Mozárabe es el vocablo con el que hoy conocemos a la población cristiana, de origen hispano-romano o hispano-visigodo, que vivían en el territorio de Al-Andalus, es decir bajo dominio de los musulmanes. Cuando el Islam llegó a la península Ibérica (en el 711), los cristianos pudieron conservar su religión, al igual que lo hicieron los judíos. Los musulmanes los designaban Gentes del Libro (o dimmíes), porque profesaban religiones monoteístas que según algunas interpretaciones del Corán merecían mayor respeto que los idólatras, politeístas y por supuesto que los ateos. Durante el primer siglo de dominación musulmana los cristianos suponían la mayoría de la población en los territorios de Al-Andalus, pero la generalidad de ellos fue convirtiéndose poco a poco al Islam, por lo que acabaron siendo una minoría.
Aunque hubo casos de enfrentamientos, los conquistadores permitieron que los cristianos continuaran desarrollando su cultura, su organización política y su práctica religiosa. No obstante también fueron gravados con impuestos que sólo pagaban ellos; y no se les permitió erigir nuevas iglesias ni ampliar las ya existentes. De hecho la legislación islámica protegía a los dimmíes, pero también procuraba su integración. Las comunidades mozárabes se fueron dispersando, perdiendo a sus miembros por conversiones y dejando de tener entidad. No obstante los mozárabes sobrevivieron a la descomposición del califato de Córdoba, y mantuvieron su presencia entre los reinos de taifas surgidos después.
En Granada la inestabilidad provocada por esta fragmentación originó la el Reino de Granada, gobernado por la dinastía zirí, quienes parece que respetaron a estas minorías, aunque las fuentes hablan muy poco sobre ellas. Pero la posterior llegada de los almorávides en el siglo XI (1090) sí que tuvo repercusiones importantes. Las tropas africanas reunificaron el territorio por las armas, y establecieron una unidad religiosa mucho más inflexible. Los cristianos fueron perseguidos y se les prohibió profesar su religión en público. En la capital, la principal iglesia mozárabe situada cerca de la puerta Elvira, fue pasto de las llamas el 23 de mayo de 1099. Estas pequeñas comunidades subsistían en condiciones bastante penosas. Por su parte, en la Zubia sabemos de la existencia de una comunidad mozárabe porque la arqueología nos ha ofrecido hasta tres evidencias sobre la misma.
La primera y tal vez más importante se conserva en el Museo Arqueológico de Granada, La pieza fue donada en 1976 por el erudito investigador local don Humberto Fernandez-Cortacero Henares (c. 1891-1990), y según sus minuciosos apuntes fue descubierta “en el cementerio de La Zubia alrededor de 1888”. En realidad el hallazgo se debió a su tío abuelo don Blas Leoncio de Píñar (1817-1900), otro docto arabista que en 1889 estaba removiendo un antiguo cementerio. Una visita de los miembros del Centro Artístico granadino a la localidad, evidencia que fue aquel su descubridor.
Se trata de un pequeño ladrillo de barro cocido, de color beige, rectangular con un texto en la parte superior. Estaría rota de arriba hacia abajo, en sentido oblicuo y aunque esta rotura afecta a una parte del texto, parece que no hay ningún problema en leerla completamente. Lo más importante es su texto, que aparece repartido en cuatro líneas, de la manera siguiente.
+ PAUPERES VOBISCUM
ABEBITIS ME AUTEM SENPER UO
BISCUM NON AVEBITIS QUI LE
GIS INTELLIGE
Su transcripción sería: Pauperes vobiscum/abebitis me autem senper vo/biscum non avebitis qui le/gis intellige y su traducción la siguiente: «A los pobres los tendréis (siempre) con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Tú que lees, entiende». Es básicamente una variante del versículo octavo, del capítulo decimosegundo del evangelio de San Juan. Quienes han estudiado el texto indican, que es fundamental para el estudio de la época mozárabe en la región granadina, puesto que es un claro exponente de la religiosidad en la zona rural de la provincia. Por las características tipográficas, parece que esta pieza hay que situarla entre los siglos VIII y X después de cristo.
