Parto una vez más al encuentro del que fui, de aquellas generaciones de jóvenes que nos tocó vivir un mar de cambios en una España llena de sombras de los 70. Piedras nuevas se asentaban poco a poco, para construir un futuro que avanzaba irremediablemente hacia otro sistema político a otra manera de vivir. A los 15 años demasiados bisoños, para asimilar el desconcertante mundo que se avecinaba.
Algeciras en su destellante expansión económica, industrial y urbana, crecía sobre los montes de matojos. Sobre un espacio puro y silvestre, se construyó el instituto, que se asemejaba a un rancho americano, los estudiantes rápidamente lo apodamos “La Ponderosa” por su similitud con la primera serie televisiva del Oeste americano “Bonanza”.
La realidad despertó aquel año con la implantación del COU (Curso de Orientación Universitaria), que bien sonaban las siglas, para los primeros chicos de COU. El fin del colegio religioso y el paso al instituto público. Llegamos con unos ojos inmensos adormecidos por los años de rectitud y sobriedad pero aún destellantes ante los paisajes abiertos y resplandecientes de profesores y compañeros. Al día siguiente no quedaba nada, de los fantasmas del pasado reciente, apareció la fascinación por la nueva realidad que nos traía el COU, una congregación de sensaciones: ser sujeto de uno mismo, una emancipación de estudiante sin temor al correctivo, una llama tallaba en responsabilidad al joven preuniversitario, fluía un nuevo dialogo distendido entre el docente y los alumnos, un himno de libertad se respiraba en el ambiente, brotaba la rebeldía en las melenas, en las formas de vestir y el yo, reacio se abría paso.
A principios de los años 70, se abrieron las compuertas de la pasividad embalsamada durante años, las revueltas estudiantiles en las Universidades, se expendieron como la pólvora. Con retraso llegaban los efectos de las revueltas espontaneas de los estudiantes franceses, en el llamado Mayo del 1968.
La desazón llegó aquel día, cuando un grupo de estudiantes procedente de Sevilla, nos convocaron a los chicos de COU (los institutos se separaban por sexo), apiñados en una clase. Ellos, con sus cabellos sueltos, barbas recortadas, su aire liberal, chocaban de frente con nuestra inocencia e ingenuidad de chicos de ciudad, centrados en estudiar y divertirse. En su extraña y esporádica incursión hablaban un idioma ajeno: de romper la pasividad, revelarse contra el nuevo COU, lanzarse contra el sistema, cerrar el instituto… Sus proclamas e intenciones no fructificaron entre los alumnos. Continuamos siendo fieles a los principios de estudiar para ingresar en una carrera universitaria.
La ciudad se poblaba, se volvía más espesa. El viento a veces arreciaba en forma de vendaval, los amigos seguíamos como una piña, la pandilla siempre activa buscaba emociones fuertes, en los espacios que dejaba el estudio, como un volcán necesitamos liberar energía.
El deporte copó una parte del tiempo. Desafiando el invierno corríamos agrupados a campo través desde la ciudad a la playa, en mitad del camino, invariablemente nos topábamos con el aislado y siniestro cementerio, tapias blanqueadas y verja de hierro, puerta que dejaba traslucir las enmudecidas tumbas, el viento entre los cipreses desataba el lamento de los difuntos, el miedo arañaba nuestro sudoroso rostro y apretábamos el ritmo de la carrera.
Un espacioso mar de olas blancas, en una playa infinita de arena dorada se transformaba en un campo de futbol, el sol naciente recortaba la silueta del peñón de Gibraltar. La pelota rodaba veloz por la orilla húmeda y pesada por la seca arena. Al finalizar el partido, agotados y sudorosos, nos lanzábamos en tromba al mar, sin bañador, el delirio se desataba en el agua, chapoteando, cantando. La desnudez nos hacía inmensos e invisibles ante lo prohibido. Aquel joven transparente, inquieto y feliz, vuelve a los 66 años a guiar mi mano con palabras que me arrancan unas sonrisas.
En otras ocasiones el riesgo se sentaba a nuestro lado y nos hacía temblar. Con un equipo rudimentario, gafa, tubo y aletas, nos sumergíamos entre rocas y corrientes marinas, en las peligrosas aguas de Punta Carnero, abiertas al Estrecho de Gibraltar. Descubrí el mar por dentro, la bienvenida al ámbito del silencio, al inquietante mundo poblado de seres, un escenario irresistible a los ojos, colmado de belleza y paz, un lugar de luz tamizada que transforma el azul en cristalino y un fondo de infinitas cavernas. El vaivén de los campos de algas, la fascinación de la placidez de los peces pequeños. Uno suspendido, nadie a mi lado, convertido en un intruso en aquel paraíso. El huidizo pulpo inyectaba sobre mí su carga de tinta negra, entre rocas aparecía la perturbadora boca abierta de finos y encorvados dientes de la morena, advertencia de zona vedada, más al fondo, en el vacío más absoluto, clavado y desarticulado en la arena, el pecio de un barco pesquero, descansaba para la eternidad, ya sin rumbo, ya sin marineros. El sentido común aconsejaba no aproximarse, deambulaban hambrientos tiburones “Tintoreras”.
