Estamos hiperconectados, más conectados que nunca, pero también más solos. El teléfono se inventó para acercar a las personas lejanas. Los modernos y sofisticados smartphones parece que se han desarrollado para alejar a las cercanas. Existen muchos hechos que podrían certificar mis palabras. Les voy a narrar algunos de ellos:
Hace unos días, aprovechando que hacía una buena tarde, salí a pasear por las calles de mi pueblo. Al llegar a la plaza de la Iglesia, me senté en uno de los bancos que la circundan. En el centro de ella, un chaval jugaba con un balón mientras llamaba a voces a sus tres amigos para que jugasen con él. Sentados en otro banco de la plaza, absortos y ensimismados, miraban afanosamente las pantallas de sus móviles e interactuaban con ellos. No se relacionaban entre sí, sino que permanecían fijos, atraídos y fascinados por lo que veían en sus pantallitas. Así fue transcurriendo el tiempo hasta que, harto de que sus compañeros no le hicieran caso, aburrido y desesperado por sus actitudes, tuvo que irse a otro lugar a seguir pateando su balón.
Otro día, me senté a tomar un café en la terraza de un bar. Al lado de mi mesa, una familia tomaba un aperitivo en otra. El que parecía ser el padre, entretenido con su móvil, le decía al hijo, un niño todavía, -Ya está bien, Javier, estás todo el día con el móvil- -¿Y tú?- le respondía el hijo. A su lado, su madre también se distraía con el suyo. Todo acabó con una serie de reproches de unos a otros. La realidad es que a los tres los tenía absortos su móvil. Y, en algunas ocasiones, la absorción es tal que se convierte en adicción. Estamos rodeados de medios tecnológicos que la facilitan. Y hemos de estar en situación de alerta.
Saquen ustedes, amigos lectores, sus propias conclusiones y díganme si no es verdad la hipótesis que enuncié al comienzo de mi texto.
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docente jubilado