La pieza es muy sencilla, y el autor del texto, es decir el que lo escribe sobre el barro blando, no es muy hábil. Según los investigadores, se aprecian trazos visigodos en el caso de AUTEM. El Centro de Estudios en Arte y Patrimonio de La Zubia (CEI Al-Zawiya) tiene la intención de realizar una reproducción de la misma, para una futura exposición. Hay que llamar la atención por el hecho de que el texto esté encabezado por una cruz griega. O sea, una cruz que tiene todos sus brazos de igual longitud.
Y es importante porque es un motivo muy usado por los mozárabes, y que en parte coincide con otras piezas localizadas recientemente, y que están todavía en propiedad particular. Se trata de un grupo de ladrillos, cuadrados, que al parecer se recogieron de unas tumbas que cerca del cementerio y en el camino de Gójar aparecieron en una obra. Probablemente se trata del mismo espacio antes reseñado. El dibujo de estos ladrillos, a simple vista o a profanos en la materia, tendría seria la forma actual de un asterisco, pero en realidad es muy probable que se trate de la forma cristiana del crismón.
Este es el nombre que recibe la denominación más usual de las representaciones del cristograma o monograma de Cristo, XP. La Real Academia de la Lengua en su diccionario lo define como sinónimo de lábaro, el estandarte de los emperadores romanos, que fue incorporado a partir de Constantino I el Grande. En realidad consiste en las letras griegas Χ (ji) y Ρ (rho), las dos primeras del nombre de Cristo en griego: Χριστός (Khristós -«el ungido»-). En otras versiones, la Ρ se sustituye por la Τ (tau) haciendo así una pequeña cruz latina. Los trazos, cuatro para cada brazo, empiezan por la identificación de la ¨X¨ para seguir con la ¨P¨ a la que le faltaría la parte superior que podría estar en otra loseta o simplemente no se incluyó, posiblemente para esconder el mensaje, pero el mensaje parece estar claro. Este mensaje aparece en algunos edificios religiosos de aquella época y que se han identificado claramente como mozárabes.
De este modo tendríamos dos elementos probablemente procedentes de un antiguo cementerio mozárabe ubicado en nuestra localidad. Pero hay un tercer elemento que debemos tener en cuenta. Se trata de un enterramiento localizado en la villa romana del polígono del Laurel, en la llamada pars urbana de la misma. La villa estuvo ocupada desde la mitad del siglo I d.C. hasta el siglo III d.C., y después fue reutilizada como necrópolis. Allí se localizó sólo una tumba con forma antropomorfa, es decir una fosa con alzado de ladrillos que establece un contorno para la cabeza. El detalle es importante porque eso implica que se trata de una tumba cristiana, ya que el objetivo es sujetar la cabeza de modo que el cadáver siempre permanezcan mirando hacia el cielo. Además el hecho de que se trate de una tumba aislada, implica que podría tratarse de un espacio sacralizado o ritualizado, donde nadie más se enterró. Quizás sean fuesen los restos de un “mártir” o el de alguien venerado o reverenciado.
Todavía quedan muchas incógnitas por descubrir. Hasta que no se realicen las excavaciones pendientes de esta villa romana, no podremos tener más datos al respecto, pero todo parece indicar que parte de la villa estuvo en funcionamiento hasta el siglo IX d.C. La posibilidad de un mártir mozárabe, cuyo culto pudo haber dado lugar a una zona de peregrinación o de retiro es muy sugerente. Podría no ser coincidencia la existencia de una zawiya musulmana, en el cortijo del Cobertizo Viejo, con otro enterramiento de un santón de época musulmana. Ni que el topónimo al-Zawiya haga referencia a un lugar de retiro. Una herencia espiritual que pudo haber continuado hasta el siglo XVIII con los eremitas que vivieron en sus cuevas.
