Rafael Reche: «¿De dónde eres? Mi pueblo y yo, Huétor Tájar por María José García»

Bajo mi piel estaba la primavera de los 18 años, fue el principio de mí, una fecha viva, que me llevó donde las coplas de carnaval se esparcen entre las olas azules, los veleros se mecen en un golfo de luz, cada puerta da al mar, cada ventana a la brisa marinera ¡Mi Cádiz!

¡Al fin! Dejo mi rostro de opositor atrás y fluye el futuro esperanzador con el ingreso tan anhelado en la Academia General Militar de Zaragoza. Comencé un tiempo nuevo, de instantes densos.

Me sentí como el viento, liberado del estrés que supuso la oposición de entrada, dos años intensos cuya única compañía eran los libros de ciencias, estudiar día y noche, en una diaria lucha contra el desaliento. Si dudarlo ni un minuto, quise poner tapones aquel ruido competitivo que no me representaba donde tu compañero de mesa era un opositor a una plaza. Salvado ese destierro intencionado, mi nueva patria nacía en Cádiz.

Mis primeras vacaciones de Navidad, como Caballero Cadete, aterrizaba en una nueva ciudad con mi espíritu franco a las emociones, abierto de par en par al amor.

Mi cuerpo chupao y ágil, con la piel pegada a los huesos por el esfuerzo físico y no comer, se identificaba plenamente con el galgo de Don Quijote “rápido y flaco. Pasa mucha hambre”, un rostro de crio sin bigote, los alumnos de primero, llamados “los nuevos” no podíamos tenerlo, una tradición y un símbolo de veteranía.

Un jovencito cadete disfrutaba con los amigos de un paseo por el espigón que lleva al Castillo de San Sebastián en Cádiz.

Cádiz en 1975, un balcón de júbilo, de placeres invisibles traídos por el mar, la claridad de su luz, sus calles cantan coplas de carnaval con el rumor de las olas, la mujer gaditana un torbellino que derrama alegría y poderío. Ellas, pasión y coraje fundidos en el amor, como dice la popular canción “Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones”.

Aquel plomizo día del húmedo invierno, el viento mecía los arboles de la Plaza España ya pesaba la noche, doblé la robusta e impenetrable muralla y encontré semiescondido el mesón de la Piconera. Respiré sin más y escuché el goce dentro de mi corazón. Un lugar que curvaba el tiempo, lleno de recodos con sabor de la mar, con la nostalgia de las voces quebradas de los marineros que partían para hacer las Américas en galeones. Con paso decidido caminé hasta el fondo, allí en una mesa alargada estaban mis amigos con un novedoso grupo de chicas universitarias, algunas de la Facultad de Medicina.

Atraje la atención como un maniquí en un escaparte, las miradas rompían la frontera de la curiosidad, ¿quién era aquel chaval? de pelo muy corto en contraste con las melenas de mis amigos y que estudiaba militar en Zaragoza.

Ella, estaba ahí. Un soplo guiado de interés y atracción me llevó aquella dulce joven de 17 años, de larga cabellera, ojos azabaches que hechizan, y sonrisa agazapada. Abolida la distancia, me senté a su lado y en un cortejo reciproco con los corazones palpitando rompimos la inercia de la timidez. En aquel mesón gaditano, empezamos a escribir las primeras letras enlazadas de una larga historia de amor.

Dos enamorados junto al mar, el cadete y la estudiante de Medicina en la Caleta de Cádiz

Deja que recuerde aquellos primeros compases. Cuanta osadía, cuanto atrevimiento, dicen que el amor es ciego y algo de cierto debe ser. Nada me detenía, cuando en los permisos de la Academia, me sentaba a su lado, para sentir su cercanía en los ceñidos asientos abatibles de madera de las clases de la Facultad de Medicina, un aula anfiteatro tan similar a la actual Aula Universitaria de Mayores de Granada, cuanta aprensión acumulaba pensando que el profesor se fijará en mí y desvelará al polizón enamorado metido de aprendiz de médico.

Cuanto amor, cuando el reflejo plateado de la luna se sumergía en las aguas de la Caleta, el faro espacia su haz de luz y le miraba sus ojos puros, susurraba su nombre, besaba sus cándidos labios.

