Sobre dos potentes tópicos literarios como la aurora y el viento, Marcelo García construye un camino poético que transciende lo real cotidiano
Después de su primer poemario, Viajes (2019), Marcelo García continúa su singladura poética con el titulado La aurora y el viento, editado por Valparaíso, libro complejo en su configuración como deslumbrante y audaz en su forma, en el que el escritor granadino asimila voces distintas a la propia del sujeto autorial. Esta polifonía nos asalta en pasajes mitológicos como paganos, o en referentes a la cultura egipcia, musulmana o judeo-cristiana.
La cubierta del volumen da pistas irrefutables de lo que vamos a hallar en el cofre de su interior: el mito de Endimión que duerme observado por Selene, obra de Sebastiano Ricci, nos conduce hacia el mundo y cultura grecolatinos.
Del carácter metódico de su autor y sinfónico de la obra, da fe el hecho de que el poemario esté dividido en siete agrupaciones con el mismo número de poemas cada uno de ellos (cinco).
En su primera partición (“Descubrimiento”), las credenciales poéticas quedan claras: la alegoría como fuerza expansiva se hace sitio en el espacio textual. En poema inaugural, Marcelo García nace al alumbramiento primitivo de la palabra. Adscrito a la voz culta desde las citas explícitas (el Góngora más culterano de las Soledades) como en el encabezamiento de algunas composiciones (“Sapere aude”), el sujeto queda sobrecogido por la inmensidad del universo en su constante mutación.
Hay cuadros narrativos que necesitan de una secuenciación para dar cuenta del concepto de temporalidad, que cuaja en piezas como “Una costa lejana”, toda una singladura por el árido paisaje de la palabra que, aunque desértico, va creando realidades; desconocidas unas, recién descubiertas otras, gozadas por su propio demiurgo, consciente este de las continuas paradojas a las que tiene que dar forma concreta, como esta simultánea contradicción aparente: “El pasado es el futuro, lo sé aunque no lo entienda” (“Mente”).
A estos temas se suman otros como la actitud que el individuo adopta ante la iniquidad y el daño, el amor y la muerte, etc.
La indefinición de los espacios ocupa gran parte de la sección “Desespero”, sin duda alguna porque a Marcelo García le inquieta más las sensaciones como cuando ante el conjunto funerario del doncel de Sigüenza (a quien cede su voz) deja traslucir el deseo de la vita beata (“la paz de su casa, sus libros y su dama”), no solo atento a la iconografía de su sepulcro sino también y sobre todo a los sentimientos y pensamientos que inspira el joven.
Además de las invocaciones a Dios encontramos otros numerosos guiños bíblicos. Baste el poema “Soy el que soy”, expresión contenida en Éxodo, de Dios cuando Moisés le pregunta por si acaso los hijos de Israel así se lo cuestionaran. De la voz de la deidad pasa a la voz del hijo, del individuo que implora sin resentimiento alguno pero con asumida incomprensión (“Oración”).
En el conjunto encabezado por “Sacrificio” observamos la habilidad del autor en las transiciones de lo religioso a lo mitológico, con la facilidad de quien conoce la cultura occidental y sus símbolos y con la destreza que le reporta una técnica alcanzada con oficio. Y así, ofrece la parte final del mito en el que el médico Heracles salva la vida de Alcestis. Son muchos los ejemplos de estos mosaicos en los que la voz del autor se desdobla en la voz del persona principal, como ocurre en “Príamo y Héctor”, en la que esta vez la perspectiva de los hechos acotados la obtenemos del príncipe troyano, conformando auténticas estampas cinematográficas de lucha como en “Aquiles y Pentesilea”, todo un espectáculo de acción y detalles descriptivos.
También de su capacidad en empatizar con los rostros versionados da cuenta el parlamento de París, en primera persona, ante la muerte del héroe Aquiles en la guerra de Troya. Héroes resignados a su suerte postulada por la divinidad como expresa “Muerte de Aquiles”: “Porque todo lo que he hecho, lo que hacemos, / es la voluntad del cielo, no la nuestra” en el que destaca un brillante cauce expresivo a la manera de un intenso monólogo.
Pero junto a ese instinto de ficción, como el mito, en la sección “Santuario” el poeta busca en la alegoría una enseñanza vital que si bien parte de la erudición explícita no olvida la instrucción, no solo en la mitología grecolatina sino también en páginas bíblicas como El cantar de los cantares desde la escenificación y vivificación de pinturas gracias a la écfrasis, tal y como encarna el tríptico descriptivo del poema “Paraíso”, prodigándose en otras muchas representaciones plásticas.
Otras composiciones se rigen por el carácter dialógico entre los personajes intervinientes (Deucalión y su esposa Pirra) con la presencia de un narrador externo. Así, pues, variedad de formas que aglutinan una Poética que, en cualquier caso, aspira hacia una exploración del lenguaje en continua búsqueda, errada muchas veces y errante siempre) de lo total espiritual.
En el conjunto de “Encuentro” y “Liberación” irrumpen poemas de un corte algo más intimista y amoroso, compatible con ese concepto en el que los elementos antagónicos tienen cabida en un mundo integrado y regido tanto por lo oscuro como por lo lumínico, en toda su extensión.
El título del libro sirve de colofón al mismo retomando el talante de navegante consciente de su singladura y de un concepto globalizador del universo y de sus mundos ocultos.
Si ya prolijo en los temas, también en el ornato muestra Marcelo García un considerable catálogo de recursos que convierten a La aurora y el viento, en todo un ejemplo de artesanía y lucidez rítmicas, no solo por la aliteración de múltiples consonantes sino también mediante estructuras tripartitas, enumeraciones, paralelismos, anáforas, rima interna, etc., a las que debemos añadir una destacable riqueza de metáforas, paradojas, sinestesias. De entre ellas, probablemente la sinestesia y la paradoja sean las que mejor se alían con el concepto que Marcelo García posee del universo, un todo indisolublemente vinculado (desde el instinto más puramente sensitivo del poeta) en el que reinan por igual el amor y la muerte, la luz y las tinieblas, lo finito y la intemporalidad.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato