La sencillez y supuesta espontaneidad nos conduce a una admiración cultural como literaria.
En una primera toma de contacto, puramente teórica, puede parecer que el haiku consiste básicamente en un juego de habilidad lingüística, en un contenido muy concreto que debe ajustarse a un riguroso molde. De esa aparente simplicidad ya se percató Roland Barthes al decir que “El haiku tiene la propiedad, algo fantasmagórica, de hacernos imaginar que nosotros mismos podemos hacerlo fácilmente”. Visión muy distinta a la que se adquiere conforme uno va leyendo páginas sobre los orígenes y el espíritu que hay detrás de cada composición de haiku, esencia de la filosofía zen. Entonces, la sencillez y supuesta espontaneidad nos conduce a una admiración cultural como literaria.
Para no extendernos demasiado en las primeras manifestaciones de esta composición, sí que conviene precisar que es la contemplación, honda y reflexiva, del entorno con un sentimiento interior el que conduce al autor del haiku a dejar la impronta de una comunicación con su realidad circundante. En otras ocasiones, es una percepción de acontecimientos cotidianos derivando en una sonrisa socarrona.
Bajo el título ¿Y si escribes un haiku?, setenta y tres poetas ofrecen un haiku en la sugerente edición que la editorial La Garúa a los lectores. De la edición se ha encargado Josep M. Rodríguez, quien expone la expansión de la cultura nipona y el contexto e irrupción del haiku en literatura occidental, y algunas de sus características.
Un valor añadido a esta antología son las experiencias (derivaciones del haiku) que poetas del siglo XXI aportan a esta composición de origen oriental que apenas guarda la tradición de sus orígenes. Nos referimos, por ejemplo, a elementos de la vida moderna (pistas de tenis, aeropuertos, rascacielos, cintas de celuloide, conductores) en contraste con el concepto clásico de esta ancestral tradición japonesa.
En estos micropoemas, los poetas proyectan la mirada desde lo cotidiano hacia una dimensión universal y atemporal que recogen tonos muy variopintos: intimista, filosóficos, eróticos y humorísticos.
En la organización concisa que exige el haiku, las palabras forman una imagen que sintetiza una idea de espiritualidad en movimiento:
“Ramas de olivo
se mueven con las nubes
formando sombras” (Concha García),
“Crece la noche
y el río se columpia
entre dos lunas” (Mercedes Roffé).
Otros poetas han tomado el contenido de las tradicionales jarchas:
“Luna de abril,
si es mi amante que vuelve
dile el camino” (Ángeles Mora),
“No entiendo y amo
ay tu bokella hamrâ
y lo que callan” (Berta García Faet).
Si la esencia del haiku es convertir en símbolo una sensación tomada de la percepción de la realidad, las restricciones impuestas por la estructura, conducen a una estampa que dejan al lector la interpretación final:
“Posado el pájaro
vino a la isla el lobo
y mordió el aire” (Fernando Delgado).
Lo escatológico, lo humorístico se percibe en la aportación de Guillermo Carnero, desde el cultismo del propio título (Scarabeus sacer) como del adjetivo con el que cierra el poema:
“Culo pomposo,
pelota de palabras
regurgitadas”.
Tomando como base las percepciones visuales, la composición de Francisco Díaz de Castro deja una herida sangrante en un animal acuático, en contraste con la quietud y perennidad de un elemento como el agua:
“Un pececillo
va pintando de rojo
el agua quieta”.
Parecida imagen, esta vez de captura, aporta Miriam Reyes:
“Pez temblador
en el río levanta
nidos de espuma”.
Entre las voces corales, no faltan revelaciones inquietantes:
“El invisible
manto negro del lobo
corre sin dueño” (Yolanda Pantin),
entre muchos cuadros vivos que representan estampas de la Naturaleza.
Algunos autores exprimen al máximo las posibilidades del lenguaje empleando construcciones nominales:
“Retama y aire:
la lavandera blanca.
Día primero” (Esther Ramón),
o recurriendo a la antítesis y la paradoja, paronomasias, personificaciones y epítetos, cuando no a la metáfora en definiciones tan ingeniosas como estas:
“Un disparo en mi pecho,
avispa intensa” (Juan Manuel Villalba);
“Los conductores
en la rotonda, hojas
en un desagüe” (Andrés Navarro).
La iluminación final de la que siempre se habla cuando se trata del haiku es muy perceptible en el escrito de Vicente Gallego:
“Perdona, flor,
te corté para el vaso
y el agua clara”.
Muchos son los que empiezan en el mundo de la escritura ejercitándose con el haiku, tal y como reta el título de este libro como al final del mismo.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato