Reconocer y aceptar nuestras circunstancias y limitaciones, es el primer paso para sobreponerse y superarlas.
Decía el escritor norteamericano R. W. Emerson, que nunca se puede lograr nada en la vida sin entusiasmo; el entusiasmo, la ilusión y la confianza en sí mismo, constituyen los primeros secretos del éxito. Creo que otro importante filósofo y escritor, como fue el Nobel de Literatura H. Bergson, también afirmaba que no es más viejo el que presenta más arrugas, sino el que tiene menos ilusiones. Por tanto, con el mismo parámetro evaluador, también podríamos afirmar que no es más joven el que tiene menos años, sino el que tiene más entusiasmo, más ilusiones, más ganas de vivir, de descubrir su entorno y de percibir cada día las bondades, las cordialidades y los gozos de la vida, tanto en sus ámbitos físico y material, como en el artístico y espiritual.
Sin embargo, sabemos que en la práctica, en el día a día, en la difícil convivencia con los demás, no es nada fácil mantener los anhelos, las ganas de superación y de vivir satisfactoriamente. Por el contrario, la crispación y la frustración se abren paso con intensidad creciente. El egocentrismo, la hipocresía, el materialismo, la vanidad, etc. que nos invaden, son algunos de los elementos que impiden una convivencia armónica y pacífica. Estamos sumergidos en una crisis global y nacional de gran envergadura, que nos está alienando y deshumanizando precipitadamente. Pero, no me refiero sólo a los desbocados precios de la energía, ni a la pandemia, ni al paro, ni a la pésima gestión del gobierno, etc. sino a la pérdida de valores esenciales, al desencanto, al hundimiento mental y moral de jóvenes y mayores, así como al negro futuro, que nos auguran los expertos, entre aciertos y errores.
El problema actual de la educación en España, no es sólo el fracaso escolar, ni el Informe PISA, sino Juego de Tronos, El juego del calamar y otras muchas series y programas que triunfan en internet y en la “tele basura”. Estos constituyen dos de los perversos ejemplos, que embaucan y maleducan a la población, especialmente a niños y jóvenes, que por su mente absorbente, imitan -más que los mayores- las conductas corruptas e inmorales que desprenden sus contenidos. Así las cosas, nos estamos olvidando de Dios, abandonando la Filosofía, suprimiendo las Humanidades y pisoteando la Ética. Igualmente, hemos sustituido la lucha de clases, por la lucha de géneros, la natalidad por la mortalidad – ochenta y ocho mil abortos en 2020 – la historial objetiva y total, por la historia sesgada y parcial, la verdad por la mentira, la benevolencia por la intolerancia, el amor por el odio, etc. Además, estamos legislando para que desaparezca el poco respeto que queda a padres, profesores, médicos, policías, etc.
El resultado es claro: vamos hacia una sociedad anodina, conformista, resignada y triste; con más cegueras que certezas, más incertidumbres que convicciones, más frustraciones que ilusiones, etc. No intentamos revelarnos contra nada y tampoco nos preguntamos por el sentido de nuestra vida; porque los seres humanos, a diferencia de los animales, necesitamos conocer metafísica, moral y emocionalmente, qué hacemos aquí y cuál es nuestro destino, más allá de lo perecedero o lo visible. Las múltiples tareas, las falsas necesidades, las prisas, el estrés, etc. nos impiden desarrollar un modo de vida relajado y sosegado, con la calma y la quietud necesarias para pensar y reflexionar, hacer bien las cosas y disfrutar con ello.
¿Quiénes son los responsables de que estas tendencias, se reconduzcan por senderos más esperanzadores y humanizados? Pues nuestros dirigentes políticos, que para ello los hemos elegido. Pero, nada de eso; aunque con diferencias considerables, están más preocupados por conservar su puesto, que por solventar las necesidades reales de los ciudadanos. Las incultas y vergonzosas intervenciones en el Congreso, nos lo demuestran. También andan cortos de imaginación, iniciativa, creatividad, proyectos atractivos, planes efectivos, etc. que generen confianza y esperanza en la gente. Son incapaces de salir de círculo vicioso progresista (feminismo, LGTB, desmemoria histórica, migraciones, independentismo, etc.). Así de simple, no hay otra: siempre los mismos temas, los mismos protagonistas y los mismos acólitos. Dos congresos recientes y ni un grano de innovación, ni una sola idea substancial, ni un párrafo seductor, ni tan siquiera una palabra sugerente. ¡Qué pena! Con lo riquísimo que es nuestro idioma y lo ávidos que estamos de estímulos políticos. Pero, existen diferencias objetivas entre el discurso frio de Sánchez y el cálido de Moreno.
Pese a todo, reivindico y recomiendo alegría, entusiasmo e ilusión en cualquier situación. Reconocer y aceptar nuestras circunstancias y limitaciones, es el primer paso para sobreponerse y superarlas. También reivindico la familia, el encuentro con amigos, compañeros, conocidos, etc. y, por tanto, la Navidad: la fiesta más trascendente, más significativa, más emotiva y universal de la Tierra. El ambiente, los abrazos, las felicitaciones, el color, el sabor, etc. Siempre he sido defensor del diálogo, de la valía de los encuentros, de las tertulias en la barra de los bares, pero aún más en torno a una mesa, pues constituye el mejor medio de comunicación y convivencia. Escuchar a los demás y desahogarnos contando nuestras batallitas, se le puede llamar cotilleo, pero sería más correcto decir amor, afecto, amistad, relajación o terapia social. ¡FELÍZ NAVIDAD Y DICHOSO AÑO NUEVO!
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Profesor y escritor