Juan Español si se atreve a dar el paso porque ha visto algo que, a la vista, le gusta se verá perseguido, multado, vejado por los representantes del orden que muestran un celo extraordinario para rellenar boletines sancionadores que acabarán engrosando las arcas municipales, aunque muchas veces queden sin cobrar, ellos las meten en los presupuestos. ¿Para eso tenemos realmente los ayuntamientos?
En el caso que nos ocupa, teniendo en cuenta el poco caso de los vendedores ambulantes y la poca efectividad de los letreros, estaríamos ante un claro ejemplo de gasto innecesario y, por lo tanto, dilapidación del dinero público ¿pero eso a quién le importa?
Otro día le hincaremos el diente a cosas mal hechas –muchas pagadas con nuestros impuestos-. Y nadie se rasga las vestiduras. Vaya que nos la meten callando y encima les seguimos votando. Recuerdo un trabajo de carpintería, había pedido presupuesto, cuando me lo presentaron insistí ¿es realmente este el coste? Si es así, adelante, toda la buhardilla con parquet. La sorpresa viene cuando el “menda” me presenta la factura final y le digo que no le pago [tenía abonado el 50%], que tiene dos opciones, cobrar lo presupuestado o desmontarlo todo y yo me quedaba con la paga y señal perdida…
El parquet sigue siendo el que piso, no pagué ni un céntimo más y el “menda” acabó escapando a la República Dominicana porque fue uno de tantos que acabaron siendo víctimas de la “burbuja inmobiliaria”. ¿Seguirían las empresas haciendo las cosas mal si cuando te van a entregar un trabajo está mal hecho y no les pagas o dejas de contratarles? Seguramente no pero, ya se sabe, lo mal hecho mal parece y así nos va. ¡País de Quijotes!
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.