Un último apunte sobre el mozarabismo. Como ya se ha dicho los cristianos granadinos, vieron sus condiciones agravadas con la llegada de los almorávides. Hasta el grado de que su nivel de “convivencia” bajo dominio musulmán debió resultar imposible. Así fue como estos mozárabes granadinos enviaron una embajada al rey aragonés Alfonso I, apodado el batallador porque pasó su vida combatiendo contra los musulmanes erigiéndose en paladín de la cristiandad en la península. Los mozárabes propusieron al rey que si alcanzaba la ciudad con sus tropas le abrirían las puertas desde dentro. La expedición granadina del aragonés empezó en Zaragoza en setiembre de 1115, pasando por Valencia, Denia y Murcia, hasta llegar a Baza que intentaron sitiar. Se dirigieron después a Guadix, y por todo el camino las comunidades rurales mozárabes se fueron uniendo a las tropas del batallador. No se llegó a Granada hasta enero de 1126 y el ejército acampó en Nívar esperando durante diez largos días de invierno a que los mozárabes cumpliesen su palabra. Por su parte los cristianos granadinos se resistieron a rebelarse porque los almorávides habían reforzado sus ejércitos y tropas solicitando ayuda que vino desde Murcia, desde Valencia, pero sobre todo desde el norte África. Temían las represalias porque las defensas habían sido reforzadas; según ellos la expedición ya no contaba con el factor sorpresa reprochándole al rey su tardanza. Los asedios de Baza y Guadix habían retrasado la marcha del rey aragonés y dieron ocasión al enemigo a recibir refuerzos.
El rey aragonés cansado decide no atacar la ciudad pero entre febrero y marzo decide aprovechar su viaje y saquea el Valle del Guadalquivir cruzando Maracena, Pinos Puente, continuando por Alcalá la Real hasta llegar a Luque, Baena y por fin a Écija. Desde allí vuelve a Cabra y Lucena, devastando después poblaciones de Málaga, llegando hasta la costa de Vélez-Málaga. Regresará la vega granadina pasando por Dílar y Alhendín, desde donde saquearon otras localidades como Armilla. Algunas crónicas mencionan en este itinerario a La Zubia. La hueste pasa por las localidades donde hay presencia mozárabe, que va recogiendo y uniendo a sus ejércitos con el fin de conducirlos a tierra segura en su reino aragonés. Es pues, muy probable, que su paso por nuestro pueblo tuviese como consecuencia recoger a la comunidad mozárabe aquí existente. El regreso tuvo lugar por Alicún y Guadix, tomando el mismo itinerario que a su llegada, pasando por Caravaca, Murcia y Játiva, llegando el 23 de junio al valle del Ebro, tierra ya segura.
Las crónicas afirman que el batallador se llevó consigo a más de 10.000 granadinos, aunque las fuentes no especifican dónde fueron instalados dentro del reino aragonés, pero es seguro que formaron parte importante de la entonces incipiente repoblación del valle del Ebro, por entonces vacío. Queda para la investigación el destino último de los mozárabes de La Zubia.
AROMAS DEL LAUREL:
Un recorrido por la historia de La Zubia.
Alberto Martín Quirantes
Miembro del CEI Al-Zawiya
VER CAPÍTULOS ANTERIORES:
01 La Inquisición en La Zubia
02 Antonio Gala y los Sonetos de La Zubia
03 La Infanta de La Zubia
04 Los cementerios de La Zubia (1ª parte)
05 El órgano de la Iglesia de La Zubia
06 Los cementerios de La Zubia (2º parte)
07 La Huerta Iberos
08 Los cementerios de La Zubia (3ª parte)
09 La ocupación francesa en La Zubia
10 Los cementerios de La Zubia ( y 4º parte)
11 Trogloditas en La Zubia
12 Los mozárabes en La Zubia