Una gran ventaja de estar en “reposo social obligatorio” –los inconvenientes, otros muchos, no quiero ni nombrarlos– es la de retomar la lectura de ensayos y tesis sobre disciplinas a las que, al menos yo, no he dedicado todo el tiempo que quizás –y sin quizás– merecen.
Así, reconociendo que tendréis razón si comenzáis a dudar de mi cordura, he vuelto a escudriñar viejos manuales sobre “Inteligencia colectiva”, con especial atención a lo escrito al respecto por el desarrollador de la teoría del “apoyo mutuo”, Piotr Alekséyevich Kropotkin (1842 – 1921), teórico del movimiento anarquista y uno de los fundadores del anarcocomunismo.
Sabed que, aunque por formación, convicción y devociones, me encuentre tan lejano del multidisciplinar ruso, no dejo de reconocer que hay en sus conjeturas –sobre todo en las no referidas a las opciones unívocamente políticas– un interesante punto de vista sobre lo que, en su época, se denominó como “socialización intelecto-cultural”…; y que yo, percibo ahora, se están intentando “acondicionar”, en tiempo y forma, a una actualidad similar a la ejercitada de por siempre por las colonias de hormigas (aunque sin el respeto que mantienen en todas sus formas estos insectos: trabajan en común y no ensucian a sus congéneres).
Y con “ensuciar” –ya en el caso de los humanos– no me refiero a “Hacer las necesidades corporales en la cama, camisa, calzones, etc.” (RAE). Esta vez reflexiono sobre la degeneración –cada vez más extendida– de “Manchar el alma, la nobleza o la fama con vicios o con acciones indignas” (RAE).
Para mí, sin embargo, es otra –y bien distinta– la “sensibilidad ciudadana” (imprescindible en nuestros días) a la hora de definir personas o cosas… Parece como si la ligereza y la falta de meditación al emitir juicios –junto a la nula introspección y la olvidada ponderación– se alzase como la fórmula mágica para conseguir la masculinidad o la feminidad.
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de
Ramón Burgos
Periodista