No seré yo quien excuse a este gobierno de la responsabilidad política que pudiera derivarse del protocolo aplicado y de los fallos en cadena que al parecer se hayan podido producir para el contagio de ese maldito virus del ébola, que ha causado más de 4.000 muertos según datos oficiales, y que ha llegado al mundo desarrollado en general y a nuestro país en particular. Pero si debo decir que para mí África es nombre de sufrimiento y de olvido, en donde la vida se apaga y en donde toda su historia queda resumida en la limpia sonrisa de los perdedores.
África ha sido y será siendo el fracaso de la humanidad. ¿Acaso este continente ha sido situado en algún momento de su historia en el punto de mira de los gobiernos, de los medios de comunicación o de la comunidad científica internacional para rescatarlo y redimirlo de sus hambrunas, de su sed, de sus enfermedades o de sus luchas intestinas?
Ahora todos miran hacia Liberia, Guinea y Sierra Leona con miedo y con gran preocupación por ser el foco principal de donde surge el virus asesino. Ahora se habla de la ayuda internacional para la creación de hospitales, para que el mundo negro y sus miserias se alejen lo más posible de nosotros y para que sea tratada in situ la enfermedad.
Y precisamente ahora comienza el inútil debate político sobre la medida del gobierno español de repatriar al misionero compatriota. Por lo demás, a nadie le importa la miseria, y la miseria hay que mantenerla alejada. Por esto África le es indiferente al otro mundo, a nuestro mundo, al que nada le interesa que los nombres desconocidos del mundo negro vayan a esconderse para morir en soledad, porque los infectados saben que pueden contagiar a sus seres más queridos. ¿A quiénes de nuestra civilización les podría causar algún sentimiento de dolor el saber que los cuerpos de los difuntos infectantes no puedan ser despedidos con el beso y el abrazo de sus familiares y amigos, según sus costumbres?
El mundo desarrollado se ha encontrado de la noche a la mañana con el terrible tormento que no puede aliviarse de ninguna forma: el miedo cuando la muerte le ronda, que pervivirá con nosotros, si no se encuentra de forma urgente alguna vacuna o medicamento contra un virus que ha sobrevivido en la población de los destronados de la tierra durante casi cuarenta años.
Estoy convencido de que muy pronto se pondrá en marcha la maquinaria de la industria farmacéutica y de la investigación, para acabar con esta nueva pesadilla a la que a nuestros sistemas sanitarios les ha sorprendido por la indiferencia que conlleva la distancia de los desventurados. Sin embargo, esto se solucionará tal y como ocurrió con el virus VIH, el mal de las vacas locas, el de la gripe porcina o la gripe A, en los últimos tiempos.
Aunque, lo más importante es que el silencio de estos pueblos del olvido se ha hecho entender y espero que tomemos buena nota de ello, pues el miedo se asomará nuevamente a nuestras almas con la aparición de nuevas enfermedades que nos perseguirán, nos amenazarán y nos sorprenderán. Pero, como decía Seneca: «Entre los males propios de la naturaleza humana está esta ceguera del alma que arrastra al hombre a error y le lleva, después, a adorar su error».