El mar una energía que cambia en cualquier instante, aquel día después de sobrepasar sumergido una muralla de rocas, una fuerza extraña me impulsó sin control, como un rio desbordado, sorprendido y con la adrenalina en mi torrente sanguíneo, me dejé arrastrar, el destino de colisión lo formaban unas rocas, giré mi cuerpo, para que las aletas y las piernas frenaran el golpe. La rugosa piedra me paró en seco, escalé como una araña. Respiré profundo y grité a los amigos para que me ayudaran. Mi cuerpo mostraba un sembrado de pequeños cortes sangrantes, por el afilado de la roca y la piel reblandecida. Lo que viví, lo estoy sintiendo, aquel miedo invisible que no me paralizó.
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Antonio Jesús Montilla García y su ciudad de Jaén.
Antonio, alumno de la Universidad de Mayores de Jaén, un hombre llano, en su personalidad se transmite la huella de los años de maestro, amabilidad y expresión oral. Servicial y comprometido, en el mismo instante que le propuse colaborar con un texto para amenizar el verano, no lo dudó. Reconozco el cariño especial que le propenso a Jaén y a su gente, cuatro años inolvidables de mi vivida en aquellas tierras. Gracias Antonio, la Universidad estrecha lazos.
– ¿Por qué es especial esta ciudad para ti?
– Cuando me pides Rafa, estas reflexiones, tengo cierta incertidumbre en escribir pues podría decir que nací en Jaén y no es verdad, nací en Melilla, allá por el tiempo que era parte de la provincia de Málaga, desde los tres años vivo en Jaén, soy giennense desde mis primeros recuerdos, pero te tengo que confesar que soy aficionado al fútbol, socio del Real Jaén, pero ojo me molesta cuando el equipo de Melilla pierde.
Entenderás porqué siento algo especial por Jaén, conocí a mi compañera de toda la vida, nacieron nuestros hijos, tengo nietos, son tantos que son innumerables, pero sobre todo destaco que he sido y estoy feliz en Jaén
– ¿Cómo fue tu infancia y que recuerdos te trae el lugar?
– Crecí, para mí en el mejor barrio de Jaén, LA ALCANTARILLA, una de las principales puertas de entrada a Jaén, antiguamente no era más que un sendero que, tras pasar por el Castillo de Otíñar, se introducía en la Sierra y llevaba a Granada, el barrio está lleno de historia viva de Jaén.
Una infancia de juegos en la calle y grandes amigos, donde he pasado casi 40 años de mi vida.
– ¿Qué destacaría de tu ciudad, que lo hace diferente a otros?
– Jaén es la provincia desconocida, y olvidada por quienes tienen la responsabilidad de reconocerla como propia, eso la hace diferente, pero derrocha humanidad, amiga de los amigos, el refranero es muy sabio y dice “En Jaén se entra llorando y se sale llorando”, no habrá visitante que quede descontento de estar en esta mi tierra.
– ¿Cómo son sus fiestas y gastronomía?
– La principal es la llamada feria de San Lucas, se celebra en octubre, con sus antecedentes como feria de ganado, se llena de visitantes principalmente de paisanos de los pueblos de Jaén, donde pueden disfrutar de la gastronomía y comidas típicas de Jaén se caracteriza por platos con influencias de las diferentes culturas que han pasado por nuestro territorio y de la gastronomía de las provincias cercanas, la gran estrella es el aceite de oliva y el plato la pipirrana.
– ¿Qué te hace sentirme feliz cuando estás en tu ciudad?
– Los que somos de Jaén, decimos que es una ciudad tranquila, segura, en la que casi todos nos conocemos y que tiene unos paisajes y unos alrededores que invito a visitar, pues descubriréis un mundo diferente pero no por ello cercano.
Muchas gracias
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.
Comentarios
6 respuestas a «Rafael Reche: «¿De dónde eres? Mi pueblo y yo, Jaén, por Antonio Jesús Montilla»»
Gracias Rafael por amenizarnos el verano con tus articulos y entrevistas, y gracias a Antonio por hablar tan bien de Jaen, como dice es la gran desconocida y tiene mucho que ver tanto la capital como la provincia.
Gracias María por leernos en verano y por seguir mis escritos, muy agradecido.
Rafa continúa sumergiéndonos en los años 70, y nos evocan nuestro primer COU, que si inauguró en 1971-1972, las movidas con la policía Armada, los partidos de fútbol en el instituto… En fin, aventuras y desventuras que habíamos olvidado y que Rafa con gran maestría nos ha vuelto a recordar. Enhorabuena por el artículo.
Diego siempre es un placer leer tus comentarios, siempre hay momento en la vida que recordamos aquellos momentos vividos con amigos y familiares, forma parte del ser que somos en la actualidad
Bien escrito Rafa con esos años de edad la verdad es que no paraba uno jugar y cuando tu dices que estabas debajo del agua yo estaba con dos metros de nieve y pegabamos unos tumbos tremendos por las calles del pueblo y el balón desaparecía barios días por los barrancos de Jaén tengo buenos recuerdos pues todos los meses tenía una reunión en la Carolina de la asociación de pader wuilins un abrazo
Amigo Antonio que dura es la vida, a uno más que a otro, a ti, te tocó la cara más dura, con la misma edad de jóvenes , tú te ganabas el jornal en las dura condiciones de la emigración en Alemania.