El silbato del tren y la voz sonora del altavoz de la estación “Tren expreso con destino a Madrid, próximo a efectuar su salida…” La velocidad que sucede todo y de pronto lentamente se deslizaba por la vía, pesadamente como si una fuerza lo anclara a Cádiz, desde la ventana, la miraba y ella, en el andén empequeñecía y su pañuelo se agitaba al aire y el silencio se instalaba en el vagón, hipnotizado observaba el cielo estrellado sobre el invencible mar….

Dos enamorados frente a frente, dos olas en un océano colmado de traslados. ¡Cuánto hemos rodado juntos antes de asentarnos en Granada! Tantas cosas dulces, tantas amarguras compartidas, tantos imperios visitados, tantas lágrimas derramadas al llegar y salir de cada ciudad.

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María José García García nos relata de su pueblo: Huétor Tájar  (Granada)

María José García, compañera del Club de Lectura y estudiante del Aula Permanente de Formación Abierta de la Universidad de Granada. Ella, una mujer apasionada por la vida, apasionada por la lectura, apasionada por su profesión de Ginecóloga y realmente apasionada por su pueblo Huétor Tájar. Nos describe con precisión y detalles la riqueza del patrimonio histórico y cultural, nos lleva de la mano a un paseo por su infancia y sus costumbres.

Reconozco mi apego a Huétor Tájar donde es natural mi yerno y nieto Martín, comparto vivencias agradables en este entrañable pueblo granadino.

Situado en la margen derecha del rio Genil, que atraviesa de este a oeste su término municipal; en una fértil vega, a pocos kilómetros de la sierra de Loja, en el poniente granadino; rodeado de cerros en los que predomina el olivo y algunos almendros y chaparros; se encuentra Huétor Tájar.

Es el pueblo donde nací. Allí predomina el verde de los campos de la vega y la línea de bosque de ribera que acompaña al río en su trayecto. En tiempos pasados estaban muy presentes las choperas, pero como tantas cosas, esto ha ido cambiando. Ahora es frecuente ver casetas de aperos y algunos árboles frutales diseminados aquí y allá. Aunque siguen observándose manchas blancas de cortijos en los cerros. En la distancia, a más de 50 kilómetros hacia el este, Sierra Nevada está presente.

En estas tierras se han encontrado restos de civilizaciones que nos precedieron: íberos, romanos y árabes. La primera constancia escrita de la existencia del pueblo data del siglo XV con la expedición llevada a cabo por Don Álvaro de Luna en la Vega de Granada. El nombre compuesto del pueblo se debe a que en su origen eran dos aldeas próximas, Huétor y Tájara, más al norte, destruida tras la toma de Alhama por el rey Fernando el Católico (1). El 25 de febrero de 1489 se produce el reparto de estas tierras por los Reyes Católicos siendo concedidas a D. Álvaro de Luna, quien fue nombrado alcaide de Loja y de la Torre de Huétor, así como la entrega de 400 fanegas de tierras en sus inmediaciones (2).

Torre Alquería, restaura de época nazarí

El rio y el Torreón árabe son el emblema de este pueblo. Se trata de una Torre-Alquería de 4 plantas, atribuida a la época nazarí; último vestigio defensivo y citada en crónicas escritas por primera vez en 1431 en la Crónica del Halconero de Juan II, de Pedro Carrillo de Huete. Fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1949. Afortunadamente ha sido magníficamente restaurada y actualmente puede ser visitada, cosa que os recomiendo. SE REALIZAN VISITAS GUIADAS. Una magnífica excursión de un día se puede dedicar a visitarla junto a la Villa Romana del Salar, distante tan solo 10 kilómetros.

Nací en este pueblo en 1953 mediante parto domiciliario y natural, atendido por matrona (entonces se las llamaba comadronas). No estuvo presente el médico, que era mi abuelo, y a mi madre no debió de irle mal porque a los 20 meses repitió trayendo al mundo a mi hermano. Yo seguí adelante sin grandes complicaciones. Tuvimos mucha suerte ambas dada la alta mortalidad materna y neonatal de la época.

