Pedro López Ávila: «’El cuarto de revelado’ de José Lobato»

Teníamos prevista en 2020 la presentación de este poemario, editado por Alhulia; sin embargo, las circunstancias extraordinarias por las que estamos atravesando nos ha hecho víctimas -al autor y al presentador- de la ilusión que ambos teníamos de haber mostrado públicamente los 29 poemas que componen esta nueva entrega poética, dividida en dos partes: Cámara oscura y revelado de negativos.

Indicar, de entrada, que en la poesía que aquí leemos no hay lugar para temáticas previsibles, aunque el sentimiento y el pensamiento se aúnen y se den la mano. Lobato nos muestra una clara preferencia por recoger los momentos más íntimos en los que la vida se precipita en un constante ir y venir mecánico, para iluminar los falseamientos de la experiencia real: « He vivido a la carrera» (…) «todo el tiempo que empeñé en no ser feliz». Encontramos en estos versos, pues, el mundo interior de nuestro autor, profundamente sensible, donde los caminos transitan entre la soledad y el silencio; entre la búsqueda y el hallazgo; entre lo efímero y la esperanza. Todo esto, en medio de una confusa fe, o, quizá, una confusa esperanza: la copiosa esperanza del náufrago que tantas veces utilizará en su estro verbal.

El Cuarto de revelado es una propuesta poética más allá del tiempo, no es un libro donde habite la inocencia adolescente, ni el descreimiento de una edad madura, ni a la entrega confiada de una rítmica que nos exalte. Lobato se alinea en la búsqueda de claves que le permitan ser redimido de su fragilidad, que, a fin de cuentas, es la de todos. Por esto, aunque el libro presenta una faz intimista, muy pronto nos percatamos de que es quizá mucho más lo que descubrimos de nosotros mismos, que lo que nuestro autor se deja testimonialmente en sus versos. Es más, muchos de sus versos están plagados de aforismos: «tan cierta es la verdad / que todo parece mentira», « desprenderse de todo /para salvar lo que aún es mío, Tengo una vida para perderte /y un instante para encontrarnos.

José Lobato y Pedro López Ávila, autor de esta reseña ::A.A.

La palabra poética es, para José Lobato, un instrumento para el conocimiento de sí mismo en su pertinaz lucha autoexigente que mantiene con la existencia, profundamente ligado al concepto de la filosofía griega: «conócete a ti mismo». En Síndrome de Estocolmo, nuestro autor expresará este concepto con rotundidad: «No encontré jamás en nadie / enemigo más digno de mí / ni otro que pudiera herirme más hondo (…) Es porque nada me da más miedo / que atreverme a ser yo mismo (…) Hace años que no he podido /sostener la mirada / Al hombre que desde el espejo /Me apunta con ojos de reproche». Pero, a su vez, la palabra poética es para Lobato conocimiento de la existencia que no es otro que «aprender para morir /y vivir para contarlo»

Así, nuestro autor va creando y recreando el misterio en el recuerdo y en la observación atenta; de tal forma que- sin miedo y sin fingimiento- vuela hasta descubrir la selecta esencia que lleva en el alma, para encontrar un sentido más pleno a la interrogación de vivir ante el trágico temblor de inseguridad y vulnerabilidad del hombre en el mundo. Lobato lo expresará en su poema Vivir descalzo « El hombre busca Dios / cuando persigue encontrarse / Yo creí huir de mí / y en cambio iba en su busca»; aunque ,de una forma mucho más contundente, el sentido trascendencia no lo manifestará cuando nos dice: «presiento que no hay muerte más allá de la vida». Como se puede observar, una corriente oculta machadiana recala en nuestro autor, sobreponiéndose a la derrota de la muerte. Recordemos el verso de A. Machado en Una tarde cenicienta y mustia «siempre buscando a Dios entre la niebla»

Portadas de El cuarto de revelado  (Ed. Alhulia)

El yo lírico transita por estos poemas arrojado al tiempo en un difuso latido antitético espiritual, en donde late un arrebato errante que lo acompañará a lo largo de todo el poemario « He encontrado esta mañana / mi cadáver aún con vida / en el espejo». En este sentido, en las páginas más intimas de este libro, lo que importa es entender la poesía como elemento catártico en la exigente disputa que Lobato mantiene consigo mismo para encontrarse, «y regresar de santidad ungido / para vivir a flor de piel / desde lo íntimo»; pero, a su vez, desde la incierta condición del regresado, el poeta sabe que con su libro está enviando un mensaje de humildad para sus lectores, ya que ha renunciado a las ínfulas neorrealistas y barrocas actuales, que se venden en las puertas de cualquier comercio o a través de redes sociales, para poner al descubierto fórmulas literarias muy originales, en la búsqueda de su propia redención: « mi plan será / escribir hasta dar conmigo / escribir para desolvidarme».

Hay en este poemario, por tanto, un repliegue hacia lo privado, hacia lo estrictamente personal y autobiográfico, que crea una narratividad cotidiana, pero, por supuesto, sin pretensiones de objetividad. Nuestro autor se mueve en un horizonte en el que se descifra el dolor, la nostalgia, el desarraigo, el desbaratamiento, el temor, el amor, la insatisfacción, el paso del tiempo, el recuerdo, el amor, la frustración, la muerte, el misterio, el silencio. el destino, y hasta el sueño y el ensueño (El sueño de imago) que, por otro lado, deberíamos decir que estas dos últimas temáticas son manejadas por Lobato tan diestramente -como fieles cómplices líricos- que nuestro autor llega a encontrar un inmenso espacio originario, alejado, definitivamente, del fingimiento y de la egolatría.

Así pues, El cuarto de revelado es una poesía de madurez (con un tono de claridad que cualquiera agradece y que se queda a este lado de la vida) de un poeta que busca entre las sombras un prodigio de luz que sosiegue sus dolores y dé cabida a la esperanza: « bienaventurados quienes busquen la luz / en un mundo a oscuras, / pues de ellos es la fe /, que amanece». Esperanza que solo alcanza por medio de introspectivas miradas intimas: «buscándome al fin descanso», verso que nos deja un profundo eco del Retrato de A. Machado quien habla solo espera hablar a Dios un día (A. Machado)

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