El título de esta reflexión “viene” de la lectura de un artículo de Carlos Mayoral en XLSemanal: “Desaparece Filosofía en la ESO, aparecen los siervos”.
Entre otras cosas, el autor escribía, tras preguntarse para qué sirve la filosofía –y tras “invocar” a Heidegger, Platón, Hegel y Simone de Beauvoir–, sobre las diferencias entre los hombres libres y los esclavos o siervos: “A los primeros les persigue la dignidad del pensamiento libre (…) Los hombres libres son nobles a la manera sociológica, es decir, no dependen de nada ni de nadie. Los siervos, sin embargo, manejan un pensamiento servil, subordinado a otras corrientes o dogmas. Son, claro, lo contrario a la nobleza. Se muestran dependientes, sometidos”, queriendo dejar, también, de manera diáfana que “el hombre de hoy es siervo, porque condiciona su pensamiento a los mandatos de la tecnología y el mercado”.
Y esta explicación –teoría– me ha hecho recordar – escrutando uno de sus últimos libros, “La masonería en Málaga”– la vida y “milagros” de un catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga, Antonio Nadal, considerado, a día de hoy, “políticamente incorrecto por ser un testigo incómodo”: “Encarcelado durante la dictadura, excandidato del PCE al Congreso en 1982, experto en la República, la Guerra Civil y el Franquismo, se muestra muy crítico con el concepto de Memoria Democrática y con una visión de la Guerra Civil que considera sectaria. «La Historia no puede estar sometida a la política» (Alfonso Vázquez)”.
Antonio, de quien aprendí mil conceptos válidos, podría, con toda seguridad, considerarse como un ejemplo de hombre libre, o, mejor aún, como ya os he dicho varias veces, un “hombre de luz”.
Y mantengo, os repito lo ya escrito con anterioridad –al considerar sobre las diferencias entre libertad y libertinaje–, reconociendo, con dolor de corazón, lo que me ha llevado a sustentar una realidad vivida en estos tiempos de crisis sanitaria y social: ¡cuánto os hemos echado de menos!… En la calle; a pie de obra; tendiendo vuestra mano; solucionando los problemas reales; y no encerrados en sacristías y palacios, confabulando cómo “mantenerse en el candelabro”.
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de
Ramón Burgos
Periodista
