José Luis Abraham López: «Un campo de girasoles infinito»

Controlar las malas hierbas, tener un motivo de ilusión y adquirir la paciencia necesaria hasta obtener resultados

Buscando hamacas para la playa hemos salido de la tienda con treinta y tres semillas de girasoles, una jardinera con reserva de agua y tierra de abono. ¡Nos encantan los girasoles! Lo primero que hacemos al llegar a casa es plantarlas en una sola jardinera. Cuando al día siguiente, desayunando churros, un enorme girasol majestuoso poco más que se deja caer en nuestra mesa como queriendo asomarse a nuestra generosa taza. Entonces, caemos en la cuenta de que quizá no haya sido la mejor idea esperar tanto rendimiento de un solo cultivo, así que cuando regresamos a casa lo primero que hacemos es repartirlas en varias macetas.

El hecho no pasa de acreditar nuestra facilidad en despertar una ilusión que puede surgir en cualquier gesto improvisado así como nuestro escaso conocimiento y desenvoltura en el mundo hortícola. De esta escena, en cambio, sacamos con sarcasmo varias conclusiones: abonar el terreno para lograr las expectativas, más vale ir secuencialmente y darle a cada uno el sitio que necesita, controlar las malas hierbas, tener un motivo de ilusión y adquirir la paciencia necesaria hasta obtener resultados.

El cuidar una planta debería ser un ejercicio que todo ciudadano debería probar, tener el compromiso voluntario sobre un ser vivo cuyo cuidado se manifieste en su crecimiento; algo visible que puede cambiar nuestro estado de ánimo y nuestro sentido de la responsabilidad. Además, aporta relajación y fomenta la curiosidad.

Distintos estudiosos han demostrado, a través de la terapia hortícola, de los beneficios de cuidar las plantas, para quienes padecen distintas patologías: trastornos psiquiátricos, esquizofrenia, personas discapacitadas, cuadros depresivos, ancianos y niños.

Hasta ahora nos había bastado comprar periódicamente girasoles en floristerías que, en el interior del dulce hogar, parecían formar un bello cuadro en vivo. Encontrar esos rostros amarillos en el salón nos alegra los días.

Igual tenemos que conformarnos, una vez más, con entonar adivinanzas que doten de aún más personalidad a este disco áureo o moneda dorada, según se le aprecie:

Siempre mirando al sol 

y no soy un caracol. 

Giro y giro sin fin 

y no soy un bailarín.

O para quien lo prefiera en verso octosílabo:

Entre col y col lechuga, 

entre lechuga, una flor, 

que al sol siempre está mirando, 

dorándose a su calor.

No sé quién dijo que la belleza es el signo irrefutable de la verdad. Y así siempre me acuerdo de aquellos terrenos de girasoles en pueblos andaluces que atraen la calma:

A veces el silencio parece un campo 

de girasoles infinito.

 

 

Ver anteriores artículos de

José Luis Abraham López

Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato

 

José Luis Abraham López

Ver todos los artículos de

IDEAL En Clase

© CMA Comunicación. Responsable Legal: Corporación de Medios de Andalucía S.A.. C.I.F.: A78865458. Dirección: C/ Huelva 2, Polígono de ASEGRA 18210 Peligros (Granada). Contacto: idealdigital@ideal.es . Tlf: +34 958 809 809. Datos Registrales: Registro Mercantil de Granada, folio 117, tomo 304 general, libro 204, sección 3ª sociedades, inscripción 4