No sé, a ciencia cierta, si se trata de una exageración mía o tan sólo es un ‘viento olfativo’ que me está rondando con cierta reiteración: ¿hemos entrado en una fase ciudadana de ‘falta de vergüenza’, ‘insolencia’, y «descarada ostentación de faltas y vicios» (RAE)… Parece como si los principios que dan razón a nuestro existir en convivencia y, por tanto, en paz se estuviesen intentando sustituir por falacias de corta duración que afectan con carácter importante a la mente -al ‘ser’- de buena parte de los ciudadanos.
Y, además, los individuos que recurren a este tipo de actuaciones -por llamarlas de alguna forma- no tienen ningún pudor en mantenerlas públicamente como verdades incontestables. Por ejemplo, hoy es blanco, pero mañana puede pintarse de negro; lo que está muy bien para el arte de la decoración, según los gustos de cada uno, no cabe como solución en las ocupaciones de tienen que ver con los derechos fundamentales, especialmente en lo concerniente a la autenticidad.
Pero, igualmente, se olvidan -nos olvidamos- que el tiempo es un juez que pone a cada uno en su lugar, y que «todos nosotros somos libres de nuestros actos pero no de las consecuencias» (lamenteesmaravillosa.com).
Fijaos que ya en el antiguo Egipto se creía -se mantenía- que, tras un azaroso viaje después de la muerte, y habiendo llegado a la «sala de la doble verdad, mientras Anubis sostenía el plato de la balanza, de un lado se colocaba una pluma de Maat (el símbolo de la justicia) y del otro lado el alma del difunto. Si el corazón pesaba menos o igual que la pluma, la persona tenía acceso al paraíso junto a Osiris; de lo contrario, era condenada al sufrimiento perpetuo» (‘El peso del alma: un viaje desde Egipto hasta la actualidad’, ecoosfera.com).
Me pregunto si habrá llegado el momento de facilitar a cada ‘vigilante’ de la equidad social -que haberlos, haylos- un báscula de estas características y de empleo inmediato para que las ‘obras’ de todos tengan certeza y no haya que recurrir a una sentencia sin retorno.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista