Cerca de diez mil soldados españoles murieron en julio y agosto de 1921 en el norte de Marruecos durante el conocido como Desastre de Annual, un enclave en el que el general Fernández Silvestre proyectaba instalar un campamento base para futuras operaciones sobre la bahía de Alhucemas, foco de la combativa cabila de los Beni Urriaguel que gobernaba Abd el Krim. Aunque la retirada de Annual se produjo el 22 de julio, el llamado Desastre de Annual comprende cuatro episodios principales ocurridos del 1 de junio al 9 de agosto: Abarrán, Igueriben, Annual y Monte Arruit. La tragedia de Igueriben es uno de los episodios más célebres y ayer, 21 de julio, se cumplía el Centenario.
Igueriben se tomó el 7 de junio sin esfuerzo, se defendió con valor y se perdió con gloria. La altura de Igueriben, emplazada a unos cinco kilómetros de Annual, debía ser abastecida de agua cada cuatro días. Un numeroso contingente de rifeños ocupó otras alturas cercanas y empezó a hostigar Igueriben para impedir la aguada. Los intentos de socorrer la posición fracasaban. Escaseaba el agua, alimentos, munición y refuerzos.
En la madrugada del 19 de julio se organizó desde Annual, al mando del teniente coronel Núñez de Prado, unas columnas que habían de prestar socorro a Igueriben, cuya trágica agonía había comenzado. A medida que el avance se acentuaba, el enemigo era más numeroso. Debilitado por la pérdida de sangre que le produjo un balazo que recibió en el brazo al comienzo de la acción, Núñez de Prado fue evacuado. Le sustituyó en el mando el comandante granadino Juan Romero López, del regimiento de África 68. El enemigo paró en seco el avance.
El comandante Romero había nacido en 1876 y se había curtido en la Guerra de Cuba. Al frente de las columnas, un proyectil le atravesó una muñeca. Siguió en su puesto hasta que otra bala hirió mortalmente su pecho. Retirado y encamado en el campamento de Annual, dejó de existir al día siguiente. Su entierro, el 23 de julio, en el cementerio de la Concepción de Melilla constituyó una imponente manifestación de duelo. Cuatro días después llegó a Granada la viuda del comandante Romero, Lina Gómez Contreras, acompañada de sus seis hijos, el mayor de 12 años. La entrada de la afligida señora en casa de sus padres fue verdaderamente desconsoladora.
Tras el fracaso de la acción del día 19, Igueriben quedó abandonada a su suerte. Llegó el momento del supremo heroísmo. Tras cinco días sin un sorbo de agua, las patatas machacadas, la tinta o el vinagre servían para aliviar la sed. Llegaron a beber sus propios orines mezclados con azúcar. Las municiones escaseaban; las ametralladoras comenzaron a fallar por falta de refrigeración; el hedor de los cadáveres, que no podían enterrar por lo rocoso del terreno, hacía la respiración dificilísima. El día 20 de julio ni se intentó llevar un convoy a Igueriben. Al día siguiente, el general Silvestre, desde Annual, dio la orden de rendirse al enemigo, a lo que el comandante Benítez, jefe de la posición, respondió: “los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden”. Ordenó, entonces, abandonar la posición e intentar, en medio del fuego enemigo, llegar a Annual.
Veinte cartuchos por cabeza. Fue la última orden que recibió el sargento granadino Aurelio Dazas Rojas, del regimiento de Infantería Ceriñola 42, nacido en 1896, en Valderrubio. La bondad y la caridad, prodigando toda clase de consuelos a los heridos, fueron las virtudes que de él destacó el teniente Casado, único oficial superviviente de Igueriben. De este héroe nos ocupamos en Ideal de 2 de febrero de 2021 y más detenidamente en el libro Dazas heroicos, de Valderrubio a Igueriben. Cumplida la orden con precisión se dispuso Daza a abandonar Igueriben al frente de su sección. Los españoles corrían, gritaban, acuchillaban, morían matando. Una bala traidora penetró en la sien de Aurelio y su cuerpo quedó sobre una peña tendido al sol. Su pueblo le honró con una placa colocada en la casa natal.
El mismo 21 de julio y abandonando la posición de Igueriben falleció el soldado Julio Castilla Perandrés, del regimiento Mixto de Artillería, nacido 1898. A pesar de ser huérfano no pudo librarse del servicio militar. Tomó parte de la conquista de Igueriben y el día 14 de julio su batería abrió fuego para cubrir al convoy que socorría a Igueriben. Fue el bautizo de fuego de Castilla. En las cartas que enviaba a su madre, lejos de estremecerla con relatos de los combates, le transmitía tranquilidad; como hermano mayor se preocupaba de sus hermanos y les alentaba a seguir estudiando. Antes de abandonar la posición, Julio Castilla y sus compañeros inutilizaron los cierres de los cañones. Una escasa docena de hombres consiguió llegar a Annual. El resto, más de trescientos hombres, entre ellos Castilla, quedaron a la intemperie hasta que tres meses después cuadrillas de prisioneros españoles los enterraron en las inmediaciones en una fosa común.
A estos héroes granadinos hay que añadir algunos más. El teniente de la Policía Indígena de Larache José Gallardo y Rodríguez-Acosta, de 23 años de edad, fallecido en la posición de Kafasa (Teffer), el 20 de junio. Sus restos llegaron al puerto de Cádiz, envueltos en la bandera española, el día 30, a bordo del “Manuel Calvo” y trasladados a Granada en cuyo cementerio fueron inhumados. El teniente del regimiento de Melilla 59 Ramón González Robles, de 24 años de edad, que murió el 25 de julio defendiendo la posición de Sidi Dris. Él solo, ocupó la entrada de la posición y la defendió hasta disparar la última bala de su pistola y después, siguió defendiendo el paso a golpes de sable, hasta que éste cayó roto. Y luego cuerpo a cuerpo, hasta que una gumía mora, certera como un rayo, segó de un tajo la cabeza de un cuerpo tan entero. Al teniente González pertenecía el anillo grabado que el sanitario Vicente Maestre compró a un indígena y entregó a la prometida del oficial. La ciudad de Órgiva, donde vio la primera luz, le dedicó una de sus avenidas principales. Y el soldado del regimiento de Granada 34 Cristóbal García del Águila, de 22 años de edad, fallecido en Tizza (Benisicar), el 4 de agosto.
El mismo día 9 de agosto, día de la masacre de Monte Arruit, desembarcaron en Melilla tropas de refuerzo procedentes de la península, que alcanzarían los veinticinco mil soldados. Había que defender la ciudad y reconquistar el protectorado.
Sirvan estas palabras para rememorar la gesta de los héroes granadinos y de todos los que sufrieron y murieron en aquel infierno, tantos años silenciados, y de llamada a las autoridades e instituciones granadinas, ahora que se cumple el Centenario de tan luctuosos días, para que les rindan el homenaje que merecen.
JOSÁ ANTONIO GARCÍA LÓPEZ
Autor del libro
Dazas heroícos. De Valderrubio a Igueriben