Toda mi infancia está ligada a este pueblo, del que salí a los 13 años para ir a estudiar interna en un colegio de religiosas y al que desde entonces vuelvo insistentemente de forma periódica.

Allí me reencuentro con viejos amigos, con mis compañeros de juegos de la infancia y adolescencia, con la memoria antigua que cada vez está más presente a medida que avanza la edad. Siento que el rio subterráneo de la vida me dirige hacía allá, donde reposan mis padres y su, mi, memoria.

Allí los juegos en la acera, con dos hermosas moreras, el Chevrolet de lata que hacía un ruido infernal, los gatos, siempre amigos, las noches de verano en la puerta de la casa tomando el fresco y charlando los mayores con los vecinos, las primeras palpitaciones del sexo, los primeros amores. También el inicio de la rebeldía con la fuerza y el desconcierto que me ocasionaba. Observar la emigración de aquellos que se iban buscando trabajo a otras partes de España y del extranjero, la soledad en que quedaban las familias, el retorno en los veranos de los ya afincados fuera y a los que cruelmente en el pueblo llamaban “rebañaorzas”.

En un microcosmos social como este se observan mejor los cambios de la época, y el cambio en los últimos 50 años ha sido fabuloso, como en el resto del país. No obstante, aún se conserva el paisaje y algunos ecos del pasado. La escasa personalidad de sus casas, que no presentan ningún estilo arquitectónico definido, se ha ido haciendo más ostentosa, según mejoraba el nivel económico de sus habitantes; el aumento de automóviles hace en ocasiones difícil el movimiento en algunas calles, el número de divorcios es muy elevado, la influencia de la Iglesia Católica representada en la Parroquia, aparentemente ha disminuido, aunque siguen predominando las bodas y entierros religiosos, incluso entre aquellos que nunca fueron practicantes.

Vista panorámica del pueblo de Huétor Tájar en plena vega granadina.

Ahora el pueblo es receptor de inmigrantes: marroquíes, subsaharianos, pero fundamentalmente hispanoamericanos, mayoritariamente ecuatorianos y bolivianos; también de países de Europa del Este. Acuden para las tareas agrícolas y vuelven a marcharse; algunas familias de habla hispana se están estableciendo aquí.

En la década de los años setenta del pasado siglo comenzó el cultivo intensivo del espárrago y surgieron las primeras cooperativas esparragueras, creciendo el cultivo del mismo hasta convertirse el espárrago de Huétor en un producto de fama internacional, exportándose a la mayor parte de los países europeos siendo grandes clientes Alemania, Francia, Suiza y Holanda. En el año 2000 la Comisión Europea ha registrado el Espárrago de Huétor Tájar como Indicación Geográfica Protegida, hecho que ha impulsado su desarrollo y extensión a gran parte de la Vega de Granada.

La gastronomía de la zona está ligada a diversas formas de preparación del espárrago, recetarios estimulados especialmente durante los años 1987-1991 en que se celebró una Feria del Espárrago para promocionar el producto. En el año 1989, coincidiendo con dicha Feria, nació un festival de música denominado Espárrago Rock, tuvo un gran éxito llegando en su segunda edición a llevar al pueblo 35 autobuses de toda Andalucía. El éxito fue tan incuestionable que hizo necesario trasladar el festival a la Feria de Muestras de Armilla en su quinta edición. Se convierte, en su sexta edición, en un festival internacional y en el año 1999 cambió de sede para celebrarse en el circuito de velocidad de Jerez de la Frontera.

También tenemos en el pueblo un cronista local que ha escrito un libro, que he consultado, titulado “Una mirada a Huetór Tájar”: Víctor Ayllón Cáliz, al que desde aquí muestro mi agradecimiento y admiración por la tarea de recopilación tan notable que ha realizado.

Al médico y poeta Manuel Jesús Gámiz Gordo, enamorado del pueblo, debemos varios libros de poemas.

La peña flamenca Juan Pinilla cuenta con importante número de socios y organiza concursos de cante y trovos; entre los miembros del jurado nunca faltan cantaores de la talla del maestro Alfredo Arrebola, José Calle además del propio cantaor que da nombre a la peña.

