Lo escribía dos años atrás: creo no exagerar al decir que, al menos algunos, estamos perdiendo –si no es que ya la hemos perdido– la mayor parte de nuestra confianza en las decisiones y acciones con las que, día a día, nos sorprenden nuestros líderes: unas veces por oscurantismo y otras por partidismo.
Y no sólo ya por las noticias o los comunicados interesados de unos o de otros, sino por la falta de claridad y consenso en lo que nos afecta en nuestro día a día.
¿Ejemplos?… Muchos… Los premios interesados a empresas subvencionadas; las ventajas comerciales tintadas de color; el apoyo a organizaciones que más que construir destruyen sueños y realidades; las promesas interesadas que nunca se llevarán a buen fin…
Por ello, y al igual que entonces, hoy quiero sostener que no admite revocación alguna la necesidad perentoria de acometer, con soluciones inmediatas y eficaces, los grandes problemas de nuestra sociedad: el paro, la emigración, la corrupción, la deshumanización, la discriminación, la violencia de cualquier género, la desigualdad legal y jurídica…; en concreto, todo aquello que atenta contra la dignidad humana. Comenzando por lo cercano y por lo que afecta a los “derechos humanos locales” –que aún siendo los mismos que los “generales”, al poder sentirlos de manera más cercana, sus soluciones, posiblemente, están más a nuestro alcance–.
Dejadme que diga que es imprescindible una inmediata regeneración de lo local que, aunque no llegue a parecerse a lo consensuado en las ágoras griegas, sí colme los intereses de los que entregamos nuestra vida al desarrollo comunitario, pues como afirmaba Luis Santamaría, “Una cosa es convencer y otra cosa es engañar. Convencer es algo lícito y legítimo (…) la clave fundamental es la libertad”.
No es cuestión de esperar unos años para votar por una u otra opción política, sino exigir ahora a nuestros representantes que cumplan los objetivos imprescindibles para este tiempo.
Dejar pasar las oportunidades generales por primar intereses particulares se acerca a lo que podríamos considerar como “crímenes de lesa majestad”.
A nuestra sociedad hay que medicarla con cuentagotas, sin demasiados estruendos, aunque recordándole que, además de las plegarias a las particulares devociones, las manos del cirujano son imprescindibles para que la operación sea un éxito.
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de
Ramón Burgos
Periodista