Jesús Fernández Osorio: «Bajo nombre de mujer»

Siguiendo las estela dejada por los actos del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que ayer 25 de noviembre se conmemoró, hoy nos vamos a detener en su justa lucha por erradicarlos y por la consecución de unos derechos y unos deberes fundamentales, en igualdad con los hombres.

En primer término, no he podido resistirme a encabezar esta líneas con la imagen de una miliciana combatiendo en plena sierra de Guadarrama, a finales del mes de julio de 1936. Una fotografía, tomada en primera línea del frente, que, gracias a las técnicas actuales que permiten colorear tomas antiguas, nos va a aportar una visión más desconocida de la realidad; puede que mucho más directa o, si se quiere, más actual. Una instantánea que, por lo demás, forma parte de una selección de emotivas imágenes históricas publicadas muy recientemente por EL DIARIO.ES

En el caso que nos ocupa, de cuyo proceso de colorización se ha encargado el artista gráfico de origen sueco, Julius Backman, se puede ver a una mujer armada acompañada de otros jóvenes milicianostras un improvisado parapeto a base de piedras de pizarra. El personaje femenino del primer plano se nos muestra plenamente consciente y decidida; apuntando con su fusil hacia donde, más pronto que tarde, habrían de llegar quienes les arrebatarán los importantes logros y los sutiles cambios conseguidos para ellas por la Segunda República: su plena incorporación a la sociedad civil, el derecho al voto, la posibilidad del divorcio, la coeducación, etc.

Con el fin de la contienda, algunas perderán algo más que las breves conquistas de la etapa republicana. Una dolorosa derrota tras la cual el régimen de Franco las devolvió a sus casas; el lugar en el que se consideraba debían estar. Un nuevo mundo cargado de retroceso social que las relegaba a la entrega y a la sumisión; a la esfera de la casa, al cuidado de los hijos y de los mayores. Y, siempre, a la sombra de los hombres. En el caso de las trabajadoras más pobres, a las inacabables tareas del ama de casa. Un trabajo que algunas escritoras, como Almudena Grandes, han llegado a comparar con el de auténticas Sísifos domésticas. Pues, tal como ocurriera con el famoso personaje de la mitología griega, permanecerán encadenadas día tras día a una tarea sacrificada y efímera; esa “que se destruye inmediatamente después de ser construida”. Y, otra vez, vuelta a empezar… Una ingrata e inacabable ocupación a la que unirán su destino generaciones enteras de mujeres; como habría venido sucediendo durante siglos.

Las cartas de Elena Francis. Una educación sentimental bajo el franquismo ::Ed. Cátedra]

En este contexto restringido del “hogar” bien pronto vendrá a ocupar un espacio el Consultorio de Elena Francis. Un programa radiofónico que tendrá una enorme difusión y que llegará a ser el auténtico “consultorio sentimental” de la época; siempre dentro de las directrices ideológicas y morales del momento: básicamente recetándoles resignación y aguante. La sorpresa será mayúsculas cuando, muchos años después, se descubra que tal personaje nunca existió y que, detrás de la melosa voz que cada tarde escuchaban ansiosas y esperanzadas miles de mujeres de España, no había más que un escogido grupo de guionistas. Todos hombres, por supuesto.

Como todos saben, previo a la llegada de la televisión a nuestras vidas, era la radio la que ocupaba el lugar preferente en torno al cual giraba la estancia familiar. Así, yo mismo recuerdo –privilegios y desventajas de la edad– la particular musiquilla con la que daba comienzo el famoso serial de radio. Seguramente, mientras mi madre seguía con mayor atención y entusiasmo los consejos que se daban a las supuestas cartas remitidas por los oyentes. Mientras, eso sí, no perdería de vista sus múltiples tareas cotidianas: comidas, preparación de la ropa, limpieza de la casa…

Desde aquellos años sigo manteniendo el referente esencial de mi madre –mis tías y de todas las madres y abuelas– siempre aferradas a las duras e infravaloradas labores, pues, ese era el oficio que se les anotaba sin más rodeos en sus documentos de identidad: “sus labores”. Labores a las que, también, se les uniría la infatigable colaboración en las tareas del campo. Resultado: que siempre eran las últimas en acostarse y la primeras en levantarse. Y, casi siempre, robándole horas al sueño.

Mujeres de Jérez del Marquesado llevando las pequeñas capillas o imágenes religiosas que se compartían entre la vecindad ::AHPG

Como justo reflejo de la participación de la mujer rural de mi comarca en los trabajos agrícolas, un grupo de jóvenes investigadores holandeses la visitó. Al menos estuvieron por mi pueblo, Cogollos. Eran los años finales de la década de los setenta del siglo pasado. Aquí permanecieron durante algunos días entrevistando y fotografiando las numerosas escenas de la recolección del maíz, del asado de los pimientos, del blanqueo de las casas, etc. Sin duda, debieron recoger un riquísimo y fiel testigo de nuestra particular idiosincracia. Algo que para ellos debió suponer todo un fuerte choque cultural, comparado con la modernidad que se respiraba por Europa. Pero, pasados los años, nada más se supo de tales estudios antropológicos locales. Nunca se hizo partícipe alguno a la localidad de los rasgos culturales que una vez se le atribuyeron. Una búsqueda a la que apasionadamente me agarré, ilusionado en su localización. Hasta el momento todos los esfuerzos han resultado infructuosos.

Pero, algunos se preguntarán: ¿dónde se encontraban los hombres de la localidad? La mayoría habrían hecho las maletas y se hallaban allende nuestras fronteras. Eran los años de la emigración a Suiza… Solo quedaba esperar la conquista de la democracia y la apuesta sería y decidida por el futuro de una tierra tan abandonada como castigada por el paro. Y, en el caso de las mujeres, (que también compartieron el desarraigo del obligado éxodo) la llegada de nuevas y atrevidas generaciones y la continuación de la lucha por sus derechos y por la igualdad social.

Mujeres de todas las épocas, mujeres siempre de luto, mujeres sufridas y siempre en desigualdad a las que me gustaría dedicar este pequeño reconocimiento y homenaje, pues, tal como diría el poeta, Ángel González, se sigue haciendo necesario “un ancho espacio y un largo tiempo” para poder alcanzar la plena igualdad entre los hombres y las mujeres. Continuemos la senda que ellas nos abrieron. No abandonemos nunca su sueño.

 

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Jesús Fernández Osorio

Maestro del CEIP Reina Fabiola (Motril).

Autor de los libros ‘Cogollos y la Obra Pía del marqués de Villena.

Desde la Conquista castellana hasta el final del Antiguo Régimen‘,

Entre la Sierra y el Llano. Cogollos a lo largo del siglo XX‘ y coautor del libro

Torvizcón: memoria e historia de una villa alpujarreña‘ (Ed. Dialéctica)

Jesús Fernández Osorio

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