Es éste un bosquejo del pueblo en el que nací, que dejó de ser pueblo y se convirtió en ciudad. Muy deprisa. Sin embargo, aún conserva ecos del pasado y su resonancia me inunda a veces y me hace sentir más próxima a lo que perdí, proporcionándome una cierta sensación de íntima alegría, de pertenencia e identidad; porque allí se ubica la memoria, es el sustrato físico de la infancia, la familia original. Es un punto de anclaje. Siempre consideré una riqueza contar con este patrimonio nuclear alrededor del cual se han ido añadiendo otras identidades.

Si con estas líneas he despertado vuestra curiosidad para conocer este pueblo, me sentiré muy honrada y os aseguro que seréis bien recibidos si os decidís a visitarlo.

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(1) Según la crónica de Alonso de Palencia. Guerra de Granada. Libro III.

(2) Barrios Aguilera Manuel. (1986) Moriscos en la tierra de Loja : El apeo de 1571-1574:estudio y edición. Granada

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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.

Rafael Reche Silva

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Comentarios

9 respuestas a «Rafael Reche: «¿De dónde eres? Mi pueblo y yo, Huétor Tájar por María José García»»

  1. Maria Exposito Mesa

    Muy interesante tus articulos Rafael, este de cadiz muy bonito. Y la descripcion de Huetor Tajar de M. Jose muy entrañable alli tenemos amigos (algunos ya se fueron como Maria «la Veguilla» a la que queria yo mucho). Yo he ido mucho por tu pueblo ahora menos. Un saludo.

    1. Rafael Reche

      Estimada amiga María, tengo la suerte de compartir en la actualidad mi tiempo en dos ciudades con gran encanto como es Cádiz y Granada, por ello, hablar de ellas, es un gran placer porque tengo muchos fragmentos de mi vida en ambas. Gracias

      1. Mª José García

        Gracias María. Yo también conocí a esa otra María, era muy entrañable y hacía unos dulces riquísimos!

    2. Antonio Alcalde Castilla

      Buen escrito Rafa de ese enamoramiento con esa edad le pareces al cantante de los vites del pueblo de huetor taja le estoy yo muy agradecido hemos llevado los niños de la asociación a ver la cooperativa de espárragos y se portaron muy bien dándole botes de conserva a todos un abrazo.

      1. Rafael Reche

        Amigo Antonio quien no se enamora perdidamente a los 18 o 20 años. Huetor Tajar es un pueblo que me sorprendió, por su dinamismo, la cantidad de actividades que se desarrollan en él. Con la Asociación lo hemos visitado con motivo de su espectacular Belén

  2. Diego Quiros Montero

    Un bonito relato, un brindis al primer romance que Rafael nos describe como ya es habitual con gran destreza y maestría. Tiempos en los que se perfila el futuro, tanto profesional como familiar. No fueron fáciles pero se superaron con éxito. Enhorabuena y no desfallezcas.

    1. Rafael Reche

      Amigo Diego, por tus venas circula la sangre gaditana y en tus piernas quedan grabado los paseos por una ciudad que adoras, te agradezco tu comentario. Cierto, en nuestro recuerdo queda aquellos años de internamiento duros que compartimos donde nos esforzamos por conseguirlo. Un abrazo

  3. María Silvia Cañete Romero

    Cerrar los ojos y recrear los tiempos en los que surgió la llama del amor juvenil (chispeante y poderoso) es un deleite, pero abrirlos y comprobar que aún sigue a tu lado (ardiente y pausado) es un privilegio y un gozo. Qué bonita la vida, cuando se recorre el camino cogidos de la mano. Enhorabuena Rafael, por ese relato tan tierno.
    María José, me encanta como describes que los años nos reavivan la memoria antigua. ¡Qué cierto! Y me ha encantado la expresión para el arraigo. (Ese rio subterráneo que te lleva hasta la tierra donde reposan tus padres.) Visitaré Huétor Tajar, que estando tan cerca, no lo conozco. ¡Un abrazo!

    1. Rafael Reche

      Amiga y compañera Silvia. Gracias por tus emotivas palabras. Siempre es un placer escribir sobre el amor en un tiempo tan complicado y alterado, por la epidemia, las restricciones y las catástrofes naturales.

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