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«…Ni la razón, ni el orden,
ni la justicia existen, en rigor,
sino el dolor, la muerte y la miseria»
Virginia Woolf:
‘Al faro
A los que tenemos la antigua costumbre de mirar el firmamento, no sólo en estas fechas de lluvia de perseidas, no deja de sorprendernos la infinitud del Universo y, sin duda alguna, la inmensidad de misterios que encierra. Una primera conclusión, nada científica si se quiere, es que el hombre sólo es una microscópica partícula que deambula por el Cosmos. Una partícula, sí, pero con una capacidad de autodestrucción de la que la mayoría de nuestros congéneres, después de millones de años de evolución, aún no son conscientes. Sean cuales fueren las causas de esa inconsciencia –daría para varios tratados- lo cierto es que el punto de partida habría que buscarlo hace 12.000 años con la denominada revolución agrícola. Escribe al respecto Yuval Noah Harari, en su obra “Sapiens” que “la revolución agrícola es uno de los acontecimientos más polémicos de la historia. Algunos partidarios proclaman que puso a la humanidad en el camino de la prosperidad y el progreso. Otros insisten en que la llevó a la perdición. Fue el punto de inflexión, dicen, en que los sapiens se desprendieron de su simbiosis íntima con la naturaleza y salieron corriendo hacia la codicia y la alienación.”
Para los que tomamos partido por la segunda alternativa, el tiempo y la historia han venido a darnos la razón. El sexto y último informe sobre el clima, elaborado por 234 expertos de 66 países diferentes, no deja lugar a dudas y ofrece como novedad que por primera vez responsabiliza directa y contundentemente al hombre del desastre global. Y es en este punto donde los más negros presagios planean sobre el planeta porque un cambio de actitud respecto a nuestras formas de vida requeriría de unos esfuerzos, un coraje y unos sacrificios imposibles prácticamente de asumir por la sociedad actual. Hay que reconocer que somos blandos, individual y colectivamente; sí, blanditos; casi mullidos, de peluche, nubes de algodón e incapaces de mirar la realidad frente a frente y los pocos que se atreven a hacerlo pasan a engrosar inmediatamente en las filas de los cenizos, aguafiestas o agoreros de mal fario. La actitud de una gran mayoría de la población frente a la pandemia ha dejado bien a las claras qué tipo de sociedad somos y hasta qué punto la banalidad y el hedonismo son idolatrados por las masas sin distinción de clases sociales.
En su obra “La era del vacío” afirma Gilles Lipovetsky: “El narcisismo, nueva tecnología de control flexible y autogestionado, socializa desocializando…” de tal manera que en poco menos de un siglo hemos pasada de la “ rebelión de las masas” orteguiana a la “deserción de las masas” de la que habla el autor francés y que constituye el mayor éxito del mundo financiero, cuyos tentáculos han atrapado a la sociedad en el mundo del consumismo. Nunca se ha desocializado más, que socializando la responsabilidad individual, el mayor atropello contra la humanidad cometido por los Estados en el último siglo; ni jamás el hombre ha sido tan ajeno a su falta de libertad, atrapado en el bucle maligno del consumo. De nuevo, en palabras de Lipovetsky: “…el hombre actual se caracteriza por su vulnerabilidad… […] ¿Qué cosa hoy no da lugar a dramatizaciones y stress? Envejecer, engordar, afearse, dormir, educar a los niños, irse de vacaciones, todo es un problema, las actividades elementales se han vuelto imposibles.”. Y para añadir más leña al fuego Messi se ha ido del Barcelona y Florentino y Laporta entablan una guerra abierta contra Tebas. El culto a la superficialidad alcanza cotas insospechadas.
No se puede ser optimistas ante el panorama descrito. Mientras cada año desaparecen cientos de especies de la flora y la fauna del planeta; mientras los océanos y los ríos se convierten en auténticas cloacas, donde no es posible la vida; mientras los incendios y la tala indiscriminada de grandes masas arbóreas acaban con los pulmones del planeta; mientras tanto, ya digo, el individualismo narcisista se encoge de hombros y mira hacia otro lado en la creencia que los Estados lo sacarán del atolladero ¡Craso error! Son escasísimos los Estados –desde el capitalismo comunista chino al neoliberalismo trumpista sin rostro humano y su cohorte de negacionistas de USA- que estén por la labor y sólo desde la responsabilidad individual –ya periclitada, como decía más arriba- será posible asumir el costo y los sacrificios que la ingente tarea de salvar el planeta requieren. Esperar algo de los políticos actuales –y no hablo sólo de los políticos españoles- es volver a tropezar en la misma piedra. Creo que han demostrado, y con muy buena nota por cierto, hasta qué punto les importamos, convirtiendo la pandemia que vivimos en el campo de batalla de sus intereses partidistas.
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